Parecía que se iba a comer con patatas Barcelona, Cataluña y hasta España. Venía a darnos lecciones acerca de cómo combatir al separatismo, a Podemos y a Vox, ¡uy Vox!, la extrema derecha maléfica y perversa de toda perversidad. Llegó como una versión reducida de los Cien Mil Hijos de San Luis, como la Grand Armeé de un solo hombre, como una mezcla de Lafayette, Poincaré y Malraux. Solo Él, así, con mayúscula, tenía la llave de la sociedad occidental libre, democrática, fuerte y eficaz. Proponía pactos de Estado entre populares y socialistas como el que cuenta un chiste de cuñados. No se sabía si era el candidato de Ciudadanos, por estar respaldado por Albert Rivera, o el del PSC, porque su estado mayor lo integraban ex maragallistas de renombre. El dato era baladí, decían, porque lo único importante era Valls, que quiso ser un De Gaulle de pan con tomate y butifarra maridado con Beaujolais. Y no. El error Valls, que así titulé un artículo al poco de presentarse su candidatura, consistió en despreciar sus auténticos nichos de votantes: los trabajadores, las clases medias, los profesionales liberales, los defensores de que la ley sea igual para todos. Al final, acabó por convertirse en un Sacha Distel de canción del verano y nada más. ¿Recuerdan la letra de aquella canción de Distel que decía “La manguera, ¿dónde está?, ¿dónde está la escalera? No perdamos el control”? Pues eso. Ni escalera ni manguera ni control.
Valls no pudo ni supo –barrunto que tampoco quiso– acercarse a los distritos que habían sido el caladero de votos socialista tradicional, a saber, Nueve Barrios y San Martí. Celestino Corbacho se quedó afónico de tanto decírselo. Ni caso. Le pareció que aquí se ganaban las elecciones cenando con según quién y obteniendo una portada en tal diario o una entrevista en tal televisión. Confundió Versalles con el Pati dels Tarongers y la política catalana con la gala. Fue, como todo el mundo sabe, un auténtico desastre desde el punto de vista estratégico, aunque teniendo en cuenta los premios Nobel que le rodeaban nadie podía esperar nada. Valls llegó, vio y perdió, por eso lo grave fue que con su postura permitió al tándem Colau-Collboni cuatro años más de desgobierno en la capital catalana, esa que hoy se halla infestada por una plaga de ratas y cucarachas porque este gobierno municipal, por no saber, no sabe ni limpiar las calles. Y que Ciudadanos no se presentase como tal, perdiendo la oportunidad de, con un candidato más aceptable, hubiera conseguido unos concejales con los que frenar a separatistas, podemitas y peseceros.
El Napoleoncito de Horta anda por la vida plenamente convencido de que es un estadista de primer orden, así como de que la humanidad debería dale las gracias por respirar el mismo aire que su persona
Valls se marcha de nuevo a Francia y lo hace, según dice, muy ufano por haber contribuido a frenar al separatismo. Sostengo que se lo cree. El Napoleoncito de Horta anda por la vida plenamente convencido de que es un estadista de primer orden, así como de que la humanidad debería dale las gracias por respirar el mismo aire que su persona. Manolo Valls demuestra algo que quienes nos ocupamos, más o menos, de política sabemos: los experimentos, con gaseosa. Nunca entendí como personas que conozco y tengo por inteligentes se tragaron aquel enorme bluf que, a los pocos días de su presentación en sociedad, ya se caía por los cuatro costados. Algún día sabremos con papeles lo que intuimos, a saber, que Iceta le colocó a los suyos y que su candidatura no fue más que una maniobra de despiste para impedir que otros partidos constitucionalistas pudieran obtener mejores resultados, dividiendo el voto, y, siguiendo la estrategia socialista, acabar de desmontar lo que hasta aquel momento había supuesto la resistencia catalana. Lo hicieron con Cs, lo han hecho con Societat Civil Catalana y lo harán con cualquier cosa que suponga pararle los pies al nacionalismo separatista porque ellos comparten esa misma visión sectaria y disgregadora de España.
Así pues, vaya usted con Dios, don Manolo. Que lleve tanta paz como paz deja. Y a ver si los aprendices de brujo del constitucionalismo se dedican al punto de cruz o al macramé. Sería mucho más útil para la causa que dicen defender.
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