Opinión

No te manifiestes, que es peor

Qué cosas. Con la policía inspeccionando las sedes de la ANC y Ómnium, ambas entidades separatistas se han mostrado muy modositas. Han pedido a sus seguidores que nada de manifestarse.

Qué cosas. Con la policía inspeccionando las sedes de la ANC y Ómnium, ambas entidades separatistas se han mostrado muy modositas. Han pedido a sus seguidores que nada de manifestarse. Lo que hace Estremera.

Aquí todos somos gente de orden, señor gobernador

Los dirigentes de las dos asociaciones independentistas han estado de lo más prudente, sí señor. Han aprendido que las actuaciones hiperventiladas suelen acabar muy, pero que muy mal. Los imaginamos recordando cómo ha terminado el quilombo que organizaron cuando impidieron a los agentes de la Guardia Civil salir de la Conselleria de Economía y estremeciéndose diciendo “uy uy uy”. Los resultados: Jordi Sánchez y Jordi Cuixart en el trullo y, como dice la copla, sin luz, ni pan ni candela. Delito de sedición, lo llaman.

El siempre sano temor de Dios, así como seguramente al juez Llarena, les ha hecho lanzar mensajes de tranquilidad de manera rapidísima. “Por favor, no vengáis, no hace falta, todo está en orden” rogaban a sus iracundos asociados. “Serenos y convencidos de que somos gente de paz”, tuiteaba Agustí Alcoberro, ahora al frente de la ANC. No ha dicho aquello de “Agradecidos y emocionados solamente podemos decir gracias por venir” a los policías, pero poco ha faltado. Ha sido una versión a là catalane del famoso “Si me queréis, irsus” de la mítica Lola Flores.

No es baladí que la prudencia, bien, el pánico a la cárcel, haya hecho mella en los que se han hartado de decir por activa y por pasiva que No tenim por, no tenemos miedo, desafiantes como Juana de Arco al pie de la hoguera. Pero luego llegaron las lluvias, los jueces, sus decisiones y todo ha terminado en el barro marrón de la supervivencia. Y es que no debe ser lo mismo empapelar de pegatinas un vehículo vació de la Guardia Civil que enfrentarse a ellos. Y como sea que vivimos un momento histórico – la cosa separatista tiene en su haber más momentos históricos que don Antonio Cánovas del Castillo – en el que no se sabe si van a proclamar la República o van a hacerse de una peña taurina, es lógico que extremen los cuidados.

Apenas treinta personas, básicamente ociosas, se han desplazado hasta los domicilios sociales de ambas entidades, quien sabe si con intenciones épicas. En la ANC, las fuerzas del orden han terminado pronto y no ha habido ocasión de pasar a la historia por parte de los aguerridos patriotas; en la de Ómnium, a pesar de que se ha prolongado más la inspección, tampoco. Tanta matraca que dieron cuando el Tricentenario del 1714 hablando de la noble resistencia del sano pueblo catalán y del general Moragues, tanta épica de cartón piedra, y ya ven, toda aquella utilería de teatrillo barato se ha trocado en la nada más absoluta. Ni siquiera han dado señales de vida los inefables Comités de Defensa de la República, léase las CUP, esos que cortan las autopistas con niños. Igual es que sus vástagos estaban en clase. Con estos horarios policiales no hay quien defienda la república. Cosas de la conciliación familiar.

En Cataluña sus asociados se muestran legalistas, pero Puigdemont en Bruselas se pasa por el forro las leyes

Mientras que Su Señoría el juez Pablo Llarena sigue buscando en los correos de los Jordis, convencido de que existen indicios razonables de que eran parte importantísima en la trama que urdió el golpe de estado fraguado con alevosía y premeditación – ignoramos si también con nocturnidad -, Carles Puigdemont sigue practicando la papiroflexia con el actual marco legal español. Auxiliado en este caso por el President del Parlament Torrent, ya saben, Torrent, el brazo tonto de la ley separatista, han mantenido una reunión en la capital belga, empeñado el fugado en retorcer las hojas de la Constitución y, si a mano viene, incluso las de la ley de gravitación universal.

