Opinión

Mariano, tienes que irte a casa hoy mismo

En los muros de piedra de la preciosa iglesia del monasterio de Santa María de La Vid, en la localidad burgalesa del mismo nombre, a escasos 18 kilómetros de Aranda,

En los muros de piedra de la preciosa iglesia del monasterio de Santa María de La Vid, en la localidad burgalesa del mismo nombre, a escasos 18 kilómetros de Aranda, “río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja: nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua”, hay una marca bien visible que recuerda la altura a la que llegó la riada que anegó el valle en la primavera de 1876, ya con la Orden de San Agustín a cargo del cenobio abandonado tras la famosa desamortización de Mendizábal. En los muros de historia de esta peripatética España nuestra, muy probablemente también quedará marca de la gran riada provocada en este final de mayo de 2018 por dos fenómenos que amenazan con alterar radicalmente el futuro inmediato de 46 millones de ciudadanos: la abierta rebelión contra España y su Constitución del separatismo catalán, y la sentencia de la pieza principal del “caso Gürtel” que ha dejado al partido del Gobierno reducido a cenizas en lo que a su capacidad para seguir gobernando se refiere.

La utilización por parte de uno de los magistrados del tribunal sentenciador, viejo conocido de la afición, de eso que se llama el “uso alternativo del Derecho” para concluir -sin venir muy a cuento, puesto que la cosa iba de las tropelías cometidas por Correa y sus cuates en dos Ayuntamientos madrileños-, que el PP dispuso entre 1989 y al menos 2008 de “una estructura financiera y contable paralela a la oficial”, es decir, una Caja B que considera “probada”, ha producido en el PSOE de Pedro Sánchez una reacción oportunista, cortoplacista y desestabilizadora consistente en la presentación de una moción de censura que hoy tiene al país con el corazón en un puño. Una operación presentada para más INRI en nombre de la “estabilidad”, que solo puede salir adelante con el concurso de los enemigos de todo lo que representa la estabilidad, tiene bemoles la cosa, de partidos antisistema o abiertamente partidarios de la ruptura de la unidad de España, una unidad que es la piedra angular sobre la que se asienta la igualdad entre españoles.

Los españoles ya están notando las consecuencias de la volatilidad política

Y lo que hace cuatro días parecía una quimera, hace tres empezó a ser posible, hace dos pasó a probable, y ayer en muchos predios se daba como perfectamente factible, para espanto de quienes consideran que en seis meses un Gobierno presidido por don Pedro Sánchez Pérez-Castejón con el apoyo de separatistas y antisistema del más variado pelaje y condición, es muy capaz de dejar España convertida en un erial en la doble vertiente de la unidad, porque el apoyo de los “separatas” nunca sería gratis en contra de lo que el voluntarioso Pedro intenta hacernos creer, y de la estabilidad imprescindible para la generación de crecimiento económico. De hecho, los españoles ya están notando las consecuencias de la volatilidad política que ha dejado como regalo la sentencia de Gürtel y que ha terminado por transmitirse a los mercados financieros con la inestimable ayuda, muy cierto, del caos político italiano. Y lo estamos pagando en la doble vertiente de la prima de riesgo (coste de la deuda pública) y de las cuantiosas pérdidas sufridas por empresas e inversores privados –muchos de ellos modestos- en Bolsa.

La aventura de Pedro y sus mariachis indepes en ningún caso saldría gratis a los españoles. Muy al contrario, puede tener efectos muy negativos para el bolsillo de los ciudadanos. La disposición del candidato socialista de cepillarse a las primeras de cambio la reforma laboral del PP, quizá una de las pocas medidas tomadas por el Gobierno Rajoy en la primera legislatura que han funcionado, y a las pruebas me remito, es simplemente una locura que hoy no avala ningún experto con un mínimo de sentido común. Por muchas y monótonas que sean las protestas de los sindicatos sobre la “calidad” del nuevo empleo, siempre será mejor crear puestos de trabajo que seguir engordando las listas del paro. Otro tanto ocurre con la reforma del artículo 135 de la Constitución, referida a la estabilidad presupuestaria (déficit cero), introducida por el Gobierno Zapatero en agosto de 2011 con el respaldo del PP entonces en la oposición, y que el señor Sánchez ha amenazado reiteradamente con dinamitar para poder gastar a su gusto, le guste o no a Bruselas.   

