Opinión

Marchena y el gordo de Navidad

Es imposible creer en una Justicia que se acota y parcela en función de la mano del político que balancea las togas con el viento que le favorece

  • Manuel Marchena

Cuchillas rotas, sierras rotas. Hebillas rotas, leyes rotas. Cuerpos rotos, huesos rotos.

Voces rotas en teléfonos rotos. Respiras hondo y notas la asfixia. Todo esta roto.

(Everything is broken)

Bob Dylan. 1989

 

Hay días en los que el optimismo queda para mañana. Hoy no toca. Imposible salir indemne de la lectura de un periódico. Milagroso que un programa de radio te deje aliviado. La alternativa es mandarnos a todos al paro y dedicarse a leer novelas de Marcial Lafuente Estefanía, aunque me temo que ya es tarde para eso.

Algo ha de tener este desbarajuste, este desorden que la actualidad nos regala a diario para que nos tenga tan pendientes y entretenidos en algo políticamente repugnante como es el cambio de cromos de Sánchez/Casado con los señores jueces y juristas de reconocido prestigio. Y mejor no vayan al diccionario y busquen la palabra prestigio y se evitarán algún susto al ver la lista que la política ha sobado hasta retorcer el brazo que cubren las puñetas.

Prestigio es también la fascinación que se atribuye a la magia o es causada por medio de un sortilegio. Creo yo que con esta tercera acepción la explicación de la lista registrada por los viejos partidos en el Congreso y el Senado se entiende mejor. Magia potagia que receta Juan Tamariz.

Y eso que no se hablaban Sánchez y Casado; eso que se dedican miradas de odio los miércoles por la mañana en el Congreso. ¡Qué tíos, qué bien actúan y que buen teatrillo regalan al respetable que paga el espectáculo cada cuatro años sin reparar en el truco! Vaya con los viejos partidos, qué lealtad a sus principios, qué forma de asegurar las cuadernas de su supervivencia. Magia potagia pata de cabra. Eso mismo, señores.

Esta facilidad enorme que tenemos aquí de jugar y manosear las cosas que luego no podemos reponer, ha terminado por pasarnos factura a todos

Pregunté el lunes por la noche al magistrado Raimundo Prado Bernabéu, portavoz de la Asociación Judicial Francisco de Vitoria,  por su opinión sobre esa anomalía, por esa barbaridad, contradiós, y tomadura de pelo de que conociéramos el nombre del presidente del Poder Judicial y del Supremo antes que el de los vocales que lo han de votar, y Prado contestó,

- Es como saber por adelantado el número del Gordo de Navidad.   

Que lo dijera un periodista podría resultar curioso y ocurrente. Que sea un magistrado con una cierta representatividad no deja de ser preocupante. Esta facilidad enorme que tenemos aquí de jugar y manosear las cosas que luego no podemos reponer, ha terminado por pasarnos factura a todos. De momento es imposible creer en una Justicia que se acota y parcela en función de la mano del político que balancea las togas con el viento que le favorece. Si no podemos creer en la política, llena de mentirosos e incompetentes; cínicos y desalmados que juegan con nuestro voto; si no podemos creer en la Justicia y especialmente en esa que desde el Supremo se niega a sí misma, se rectifica y pervierte por mor de los propios jueces que allí maquinan, ¿qué nos queda?

Los que se rasgan las vestiduras por unas monedas de plata y terminan por configurar el órgano de gobierno de los jueces -caso de Albert Rivera-, dejan la duda de que en realidad patalean como el niño al que no le ha tocado su caramelo. ¿Gritan y protestan porque no pillan o porque llegados al poder harán los contrario que hacen estos del PP y del Gobierno?

¡Eso que no se hablaban Sánchez y Casado! ¡Qué tíos, qué buen teatrillo regalan al respetable que paga el espectáculo cada cuatro años sin reparar en el truco!

Imposible creer en un sistema que se rompe y fractura sin que los que elegirán a Manuel Marchena crean estar intoxicados. Pero lo están. Como mínimo la apariencia de parcialidad abre las escotillas de la sospecha en la opinión pública, que cree que el día que tenga que ver cara a cara a un juez todo dependerá de quién te toque y no del Código con que le juzguen. La Justicia sin la apariencia de imparcialidad no es nada y se transforma en materia orgánica para abonar un muladar. 

Y sin embargo, en España trabajan 5.500 jueces, cientos de ellos sin estar asociados, pasando literalmente de Asociaciones que, si bien critican la forma en que se elige al Poder Judicial, forman parte de la farsa y el cuento, proponiendo a sus socios para sentarlos en un sillón junto a Manuel Marchena.

Una gran mayoría de esos jueces desconocidos hace su trabajo como puede, y lo saca con la voluntad y oficio que tienen. Están lejos de los focos y los titulares del periódico. Juegan a la Lotería de Navidad, pero nadie les dice qué número va a tocar. En estos hay que confiar. Probablemente cuanto más humildes mayor fortaleza para defender un sistema que está roto, como casi todo en España. 

Mientras tanto respiremos hondo y notemos la asfixia, que dice Bob Dylan.

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