Dice que todo vale con tal que pueda volver sin que lo trinquen. Es lo único que desea, volver como sea sin tener que pagar el pato que ya están pagando los dos Jordis, el ex Conseller Forn y el ex Vicepresident Junqueras. Con el aplomo que da la tontería, anda el hombre haciendo declaraciones a diestro y siniestro y eso, por desgracia, le hace incurrir en no pocos gazapos. Igual opina que la república está proclamada, que desea pactar un referéndum con el Estado; aquí suelta que hay que restituir el Govern legítimo, para después asegurar que en esa imaginaria consulta estaría bien que votasen todos los españoles. La cerveza belga debe estar fuerte estos días, suponemos.

Lo que no es de recibo es que se muestre tan retozón con las leyes que ni quiere acatar ni piensa afrontar, mientras sus compañeros de viaje se muerden el labio ante la presencia de la Benemérita. Insistimos, este hombre vive instalado en el cálido colchón de su insensatez que, forzoso es decirlo, se encuentra a galaxias de la realidad. Es un perfecto egoísta al que le importa un adarve todo lo que no sea su muy honorable ombligo. Para Puigdemont solo existe Puigdemont y su circunstancia, de ahí que todo le parezca accesorio, menos la posibilidad de volver a pisar Cataluña gozando de una total inmunidad.

Debería el cesado President recordar que, cuando Lucky Luciano, capo mafioso, estaba encerrado en la lúgubre prisión norteamericana de Dannemora, pactó con el gobierno norteamericano su libertad a cambio de garantizarle que sus pizzioti, sus hombres, vigilarían los muelles para que ningún saboteador nazi se infiltrase en los EEUU, así como su total cooperación en el desembarco aliado en Sicilia, la patria de la Mafia. Eso es pactar, y lo demás son gatas. A cambio, se le redujo su condena notablemente, abandonando la prisión más tarde, discretamente. Me apresuro a decir que de poco le sirvió. Instalado de nuevo en su tierra de nacimiento, moriría un 27 de enero de 1962 en Capodichino, el aeropuerto de Nápoles. Envenenado.

Aunque su entierro fue espléndido – costó setenta y dos millones de liras de la época – y acudieran al mismo más de doce mil personas, la fortuna se le había terminado. Lucky, como muchos saben, significa afortunado en inglés. El apodo – su nombre real era Salvatore Lucania - provenía de la increíble suerte que le había acompañado a lo largo de su carrera delictiva. Siempre se había jactado de no respetar las leyes. Y ya ven, el capo di tutti capi terminó sus días en un bar de aeropuerto. Hay quien sostiene que lo envenenaron los suyos.

Sea como fuere, nadie puede vivir al margen de la ley indefinidamente, por muy poderoso que sea. Puigdemont, que en materia delictiva puede clasificarse en un apartado infinitamente inferior, quizás en el de robaperas o posiblemente en el de abusón de patio de colegio, debería reflexionar. Su actitud no ayuda en nada a la situación que viven sus antiguos asociados, al contrario, la agrava; en segundo lugar, más temprano que tarde se le acabará el cuento y tendrá que hacer frente a sus responsabilidades como un ciudadano más. Ni es un dios ni es un héroe ni es nada más que un político prevaricador que ha intentado dárselas de guapo, echarle un pulso a todo un Estado, y ha perdido.

Más allá de retóricas y relatos fantasiosos, esa es la verdad. Ni investiduras telemáticas ni telepáticas, ni exilios ni puñetas. Ha de volver o se condenará el solito a una existencia similar a la del holandés errante, vagando en un buque desarbolado en forma de fantasma. Eso, en el mejor de los casos, porque si insiste en continuar con el numerito, acabará por cansar incluso a los suyos y, a lo mejor, a algunos que en la distancia le han dado apoyo en algún momento. A nadie le gustan las payasadas en política, y menos cuando las estás sufragando con tu propio bolsillo. Sirva como ejemplo Grecia, donde alguien intentó caldear el ambiente europeo – recuerden, manifestaciones violentas cada día, la plaza Syntagma llena de indignados, los nazis de Amanecer Dorado en auge, el país al borde de la guerra civil, etc. – para luego volverse hacia tierras catalanas, en las que quizás esperaba encontrar un mejor caldo de cultivo. Lo griegos se quedaron abandonados a su suerte, Alexis Tsipras se convirtió súbitamente en un ferviente admirador de la Troika y Merkel y allí están todos tan ricamente. Pablo Iglesias no ha vuelto a hablar de ellos. Ahora los podemitas van discurseando, y no poco, acerca de Cataluña. Curioso. Créame, Puigdemont, tome ejemplo de la ANC y de Ómnium. No se manifieste, que es peor. Para usted, digo.

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