Una manifestación, como arma de destrucción política masiva que es, la carga el diablo. Por eso los partidos tienen tanto miedo a la calle, incluso a la movilización más pacífica, consensuada y transversal, como esas doloridas que hasta hace no tanto se convocaban en España después de cada horrible atentado de ETA y ahora detrás de cada asesinato machista.
A todo político le gusta manosear la protesta para acallarla o para agrandarla, porque en el fondo la teme; el gobierno, si el acto es sectorial, porque seguro que va contra algo que ha hecho mal, o no ha hecho, y la oposición porque, por muy beneficiaria que se presuma del desgaste del poder… vete a saber si no nos estaremos pasando de frenada; lo cual suele ocurrir más veces de las que se está dispuesto a reconocer; Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso saben de lo que hablo.
Qué decir cuando una manifestación matinal de fin de semana y promesa de aperitivo deviene en masiva, y ya antes de arrancar merece titulares de “multitudinaria”, adjetivo capaz de estremecer los liderazgos más asentados dentro y fuera de La Moncloa. Madrid, manifestódromo por excelencia, ha sido escenario en tan solo dos meses de dos de esas que se convierten en concentración simplemente porque no hay forma de moverse, ni para adelante ni para atrás y el gentío empieza a hacerse selfies.
Un fenómeno que, en medio del aburrimiento democrático, a los periodistas nos permite sentirnos notarios de la historia escribiendo eso de ”una multitud…”, para luego incorporar en el cuerpo de la noticia la cada vez más estupefaciente e irreal guerra de cifras entre la delegación del gobierno y los convocantes: por ejemplo, la de este sábado osciló -permítanme la ironía- entre los 31.000 que reconoció la primera y el medio millón (sic) de los segundos… se nota que los contadores eran de letras.
Después de que dos multitudes antagónicas hayan pedido a gritos la dimisión de Ayuso y Sánchez por las mismas Alcalá, Cibeles, Paseo de la Castellana, Prado y Recoletos, la única conclusión que cabe es inquietante: España entra en 2023 profundamente dividida
Han sido dos manifestaciones las que han recorrido el centro de Madrid en el plazo de sesenta y pocos días de diferencia: una el domingo 13 de noviembre En defensa de la sanidad pública madrileña y contra Ayuso, y otra este sábado 21 de enero, Por la Constitución y la democracia y contra Pedro Sánchez y sus pactos con ERC y Bildu. Y, qué quieren que les diga, soy incapaz de pronosticar a quien beneficia o perjudica esto.
Después de que dos multitudes antagónicas hayan pedido a gritos con dos meses de diferencia la dimisión de ambos por las mismas Alcalá, Cibeles, Paseo de la Castellana, Prado y Recoletos, la única conclusión a la que llego me resulta inquietante: España entra en 2023, año doblemente electoral, profundamente dividida. Y encabronada, vamos a hablar claro.
Solo hay que ver los incidentes de este martes por la mañana en la concesión a la presidenta madrileña del título de alumna ilustre por parte de la Universidad Complutense. ¿Discutible el nombramiento? Sí, todo lo que se quiera, como el doctorado Honoris Causa al ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero por parte de la Universidad de León recientemente; ¿intolerable el nivel de violencia verbal y política alrededor de la ”asesina” (sic) Ayuso?… mucho
La polarización en dos bloques aparentemente irreconciliables de una sociedad que hasta hace poco presumía de haber hecho una Transición a la democracia modélica es preocupante. Mucho. Porque, gane quien gane el duelo a garrotazos goyesco en las urnas del 28 de mayo y, posteriormente, el de diciembre, PP o PSOE probablemente lo hará por la mínima, y vuelta a empezar.
Los populares, de la mano de Alberto Núñez Feijóo, se las prometen muy felices porque creen que estamos ante el principio del fin del sanchismo, viviendo el preludio de una gran derrota presidencial en el referéndum del 28 de mayo, ya saben, esas elecciones a las cuales estamos convocados para elegir alcalde y presidente de autonomía pero que, en realidad, -lean bien la papeleta- será un Sánchez sí/no; vamos, que no se trata de reelegir a Fulanito alcalde si tiene las calles estén bien asfaltadas y los polideportivos en perfecto estado de revista, no.
¿Alguien puede creerse que, si el socialismo gana las elecciones municipales, Feijóo va a tirar la toalla en junio y, más aún, que Juan Manuel Moreno Bonilla o Ayuso irán a sustituirle como cartel electoral aprisa y corriendo? ¿Para qué, para estrellarse cuatro meses más tarde frente a Sánchez?
Claro que los de enfrente, los de Ferraz, tampoco se quedan mancos: observen la finura del análisis exhibido por la número dos del PSOE, la ministra María Jesús Montero, cuando habla de que las decenas de miles de personas que salieron el sábado en Madrid a manifestarse por la Constitución representan ”la España negra” (sic), o cuando el secretario de Organización y número tres, Santos Cerdán hace el siguiente pronóstico: ”El PP va a perder las elecciones municipales (dudoso a la luz de los sondeos) y a las elecciones generales presentará a otro candidato que no será Feijóo”… directamente irreal.
¿Alguien puede creerse que, si el socialismo gana las elecciones municipales el 28M, Feijóo vaya a tirar la toalla en junio y, más aún, que el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, o la propia Ayuso, irán a sustituirle como cartel electoral aprisa y corriendo?… ¿Para qué, para estrellarse cuatro meses más tarde frente a Sánchez? lo suyo será esperar a cerrar el ciclo electoral, digo yo.
A veces tengo la sensación de que nos toman por imbéciles, simple ganado que vota con escasa información. En la carrera a ver quien es más tremendista en la que andan embarcados no se dan cuenta los dos grandes actores de la política nacional de que juegan con fuego; que las manifestaciones, la del sábado contra Sánchez, la de hace dos meses a favor de la sanidad pública y contra Ayuso, y la de este martes en la Complutense directamente contra la presidenta madrileña deberían ser eso: protestas que vinculan a quien va, no encuestas ampliadas a cuatro meses vista… Que si algo somos es puñeteros, un país de ácratas a quienes no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer. Atentos
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