Opinión

Maniobras políticas, cogitaciones bancarias

Se reunieron muy en secreto antes del 28 de abril. Fue un primer tanteo. Goirigolzarri y Oliu, con un tercero de testigo. En Madrid. Sobre la mesa, la idea de

Se reunieron muy en secreto antes del 28 de abril. Fue un primer tanteo. Goirigolzarri y Oliu, con un tercero de testigo. En Madrid. Sobre la mesa, la idea de fusionar Bankia con Sabadell en un momento plagado de incertidumbres, tanto desde el punto de vista político como económico financiero, y en un negocio tan maduro como el bancario, lastrado, además, por la política de tipos de interés del BCE. Sabadell o un banco en la encrucijada, “un buen banco” al decir de cualquier profesional del sector, incluso un gran banco, exigido de siempre por un doble déficit: capital y gestión. De alguna manera en el sector se ha instalado la especie, el convencimiento según algunos, de que, tras la crisis del Popular, el Sabadell es the next in line, el nuevo talón de Aquiles de nuestra banca, el problema en el horizonte o la incógnita por despejar, porque nadie considera al grupo de Cajas (Liberbank, Unicaja, etc.) supervivientes de la inundación que anegó el sector durante la crisis, elementos con entidad bastante para volver a desestabilizar el sistema financiero español.

Curiosas similitudes las existentes entre Sabadell y Popular, una entidad durante lustros con vitola de ser la más próspera del sector (“El banco más rentable de Europa”), que, a última hora, cuando el tañido de las campanas de la cercana crisis sonaba cerca, cedió a la tentación de entrar en tromba en un ladrillo a punto de estallar, como cedió también a la tentación del tamaño zampándose a puro pulmón, sin ayudas, el Banco Pastor. Dos realidades que pondrían al banco al borde del abismo, incapaz de hacer frente a las consecuencias de ambas decisiones. En marzo de 2015, el Sabadell anunció la compra del británico TSB por 2.350 millones. "Esta adquisición es clave para nuestro crecimiento y nuestra expansión internacional”, dijo Oliu. Filial del Grupo Llyod's desde 1995, la gran banca española, desde luego Santander y BBVA, le habían mirado los bajos y habían renunciado a comprar. Apostó el Sabadell. Arriesgó el Sabadell, y esa parece haberse convertido en una carga muy pesada, difícil de digerir por la estructura de un banco que ya había superado, con muchos sudores y ayudas oficiales, la compra y digestión de la CAM, una de las cajas valencianas arruinadas por el estallido de la burbuja.

El impacto de la morosidad, ¡maldita crisis!, ha tenido su reflejo directo en la cuenta de resultados y en la cotización de la acción. En un escenario de mayores necesidades de capital (Basilea II y Basilea III), el estrechamiento de los márgenes y la reducción de la cartera de activos crediticios (por no hablar de nuevos competidores parabancarios), ha convertido este antaño negocio de bobos en algo muy problemático. Retribuir adecuadamente al accionista ha pasado a ser el diario quebradero de cabeza de los gestores. Si el coste del capital oscila entre el 10% y el 11%, y el retorno esperado sobre ese capital se queda entre un 5% y un 6%, nos hallamos ante un desequilibrio que explica que la mayoría de entidades (excepción hecha de Bankinter) coticen entre el 40% y el 60% de su valor en libros (48% el Sabadell). Ganar dinero se ha convertido en casi una heroicidad. ¡Es la rentabilidad, idiotas! Del hundimiento de la cotización tomaron cumplida nota los ricos catalanes que invirtieron en el banco y que lo perdieron casi todo. La familia Lara compró a 8 y vendió a 1,6 euros, y otro sí ocurrió con Isak Andic (Mango) o el propio Oliu, entre otros. Toda una serie de circunstancias que han terminado por colocar al Sabadell en el punto de mira de la rumurología bancaria, esa peligrosa cualidad reñida con la buena reputación imprescindible en la consolidación de cualquier negocio rentable y seguro.

