Más sereno que romo, el discurso con el que Manuel Valls anunció su candidatura a la alcaldía de Barcelona devolvió a la política local la sensatez, el pragmatismo y la ambición que el nacionalpopulismo le había hurtado. Sí, tal vez las credenciales patriótico-familiares fueran ociosas, máxime frente a un electorado que se define precisamente por la renuencia a esta clase de peajes. Ítem más: es hora de que Valls sepa que ni el más atildado alarde de genealogía antifranquista persuadirá a la izquierda CCCB de que es poco más que un ariete anticatalán. Y que el intento de obtener el beneplácito de gentes como Lluís Bassets o Josep Ramoneda, cuyos análisis se levantan sobre la premisa de que Ciudadanos y el PP son partidos ultras, no sólo está abocado a la melancolía: además, puede redundar en el desapego de sus votantes, digamos, naturales. Con todo, y pese a esta prevención, Valls dejó afirmaciones ciertamente excéntricas, dado el pensamiento hegemónico en Cataluña.
Los principales adversarios de Valls no serán Colau, Maragall o la CUP, sino este tiempo de molicie
Así, subrayó la condición antinacionalista y antipopulista de su proyecto (y urgió a darle la espalda al independentismo, desbordando la noción de ‘pal de paller’ que defiende el nacionalismo), rescató la noción de Área Metropolitana, una de las claves de bóveda del maragallismo más antipujolista, reivindicó el castellano como activo económico y cultural, abogó por restablecer los nexos con España, propugnó una mirada más atenta a la comunidad latinoamericana y apuntó la posibilidad de que su propio desempeño como alcalde de Barcelona relance el sueño europeo, al hacer de esta ciudad la primera de la Unión gobernada por un dirigente curtido en otro país. Por el camino, incluso se permitió abominar de los okupas, y todo con guante de seda, sin afectaciones ni mojigatería, conforme a un estilo que evidenció, por sí solo, la ineptitud de la actual alcaldesa, o acaso el modo en que pretende disimularla, ese polivictimismo de obvia raíz patológica cuyas efusiones suenan a capsulitis; todo lo grave, severa y aguda que quieran, pero capsulitis.
En cierto modo, y como ha ocurrido en otros lapsos históricos, Barcelona se convertirá este mes de mayo en una suerte de laboratorio en que se enfrentarán la verdad y la posverdad, el optimismo ilustrado y la indocta demagogia, la luz y las tinieblas. A un lado, Colau, Maragall y la CUP; al otro, Camps. Con una salvedad: el principal adversario de Valls ni siquiera serán sus rivales, sino este tiempo de molicie.
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