Carmena siempre quiso ser Tierno Galván. Nada más aterrizar al Palacio de Cibeles, sede del Ayuntamiento de Madrid, la exmagistrada dijo que limpiaría la ciudad de los políticos profesionales y de su lenguaje: “No podemos seguir insultándonos y descalificándonos”, aleccionó. Se aprovechó de tener periodistas entregados a su figura y tiró de cursilería. Pero acabó acusando al jefe de la oposición de haber sido “un poco gilipollas”, según los presentes en aquella despedida. Un verdadero cambio de lenguaje, sí.
Su gobierno se puede resumir en una palabra: efímero. Efímera en la gestión, porque irrumpió hablando de no pagar la deuda y acabó reduciéndola a un ritmo récord: de 5.700 millones de euros a 2.700 millones en tan solo cuatro años. Un milagro económico fraguado gracias la falta de inversiones en servicios, infraestructuras y ayudas a las familias. Es decir, un fracaso mayúsculo para quien aspire a ser un buen alcalde de izquierdas.
Efímera también ha sido la búsqueda de su gloria personal. Impuso la forma por encima del fondo, la propaganda sobre el resultado. Ambición y personalismo como corazón de su proyecto. Hizo de un lenguaje amable (algunos dirían ñoño) su marca personal.
En lo económico, paradójicamente, cumplió a rajatabla el plan de Ana Botella. Incluso lo aceleró. Prometió mucho y ejecutó poco. Con la Ley de Estabilidad Presupuestaria que la obligó a destinar a los bancos todo el remanente. En el ecuador de su mandato, dos de cada tres euros para mejoras se esfumaron. De las 4.000 viviendas prometidas, entregó las llaves de menos de cien. De los 100 millones para los “presupuestos participativos”, quedan las cenizas. Solo en publicidad demostró eficacia: con un 1.000% más de desembolso en Facebook.
Los políticos del PP y Ciudadanos pueden brindar. El nuevo alcalde, José Luis Martínez-Almeida, y su aliada, Begoña Villacís, saben que tienen más dinero para invertir. Han llegado a un acuerdo en el que el programa será su eje. Y esperemos que así sea. De momento, sabemos que es lo opuesto a lo que Carmena dijo cuando, nada más llegar a la alcaldía, afirmó que el suyo era una mera “sugerencia”. Lo que se puede traducir en que ella era dueña de los votos recibidos. Incluso asumió que, de no repetir al frente del Consistorio, se retiraría. Ningún medio cuestionó esa falta de compromiso democrático.
Todo lo contrario. En estos años recibió el apoyo de instituciones interesadas en ganarse su confianza o evitar su venganza. Tuvo partidos postrados a ella en lo público y críticos de puertas adentro. Se gastó millones de euros en proyectos sui generis, útiles para crear redes de afines. Amenazó a los que no comulgaban con ella. Pensaba tenerlo todo atado. Pero al sur de Madrid, pobre y trabajador, le dio la espalda. Algo previsible, ya que todos sus proyectos estrellas se dirigieron al adinerado Centro.
Ensanchó las aceras de la Gran Vía, hoy más amplias y también más vacías. Cerró la zona al tráfico privado, una medida exigida por los socialistas, pero capitalizada por Carmena, si bien implementada de manera errática, confusa, apresurada. Y poco más. Encargó informes de género sobre la M-30, mientras los alquileres se disparaban (un 35% de media).
Acusó a sus antecesores de la falta de limpieza, primer problema de la ciudad. Casi deja que se vaya el torneo del Open de tenis. Paralizó los desarrollos urbanísticos del norte y sur y no ha frenado la contaminación. La inseguridad ha crecido y la reforma de la plaza de España ya veremos en qué quedará. Hasta la asociación de vecinos de Chueca la ha criticado.
Ahora bien. También hubo aciertos. Uno especialmente: logró canibalizar a Podemos tras una conjura elaborada con Íñigo Errejón, que hizo que el cuarto partido nacional se quede sin representantes en Madrid. El mismo partido que la descubrió y la aupó a la alcaldía. En esa operación demostró toda su veteranía y astucia. Sabía que hay guerras en las que no debes dejar heridos.
Carmena sale, en definitiva, muy mal parada de su experiencia de gobierno. Quiso ser Tierno, pero su ejecutivo ineficaz en lo sustancial y hábil solo en la propaganda no persistirá en el recuerdo colectivo. La historia acabará dándole el reconocimiento que merece: protagonista de una época volátil, en la que buscó más su gloria personal que la gestión. Manuela Carmena, ha sido la alcaldesa efímera.
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