Curiosas similitudes las existentes entre Sabadell y Popular, una entidad durante lustros con vitola de ser la más próspera del sector

Sabadell en el disparadero, en parte por culpa de un tamaño que, sin ser de los grandes, le impide pasar desapercibido. ¿Qué hacer? Dar marcha atrás en la compra del TSB, un banco donde has invertido un capital que no te rinde, en un país donde no te quieren y en una operación, además, que ha dañado el prestigio de la marca y ha deteriorado la gestión interna, sería a todas luces una solución, aunque, como ha podido comprobar Telefónica con la frustrada venta de O2, en Gran Bretaña resulta fácil entrar pero bastante más difícil salir, sobre todo en circunstancias como las actuales, con un Brexit a cara de perro –dos reguladores en el horizonte, uno en Francfort y otro en Londres- cuyo tenor se dirime estos días en la elección del nuevo jefe del partido conservador. Ocurre que los potenciales compradores conocen la posición de debilidad del vendedor y tratarán de estrujarle. Vender a pérdidas supondría castigar al capital y penalizar aún más la cotización, sin que sea descartable un escenario de no dividendo, de venta de activos o de contracción del crédito. Un bucle endemoniado del que resulta muy difícil salir. Resistir es una opción, sin que sea descartable hacerlo tan bien en el futuro que el TSB se convierta en un banco rentable, aunque no es eso lo que opina el mercado.   

¿Qué quiere el BBVA ser de mayor?

Algunas entidades europeas, entre las que el Sabadell ha gozado siempre de prestigio, han mirado con atención la posibilidad de hacer “deal” con la casa. Quienes lo han analizado admiran sus fortalezas, el liderazgo indiscutido de Josep Oliu, su valiosa base de clientes, particularmente entre la pequeña y mediana empresa, la calidad de sus gestores intermedios, etc., pero ninguno se ha decidido a plantear en serio la opción. Les preocupa el volumen de deuda pública española (y en menor medida italiana) en su cartera. Pero todos piensan que es una entidad idónea para otro banco español, y por mayoría apuntan hacia el BBVA, aunque el banco que ahora preside Carlos Torres difícilmente dará ese paso, entre otras cosas porque, tras el escándalo provocado por la salida de FG, nadie sabe muy bien qué quiere ese banco ser de mayor, con un nuevo consejero delegado, el turco Onur Genç, que no pasa de ser una ocurrencia, una excentricidad a quien resulta difícil imaginar charlando con un jefe de sucursal del barrio de Lavapiés.

Bankia era, sin duda, la mejor opción de las posibles, a pesar de los pesares, a pesar de su condición de banco público (el FROB sigue ostentando el 60,3% del capital), lo que dificulta en gran medida la operación. Los protagonistas esperaban, sin embargo, que los plazos (finales de 2019) de su privatización se cumplieran con tiempo, de modo que fuera posible llevar a cabo el acuerdo este mismo año. Oliu y Goirigolzarri frente a frente. Y a lo que resulte, ¿cómo lo llamamos? Uff, dejemos eso para más adelante. Bueno, el mando, ¿quién va a mandar aquí? Porque ese es el secreto de toda fusión que se precie, por compleja que a priori parezca. ¿Cuántos años tienes tú? ¿Y cuántos tú? Bueno, eso lo posponemos hasta más ver. El número dos, ¿quién sería el consejero delegado? Ahí no parece haber problema, porque Jaime Guardiola, un tipo apreciado en el mercado, está de salida. ¿Y la sede? Ah, hombre, eso tampoco sería obstáculo, porque fuiste muy hábil al anunciar el primero la salida del Sabadell de Cataluña cuando los cafres del “procés” amagaron en serio con la secesión. Bueno, claro, y todo a expensas de lo que ocurra el día 28, eso desde luego, porque si el 28 vuelve a ganar Sánchez y necesita echarse en brazos de Podemos, olvídate de la operación porque será muy difícil que volvamos a ser un banco privado.

