La del 21 de diciembre fue una noche triste para quienes soñaban con la proeza de ver al bloque constitucionalista, con Ciudadanos (C’S) a la cabeza, protagonizando el milagro de dar la vuelta en 55 días al rodillo nacionalista crecido y consolidado en Cataluña tras casi 40 años de abandono por el Estado. El prodigio se produjo, porque no de otra forma cabe calificar el que un partido que en las autonómicas de 2006 consiguió apenas 89.840 votos y 3 escaños, once años después haya superado la barrera del millón cien mil votos y los 37 escaños, convirtiéndose en el primer partido catalán. El milagro, con todo, no fue suficiente para tapar la decepción de una noche que volvió a situar al bloque independentista en condiciones de gobernar de nuevo por mayoría absoluta. Más ajustada, porque han perdido 2 escaños (de 72 a 70), pero de nuevo al frente de la Generalidad. Como era previsible, un 155 abreviado y mal aplicado no fue suficiente para bajar del guindo a una parte siquiera de la feligresía indepe.
En 1999, cuando C’s aún no existía, el PPC tuvo menos del 10% de los votos
Una visión posterior más sosegada arroja algunas conclusiones que contradicen el shock de esa noche y abren no pocas ventanas de esperanza. Moderada si se quiere, pero esperanza, a condición, claro está, de que se acepte que esta es una batalla por las ideas, por la libertad y por la democracia (la de verdad, no la que subvierten los protonazis indepes), que habrá que reñir con perseverancia de años. Los datos: en 1999, cuando C’s aún no existía, el PPC tuvo menos del 10% de los votos. Tras la irrupción en escena del grupo naranja, la suma de ambos no ha parado de crecer, hasta alcanzar el jueves su máximo histórico con cerca del 30% de los votos. Los catalanes que se declaran abiertamente españoles, sin el doble juego de ese PSC acostumbrado a jugar a la equidistancia, son el bloque que más ha crecido desde entonces con diferencia, circunstancia en la que ha jugado papel esencial un C’s que no sólo han capturado buena parte del voto popular, sino que han ganado para la causa de la unidad a antiguos votantes de PSOE, IU, Podemos y quizás hasta de CiU.
El independentista se ha demostrado un bloque pétreo, con entre un 47% y un 49% del voto. Sin embargo, y aunque sea mínimamente, en todas las elecciones desde 2006 viene dejándose pelos en la gatera, viene perdiendo votos, lo que no es una buena noticia para los talibanes de la República Independiente de Catatonia. La suma de JxCat, ERC y CUP perdió el jueves escaños y porcentaje de voto. Si Cataluña fuese una circunscripción única, el bloque constitucional hubiera obtenido 70 escaños, por 65 del indepe (uno en Lérida cuesta 16.008 votos, frente a los 38.496 de Barcelona). De los 15 municipios de más de 75.000 habitantes, el bloque indepe (incluida CUP) ha quedado por debajo o muy por debajo de su media de votos en 12 de ellos, habiéndola superado únicamente en Sant Cugat, Lérida y Gerona. Es la fuerza del independentismo en la Cataluña interior, el integrismo de esa Cataluña rural que se resiste a morir casi 200 años después de finalizadas las guerras carlistas.
Lo cual no empaña la realidad de esos 2 millones de señores dispuestos a seguir votando independencia mientras la economía catalana se va al garete. Que en pleno siglo XXI, y en una región que tradicionalmente ha pasado por rica, culta y viajada, haya tanta gente dispuesta a considerar a un botarate como Carles Puigdemont, un saltimbanqui sin oficio ni beneficio, una especie de Mesías digno de adoración mientras enarbola las tablas de la ley de la tierra prometida, no puede por menos de resultar revelador del grado de irrealidad en que se ha instalado ese Movimiento Nacional supremacista que, más que una brecha entre ideologías, es un abismo entre realidad y ficción.
Solo existe el nacionalismo alienado
Ha ocurrido lo que era de prever: la fuga en masa del votante unionista tradicional desde el PPC a C’s. No ha fallado, por eso, tanto el PPC como el PSC. Quien ha trabucado con estrépito ha sido ese bailarín de claqué apellidado Iceta. A estas alturas de la película produce asombro observar como un tipo listo como él ha podido creer que en Cataluña había espacio para un nacionalismo moderado. Hoy no hay nacionalismo moderado, querido, no existe, eso es pura ficción. Solo existe el nacionalismo alienado, capaz de votar con una piedra al cuello para irse al fondo del océano con la Cataluña productiva. La operación destinada a anclar en el PSC los ciento y pico mil votos que antaño pertenecieron a Unió ha sido un fracaso. Nadie se ha creído el cuento de Espadaler, y menos las piruetas de un Iceta que ha realizado una campaña un punto grotesca, bailes aparte, condimentada con patinazos como lo del indulto a los golpistas antes siquiera de haber sido condenados. Sic transit, Miquel. Para terceras vías, las de la estación de Sants.
