Opinión

El ‘molt honorable’ Marià Rajoi i Brei

No hay que descartar que Rajoy acabe siendo investido presidente de la Generalitat para dar carta de naturaleza a una situación de facto

Fuera gorros y basta ya de teatro. Al paso que vamos -y créanme que vamos para muy, muy largo- Cataluña, Tabarnia o la ensoñación de república que algunos aún acarician sin reparar en la realidad, no tendrá Govern hasta que las ranas críen pelo o a la estatua de Colón, al final de las Ramblas, le dé por bajar el dedo. El último disparate soberanista señalando al ínclito Jordi Sànchez como ungido para ocupar el Palau de Sant Jordi, no es sino una maniobra dilatoria que convierte las acciones del bloque indepe en un ejercicio de puro filibusterismo. La estrategia consiste en dilatar lo más posible una situación imposible, obstaculizando la elección de un nuevo presidente y prolongando, por tanto, la aplicación del artículo 155 de la Constitución.

 

Todo es, reconozcámoslo, extremadamente burdo. Se supone que los adalides de la Catalunya lliure, debían de ser los más interesados en acabar con la actual situación de interinidad que ha dejado excepcionalmente en suspenso el autogobierno en esa comunidad. Hoy Cataluña es una autonomía de menor intensidad que La Rioja, Murcia o Castilla-La Mancha. Todas las decisiones de gobierno se adoptan a seiscientos kilómetros de distancia, concretamente en el Palacio de la Moncloa, lugar en el que cada viernes, al finalizar el Consejo de Ministros, se celebra una reunión ad hoc para adoptar las decisiones correspondientes a su territorio. La situación es escrupulosamente constitucional, aunque al Ejecutivo de Rajoy le dé apuro y no se atreva a celebrar una de estas reuniones en Barcelona por mor de un acomplejado qué dirán.

 

Cataluña es hoy una autonomía de menor intensidad que La Rioja, Murcia o Castilla-La Mancha

 

Así funciona todo mientras el bloque de los independentistas propone nombres imposibles a sabiendas de que lo son, en una especie de auto prevaricación de libro. No es posible investir a Puigdemont, aunque han estado intentándolo semana tras semana. Tampoco a Jordi Sànchez, actualmente encarcelado. No será factible hacerlo con Rull, Turull ni con todos los empapelados por su sedicente actuación en pos de una república convertida en quimera irrealizable por la fuerza misma de los hechos. Y la cosa no terminará hasta que se avengan a elegir a alguien que, de verdad, pueda asumir la responsabilidad de gobernar Cataluña sin cuentas pendientes con la justicia. Mientras eso no ocurra, el 155 seguirá en vigor, por ello tal parece que los republicanos más contumaces se encuentran cómodos en este impasse que impide que el reloj hacia unas nuevas elecciones avance en su cuenta atrás, haciendo de la autonomía un territorio legalmente teledirigido desde la capital de España. Es lo que quieren y es lo que tienen. Tal cual.

 

De acuerdo con la situación perseguida por victimismo, torpeza o ambas cosas, casi valdría más la pena convocar una sesión de investidura en el Parlament para otorgar carta de naturaleza a una situación de facto. En ese pleno, presidido obviamente por Roger Torrent i Ramió, se procedería a la elección como molt honorable president de Marià Rajoi i Brei, quien ya podría nombrar Govern y proceder a adoptar todas las medidas consuetudinarias oportunas para que Cataluña funcione a pleno rendimiento. El victimismo del bloque separatista sería el mismo, pero los resultados para los ciudadanos podrían ser notablemente mejores, entre ellos que el artículo 155 dejaría de tener razón de ser.

 

Cada viernes, el último punto del orden del día del Consejo de Ministros se destina a tomar las decisiones importantes que afectan a Cataluña

 

Es una idea. Otra sería proceder a nombrar en Waterloo el Consejo Privado de Puigdemont, president en fuga, a modo y manera de lo que fue el Consejo de don Juan en Estoril. A fin de cuentas, y según hemos sabido, aparte del  potentado empresario Matamala, existen altos cargos catalanes que ya contribuyen a sufragar su estructura en el exilio, tal como hacían los notables que financiaban la estancia del conde de Barcelona en Portugal. En el fondo no hay nada nuevo. La historia se repite siempre como drama o como tragedia. Por eso, todo esto no debería sorprendernos demasiado. Aunque en este caso lo que vivimos no sea sino una distopía escrita a medias por Valle Inclán y Arniches. De ahí que transite, según lo días,  entre el esperpento y el sainete.

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