El Sabadell se encuentra inmerso en la travesía del desierto de una baja rentabilidad que, afectando a todo el sector, le golpea especialmente

De modo que Oliu y Sabadell han resultado ser unos de los perdedores de la jornada electoral del pasado 28 de abril. Perdedores en la sombra, a quienes la reelección de Sánchez ha cegado una vía de salida a su problema. El banco tiene ahora los ratios de capital correctos (ha vendido la cartera inmobiliaria y la gestora de fondos, entre otras cosas); ha hecho la digestión de la crisis; tiene un buen negocio, con una excelente cartera de clientes, muy fieles por lo demás, y cuenta con liquidez asegurada por el BCE, lo cual evita muchas angustias. Oliu dispone, pues, de un aseado transitar en el corto plazo. ¿Puede, entonces, echarse a dormir? Ni mucho menos, lo cual explica que se esté moviendo sin pausa. El Sabadell se encuentra inmerso en la travesía del desierto de una baja rentabilidad que, afectando a todo el sector, le golpea especialmente, y ese problema obliga a que el resto de variables que afectan al negocio rocen la excelencia, porque cuando el negocio va “justito”, cuando estás vendiendo activos, cuando estás perdiendo músculo, cuando no ganas lo suficiente (para invertir en tecnología, para incorporar talento, para tantas cosas) uno tiene que ser excelente en casi todo para salir de aquel desierto con solvencia. Nada comparable, desde luego, con el Popular, entre otras cosas porque Oliu no es Ángel Ron ni siquiera Emilio Saracho.

Un buen matrimonio

Lo mejor, sin duda, un buen matrimonio. “Si yo fuera Carlos Torres, ahora mismo estaría llamando a la puerta de Oliu”, asegura una fuente bancaria. Una operación con Caixa no tendría sentido, por el nivel de concentración del crédito en la región. BBVA, he aquí otro banco del que nadie sabe muy bien dónde va tras el daño reputacional sufrido por el episodio de FG y el ubicuo ex comisario golfo Villarejo. Banco sólido, con liquidez, con buenos gestores (excelente en el manejo del riesgo crediticio), buena tecnología (aproximación puntera a la banca digital), pero que ha perdido pie en el mercado español, y que, por encima de todo, soporta dos debilidades tan notorias como Turquía, con las incertidumbres que impone el Gobierno del sátrapa Erdogan, y México, un país donde BBVA se juega mucho, porque casi la mitad de sus resultados provienen de Bancomer. La ausencia de liderazgo que muchos advierten en la entidad se ha puesto de manifiesto con ocasión de la elección de López Obrador como presidente, un populista de izquierda en cuyo programa figuraba la “recuperación de la banca nacional”, en clara alusión a ese Bancomer que en 2018 fue responsable del 45% de los beneficios de BBVA. Por increíble que parezca, a nadie en Las Tablas se le ocurrió viajar a México DF para entrevistarse, o simplemente conocer, al candidato antes de su elección como primera autoridad del país. Un banco, pues, obligado a poner el foco en México y acostumbrarse a vivir con López Obrador. Le va la vida en ello. 

BBVA y Sabadell son complementarios, de modo que ese matrimonio haría posible completar red y ahorrar costes

Lo han hecho ahora, como el jueves daba cuenta en este periódico Alberto Ortín (“López Obrador blanquea su imagen de populista gracias a Carlos Torres y Ana Botín”). Torres acaba de visitar México DF, y Ana Botín, mucho más al loro de las maniobras políticas que pueden afectar al negocio bancario, lo había hecho bastante antes. Un banco, Santander, que también sufriría si las amenazas nacionalizadoras de Obrador llegaran a mal puerto. Maniobras políticas, cogitaciones bancarias. BBVA y Sabadell son complementarios, de modo que ese matrimonio haría posible completar red y ahorrar costes, y sobre todo permitiría a Torres –que ya ha maniobrado para acercarse a Pedro Sánchez y diluir la vinculación “pepera” de la entidad que preside a cuenta de la relación de FG con Rato, Pizarro et al- reducir el riesgo turco y mexicano, volviendo a exhibir al BBVA como banco “español”. Un muñeco presentable de nuevo. ¿Querrán hacerlo? ¿Sabrán hacerlo?

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