Domingo por la mañana en Barcelona. Societat Civil Catalana convoca una manifestación en defensa del Seny, el sentido común, frente a la batahola separatista. Los parlamentos estuvieron cargados de razón, ideas, argumentos. Pero lo mejor llegó al final.
En catalán, español o francés, la verdad es la verdad
Ante la rabia de los que defienden que las calles, las escuelas, el Parlament o la Generalitat son de ellos y de nadie más, este domingo la realidad volvió a llevarles la contraria. Miles de personas volvían a llenar las soleadas calles del Cap i Casal con banderas catalanas, españolas, europeas, con pancartas que apelaban a la razón, con ganas de que termine la pesadilla que nos tiene a todos paralizados, impidiéndonos avanzar. Societat Civil Catalana convocaba, y la gente acudió. Doscientos y pico mil según la organización, cuatro gatos para la Guardia Urbana de Colau, que padece graves carencias matemáticas. Da igual. Allí había entusiasmo, profesión de fe democrática y ganas, muchas ganas.
Lo más importante de todo es que el trampantojo independentista se deteriora por momentos. ¿Recuerdan cuando decían que esto era cosa de cuatro fachas? ¿Qué a estas manifestaciones solo acudía la Falange, los violentos de extrema derecha, los malísimos del PP y los de Ciudadanos? Ahora esa mentira repetida mil veces por despecho se ha trocado en necesidad para intentar, no ya convencer a los que no creen en sus embustes, sino retener a los suyos.
“Hemos estado gobernados por un partido de delincuentes, y me refiero a Convergencia Democrática de Cataluña”. Tal cual
Porque ¿alguien con un mínimo sentido común, de Seny, puede tildar de fascista al ex fiscal anti corrupción Jiménez Villarejo? Comprendo que los separatistas de barretina estrecha y cuenta en Panamá le tengan manía, pero a la gente de la calle no se le puede escapar la dimensión de este hombre, tanto como jurista como de persona consagrada a la defensa de las libertades públicas. Y ahí estaba, encima de la tarima, hablado con claridad meridiana. “Hemos estado gobernados por un partido de delincuentes, y me refiero a Convergencia Democrática de Cataluña”. Tal cual. Los asistentes arrancaron en un aplauso atronador, porque por la boca del ex fiscal brotaba la verdad, esa verdad que pretenden ocultarnos debajo de banderas esteladas, procesos separatistas y demás artilugios fabricados con su humo y nuestros impuestos. Un amigo que estaba junto a mi en la manifestación me recordaba cuando la Mafia siciliana, apoyada por los Estados Unidos, fomentaba el independentismo en Sicilia, haciendo que los pizzioti mafiosi llevasen bordados en sus camisas el escudo de los USA. La intención de capos y yankees era la secesión de la isla para que se sumase como un estado más de la Unión. Se aprovecharon de Salvatore Guigliano, conocido guerrillero en la II Guerra Mundial, suministrándole armas. Acabó traicionado por uno de los suyos y asesinado, claro.
No menos contundente fue mi querido Jordi Cañas, al que todavía se le debe una reparación pública después del linchamiento mediático (y político, ojo) que sufrió. Verlo hablar como siempre, con esa pasión que pone en todas las cosas, fue uno de los momentos más emocionantes de la mañana. Y ahí estaba también ella. La única, la más grande actriz que ha dado Cataluña en los últimos cuarenta años. Rosa María Sardá. Con el mismo gesto inteligente y socarrón que ponía cuando interpretaba “La Rambla de les floristes”, la genial reina del escenario desgranaba un rosario de acusaciones muy concretas y graves acerca de como el separatismo ha provocado una división palpable, real, crudísima, en las familias catalanas. Oyendo su voz, que tantas y tantas veces nos ha emocionado, desde “Una vella i coneguda olor” a la Madre Coraje que ha sabido interpretar como nadie, pensaba lo que podría haber sido mi tierra sin esa tropa de bolsillos agradecidos. Simplemente con la unión de los nombres de Boadella y Sardá, se le hubiera dado a la escena catalana un timbre de gloria como nunca ha podido soñar los paniaguados de la subvención y el teatrillo sumiso al nacionalismo.
Además de otros intervinientes, a los que pido disculpas por no citar, el momento más importante fue cuando subió al atril un ex ministro del interior y ex primer ministro francés: el socialista, sí, socialista Manel Valls.