Pedro Sánchez no sabe quién manda aquí       

Es una de las curiosidades que distinguen a este atrabiliario personaje que la militancia del PSOE ha optado por poner al frente del partido en la segunda década del siglo XXI. El muchacho, en efecto, no parece haber estudiado la historia (reciente) de España, no parece haber preguntado a Zapatero por qué tuvo que cambiar la Constitución a uña de caballo en una tormentosa noche de verano, y tampoco parece haberse enterado de por qué ha fracasado el Gobierno zombi italiano formado por una coalición de extrema derecha y extrema izquierda antieuropeas. No parece, en suma, haber recibido el mensaje de que la Unión Europea es un club al que nadie está obligado a entrar pero en el que es imprescindible asumir ciertas normas de obligado cumplimiento. Este es el riesgo que para la estabilidad española introdujo la aventura personalista de un joven empeñado en ser presidente a cualquier precio. Un precio demasiado alto para el futuro de un país al que ha costado sangre sudor y lágrimas posicionarse, tras siglos de pobreza e incuria, entre las naciones más desarrolladas del mundo, y que ahora puede irse por el desagüe en un santiamén.

La herencia de Rajoy, desoladora, a la vista está

Claro que la culpa, o no toda, no es de Sánchez ni de su partido, un PSOE dispuesto a quemar las naves de su irrelevancia abrazado a rancias fórmulas populistas. La culpa es de Mariano Rajoy y del Gobierno del PP que encabeza desde diciembre de 2011. A la luz de la amenaza terrible que hoy se yergue sobre España por culpa de ese eventual Gobierno Frankenstein que el socialista pretende encabezar, no puede resultar más descorazonador recordar la histórica ocasión perdida con la mayoría absoluta de noviembre de 2011, la “mejor ocasión que vieron los siglos” para haber cambiado de raíz la suerte de una España que, arrastrándose al final de la Transición, estaba dispuesta a ser abierta en canal sobre la mesa de operaciones para que un buen cirujano hiciera de ella por fin el país moderno, rico, justo y reñido con la corrupción con el que sueñan tantos españoles. Resultó que el cirujano era apenas un curandero de pueblo que solo sabía administrar aspirinas para curar un cáncer. Un político desprovisto de cualquier asomo de la grandeza, la altura de miras y el liderazgo que exigía el momento. Su herencia, desoladora, a la vista está.

Pero lo que en modo alguno podemos permitir en esta hora de desasosiego colectivo es que, enrocado en su determinación de seguir en Moncloa contra viento y marea, deje como regalo a los españoles este Gobierno zombi capaz de poner en riesgo la paz y la prosperidad de todos. Ya estás tardando, Mariano. No cabe en cabeza humana que no presentes hoy mismo tu dimisión para frustrar, de la mano de Ciudadanos y el PNV, ese eventual Gobierno, y como forma de abrir un proceso reglado que conduzca a la celebración de elecciones generales cuanto antes, porque son los españoles en su conjunto, como sujetos de la soberanía nacional, quienes tienen que decir quién y con qué programa quieren ser gobernados. Supongo que a la hora de escribir estas líneas los resortes vitales del país, si es que queda alguno -que esa es otra, porque ni sociedad civil, ni poderes empresariales, ni intelligentsia- deben estar presionando en esta dirección. Mariano, tienes que irte a tu casa hoy mismo. Si no por patriotismo, por decencia. Poco importa aquí y ahora perderse en los vericuetos legales de su sucesión al frente del Gobierno y del PP. Lo importante es desatascar de una vez el albañal, quitar el tapón que impide a este país baldear la cubierta de mierda y empezar a caminar por la senda de la regeneración. Nos merecemos otra cosa.     

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