Pedro Sánchez tiene otro problema
Si los socialistas catalanes hubieran logrado no los 24 diputados con que inicialmente soñaban, sino 20, 3 más de los 17 conseguidos, hoy estaríamos hablando de una realidad bien distinta en Cataluña. De modo que Pedro Sánchez tiene un problema, uno más, para ser sinceros. Que el personaje pretendiera el viernes escurrir el bulto de su responsabilidad en el tortazo del PSC desviando la atención hacia el PPC y reclamando a Rajoy “una hoja de ruta para Cataluña” produce cierto bochorno. Y ¿cuál es tu hoja de ruta, Pedro? Ni asomo de autocrítica. Él es otra víctima del 21-D, una jornada que parece haber agostado prematuramente esa incierta “primavera” que supuso su vuelta al liderazgo de Ferraz. El PSOE sigue muerto y no parece que la segunda intentona de Sánchez vaya a ser capaz de devolverlo a la vida.
Mientras Iñigo Errejón, verdadero cerebro en la sombra de una izquierda posible en España, ríe viendo cómo se desgasta nuestro pequeño Stalin patrio
Golpetazo para ese genio parlanchín que es Pablo Iglesias, un tipo que aceleradamente se diluye en el flujo de su verborrea vacía, mientras Iñigo Errejón, verdadero cerebro en la sombra de una izquierda posible en España, ríe para sus adentros viendo cómo se desgasta nuestro pequeño Stalin patrio. Trompazo también para la ocupa Inmaculada Colau, que sale del lance debilitada de cara a renovar como alcaldesa de Barcelona tras el fiasco de sus Comunes. Constatar que en peor situación aún han quedado esas amables e higiénicas gentes de la CUP no puede sino mover a la risa. Los comunistas antisistema han preferido votar el original independentista que representan los ricos de JxCat, la Convergencia de siempre, antes que la copia.
Nada comparable, sin embargo, al cataclismo que estas catalanas han ocasionado en el PP. Me cuento entre quienes sostienen que la Transición acabó en junio de 2014 con la abdicación de Juan Carlos I; ahora, sin embargo, me inclino a pensar que la verdadera piedra miliar que en el futuro marcará el fin a ese periodo histórico será el segundo semestre de 2017, con el estallido de la crisis catalana como telón de fondo. Por la carga simbólica de lo ocurrido, y por su significado para los llamados “partidos del turno”. La posición residual que hoy ocupa el PP tanto en Cataluña como en el País Vasco merma de forma dramática su tradicional capacidad para operar como partido vertebrador del territorio, un cambio de estatus de gran importancia estratégica. Ciudadanos es la marea dispuesta a rebasar la marca catalana para expandirse por el resto del territorio español, es el reemplazo de un PP lastrado por la corrupción, la cobardía y la ineptitud de sus dirigentes. Una fuerza joven y sin complejos, dispuesta a llamar a las cosas por su nombre. Un partido, de momento, ligero de equipaje. ¿Cuánto tardará en producirse el sorpasso?
El batacazo de la virreina Soraya
Probablemente no todo sea culpa de Mariano. Hay quien sostiene que el presidente ha sido sistemáticamente engañado sobre lo que ocurría en Cataluña por una información sesgada que le llegaba de sus tiralevitas en nómina, gente que sencillamente no le decía la verdad. ¿Por qué tantos catalanes han elegido la papeleta de C’s? Porque C’s ha demostrado que no le tiene miedo al nacionalismo, que sabe plantarle cara y que es capaz de sacarle los colores a esa tropa fanatizada hasta la náusea. No hay truco. A la cabeza de los desinformadores profesionales, la señora vicepresidenta, una mujer que ha quedado desautorizada dentro del PP y no digamos fuera. El batacazo sufrido como embajadora plenipotenciaria de Rajoy en el virreinato catalán es de los que hacen época. Ineficacia y ridículo espantosos. Tanto, que hasta cierto punto resulta sorprendente que todavía no se haya ido a su casa, lo que demuestra que además de talento le falta vergüenza.
Haber sido engañado por sus adláteres no disculpa en absoluto la conducta de un presidente obligado a estar bien informado. La respuesta de Mariano de este viernes, viniendo a decir que aquí no ha pasado nada, no hace sino agrandar la dimensión del problema: no tiene más remedio que convocar generales antes de levantar el campo para irse con la música a otra parte, si no quiere dejar al PP reducido a escombros. El desastre catalán y el empuje de C’s han abierto en canal el debate sucesorio en Génova. De momento, sólo Feijóo ha enseñado tímidamente la patita. Pretender tirar p’alante hasta agotar la legislatura en el horizonte de un 2018 abriendo todos los días la actualidad con los juicios por los casos de corrupción y con unos medios de comunicación que cada día controlas menos, suena a aquella escena final de “El hundimiento” donde un Führer refugiado en los sótanos de la cancillería pretende seguir soñando con divisiones acorazadas que ya no existen. El escenario de un partido desmoralizado y roto, enfrentado a la fuerza emergente de una formación que cada día le gana más y más terreno, acabará por llevarse por delante a Mariano, a Soraya y al resto de la compaña. Solo que para entonces es posible que del PP no queden más que las cenizas.
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