Que tomen nota Sánchez e Iceta
Valls produjo un auténtico estallido de entusiasmo. Sus palabras vibrantes, dichas en catalán, en su catalán, porque es hijo del popular barrio barcelonés de Horta, sonaban a esa Cataluña que siempre supo dar lo mejor de sí misma. Era un francés nacido aquí el que exhortaba a la gente, diciéndoles que sí, que Cataluña era España y era Europa, y que el nacionalismo solamente podía suponer una cosa: la guerra.
Valls, que habló con el corazón y desde su posición ideológica socialista, no escatimó esfuerzos en afirmar que en la Europa actual no caben fragmentaciones ni nuevas fronteras. Y puso el dedo en la llaga separatista: el llamado proceso no consistía más que en un engaño, en un monumental, costoso e insensato engaño, sin la menor probabilidad de éxito. Supo ponerle el paño al púlpito a los separatistas al decir cuánto le dolió que, en la manifestación por las víctimas de los atentados yihadistas en Cataluña del agosto pasado, hubiera personas que insultasen y silbasen al jefe del estado, al rey, cuando aquello debía ser una muestra de dolor y repulsa ante la violencia criminal de los yihadistas.
La expresión de Valls al recordar aquellos lamentables sucesos, que enlazaba con los atentados de Charlie Hebdo, Bataclan, Bruselas o Berlín, era harto expresiva. En su cabeza racional, lógica, de político que entiende al estado como algo ajeno a controversias de partidos, que han de servir para mejorarlo, pero nunca destruirlo, no le cabía la imagen de gente como David Minoves, portando una pancarta contra el rey, acusándole de trata de armas, abucheándolo, pervirtiendo un acto de humanidad en algo bajo y soez.
Tanto Valls como Borrell nos recuerdan como, por encima de la ideología, está el bien común. La convivencia, el estado de derecho, la paz social, son cosas mucho más importantes que ver a donde colocas a tus colegas o si vas a tener o no despacho oficial"
En primera fila estaba, junto a políticos de otras formaciones, Miquel Iceta. Es de agradecer que el PSC acuda a una manifestación convocada por SCC sin la eterna excusa de que también están Ciudadanos o PP. Pero los sapos que tuvo que tragarse el primer secretario de los socialistas catalanes no fueron pocos. Ya no le gustó lo que dijo en el mismo lugar hace poco tiempo el ex ministro socialista Josep Borrell. Entonces no estuvo presente, y todo eso que se ahorró, pero este domingo tuvo que forzar la sonrisa de circunstancias. Tanto Valls como Borrell nos recuerdan como, por encima de la ideología, está el bien común. La convivencia, el estado de derecho, la paz social, son cosas mucho más importantes que ver a donde colocas a tus colegas o si vas a tener o no despacho oficial.
Valls representó una bocanada de aire fresco para muchos ex votantes socialistas, haciéndoles sentir una emoción difícilmente conseguible por los Iceta, Collboni y demás. En Valls palpitaba el amor por su tierra, por su ciudad, Barcelona, a la que definió como abierta, franca, como un lugar que había sido siempre acogedor con todas las gentes, en oposición a la de ahora, mezquina, sectaria, ruin, sin brillo ni gloria. Ese Valls, ese hombre de estado, ha debido ser para Iceta una imagen en la que reconocer su propio fracaso y el de todos aquellos que, como él, han dado y dan mayor importancia a sus ombligos que al bien común. Los socialistas catalanes, ambivalentes, equidistantes, obsesionados por mantener vivo el esplendor de los tiempos olímpicos, carecen del coraje político de Valls, de Villarejo, de la Sardá, de Cañas. Son pesebreros, y a eso debemos en no poca medida lo que se vive actualmente en esta tierra. Sin nadie que les plantara cara, los nacionalistas apretaron el acelerador para llevarnos hasta la nada que padecemos actualmente. Qué bien ha hecho y qué ejemplo ha dado el gran Celestino Corbacho abandonando el PSC.
Que tome nota Iceta, que se presente Manel Valls, decían algunas personas en voz alta, lo suficiente como para que el interpelado las oyera. En Francia, añadían las mismas gentes, esto no hubiese llegado jamás a estos extremos. Claro, allí, incluso los socialistas son otra cosa. Y sí, miren, que se presente Valls.
Miquel Giménez
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