Hace ya cuatro años que un guardia civil acabó disparando a un muchacho que, armado con cuchillos, deambulaba por la calle amenazando a los que encontraba a su paso. Se supo después que el chico padecía esquizofrenia, aunque no hay que tener un doctorado en psiquiatría clínica para darse cuenta de que un chaval que va por la calle con dos cuchillos y que amenaza durante horas con matar a los dos guardias civiles armados que tratan de calmarlo, está como las maracas de Machín.
El agente disparó al chico cuando este se lanzó hacia él con la intención de apuñalarle. Tuvo la sangre fría de dispararle a las piernas, dato que quiero subrayar especialmente para aquellos que preguntan incisivamente cuando, en muy contadas ocasiones, hay disparos por parte de un agente. El chico fue llevado al hospital y murió horas más tarde.
Hace poco hablé de la necesidad de que haya centros donde se pueda ingresar y tratar a determinados enfermos mentales, en lugar de cargar su control y cuidado sobre sus familiares, así que hoy no me repetiré, porque si ese enfermo hubiera estado controlado en un centro, no habría sido noticia y muy probablemente hoy seguiría con vida.
Hoy lo que quiero es centrarme en el suplicio que ha pasado y está pasando el agente que le disparó. En un principio, el juez determinó que había actuado de manera correcta y quedó abasuelto.
Sigue el suplicio para este guardia civil cuatro años después, gracias a la fiscalía de este maravilloso país al que juró defender incluso con su vida si fuera preciso.
Pero ustedes no se pueden imaginar lo que supone para un agente que el hecho de disparar su arma en un acto de servicio, incluso en defensa propia, cause el ser llevado a juicio: retirada instantánea del arma, por lo que también del servicio y, en muchos casos, suspensión de empleo y sueldo hasta que haya una sentencia. Tal y como funcionan nuestros juzgados, esto puede dilatarse años.
Ahora la fiscalía ha decidido recurrir al Tribunal Supremo porque considera que no hubo proporcionalidad en la respuesta del agente y le exige una indemnización para los familiares, de varias decenas de miles de euros, además de pena de cárcel. Sigue el suplicio para este guardia civil cuatro años después, gracias a la fiscalía de este maravilloso país al que juró defender incluso con su vida si fuera preciso.
Mañana o pasado, cuando vean agentes retrocediendo ante alguien armado con un machete o con un hacha, que amenaza con matar policías y hasta al panadero de la tienda de la esquina, vuelvan a preguntar de nuevo por qué no disparan y le abaten, por qué no disparan a las piernas, (como si eso garantizara que no va a morir), por qué retroceden y parece que no saben ni qué hacer.
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No se cuestionen por qué no se otorga a nuestros agentes medios para poder reducir a alguien armado, sin necesidad de ponerse al alcance de su cuchillo o apretar el gatillo, como una descarga eléctrica. Precisamente por gente así, que prefiere vivir en la ignorancia y mirar para otro lado, no se permite el uso de táser a nuestros agentes, ya que se considera muy violento visualmente para la ciudadanía ver convulsionar en el suelo e incluso orinarse encima a alguien a quien se trata de reducir. Por lo visto, visualmente es mucho más estético que el agente se tenga que liar a golpes, en un cuerpo a cuerpo contando únicamente con su defensa reglamentaria, esquivando machetazos.
Qué tendrá que ver que dudes a la hora de disparar, con que seas consciente de que el proyectil que sale de tu arma es capaz de atravesar vehículos y hasta paredes, hiriendo a todo el que encuentre por medio
No se pregunten qué tipo de munición llevan nuestros guardias y por qué se les ha “disuadido” de hacer disparos al aire como aviso. Porque qué tendrá que ver que dudes a la hora de disparar, con que seas consciente de que el proyectil que sale de tu arma es capaz de atravesar vehículos y hasta paredes, hiriendo a todo el que encuentre por medio. Que puedes disparar a un tipo en la calle y acabar matando a un niño que juega en un parque una manzana más abajo. Esa es la munición que se usa en la guerra, para con un disparo poder matar a varios soldados enemigos, en lugar de la munición que usan, por ejemplo, los agentes de Estados Unidos, que revienta en cuanto hace contanto con el objetivo y lo abate. Adivinen cuál es más barata.
Vuelvan a hacer todas las preguntas estúpidas de siempre, en lugar de preguntarse por qué se nos exige responder con proporcionalidad cuando somos atacados, cuando necesitamos defendernos o defender a otros. O dónde está la proporcionalidad en una situación que no he provocado yo y que amenaza mi integridad física.
¿Y cómo se establece esa proporcionalidad? Porque si yo soy atacada por un tipo corpulento con un machete, dada mi constitución, para que haya proporcionalidad a mí me tienen que dar un tanque.
Si matas a tu agresor cuando huye, mal, porque estaba huyendo y ya no constituía una amenaza. Eso es lo que le tienes que contar a tu cerebro, en un momento caótico de máximo estrés y miedo, dopado de adrenalina, que te dice que si le dejas ir a lo mejor vuelve a por ti mejor armado o con más gente. Si matas a tu agresor una vez ya está en el suelo herido, mal, porque tampoco supone ya una amenaza. Cuéntaselo a tu amígdala, que según explica Justin Feinstein, un investigador de la Universidad de Iowa (EE UU), cuyo estudio ha sido publicado en la revista Current Biology, “La naturaleza del miedo es la supervivencia, y la amígdala nos ayuda a seguir vivos al evitar situaciones, personas u objetos que ponen en peligro nuestra vida”. Así que convence a tu amígdala en ese momento de que esa persona que ha intentado robarte, violarte o matarte, no se va a levantar y va a intentar hacerlo de nuevo. O el mes que viene, cuando salga del hospital.
Cárcel o cementerio
Nos hablan de proporcionalidad a la hora de defendernos, los mismos que establecen que seamos multados por jugar a las palas en la playa, hacer un castillo de arena o poner macetas con plantas en la calle... Y que no se detenga a quien porte o exhiba un arma blanca en el País Vasco, por considerarlo un delito leve y evitar así las denuncias por “detención ilegal”. La multa es mucho mayor por hacer un castillo de arena en la playa que por llevar un cuchillo por la calle, pero nos exigen proporcionalidad en nuestra defensa, estos adalides de la ética y de la moral que parece que juegan a hacer leyes como quien hace sudokus.
Qué difícil nos están poniendo esto de vivir cumpliendo la ley, cuando la misma ley nos desprotege. Llegado el peor momento, nos ponen en la disyuntiva de cárcel o cementerio. No hay más opciones. Cada cual que elija.
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