Los tiempos son tan duros que ya nadie busca más héroes que los de Netflix. Al anochecer, tras la ovación de los balcones, el único consuelo esperable es una amigable copita de vino y una de esas tranquilizadoras series de televisión en las que el mal siempre pierde. Ley y Orden, por ejemplo.
Nadie busca héroes. La clase política ocupa desde hace tiempo una estantería preferente en la chamarilería del barrio. Material desechable, mercadería de container. Salvador Illa, ministro de Sanidad, el de los 'test pirata en un mercado loco', encabeza la nómina de la cochambre. Será el chivo expiatorio del desastre. Moncloa ya le ha puesto el lacito para arrojarlo a los leones cuando el nivel de la ira se desborde. El ''experto' Simón, abrasado y acabado, comparte el envoltorio. Es el precio que Sánchez y su equipo pagarán por la devastación. Poca cosa. Las demandas judiciales ya afilan sus cuchillos y los tribunales les esperan.
Entre tanta desolación de la familia política, aparecen de cuando en cuando, algunos destellos de esperanza, excepciones aisladas. Díaz Ayuso y Margarita Robles se mantienen firmes en sus respectivos timones, el Gobierno de Madrid y las Fuerzas Armadas. También aparecen peones, hasta ahora ignotos, que lanzan destellos en el tablero político. María Muñoz (de la Miel), de Ciudadanos, y Juan Luis Steegman, de Vox, son dos sorpresas esperanzadoras y reseñables.
Y por supuesto, José Luis Martínez-Almeida, el alcalde de Madrid, colchonero y motero, el primero que lo vio claro y se puso en marcha. Mano a mano con Ayuso, el 10 de marzo ordenó el cierre de bares, terrazas, centros culturales, deportivos, de mayores. Madrid lanzó el primer aldabonazo que sobresaltó los cimientos de Moncloa. Sánchez sesteaba en su estrategia de 'no alarmar', como ha reconocido García Page, mientras los hospitales anunciaban catástrofe y los tanatorios se desbordaban.
Almeida, salvando las distancias de un par de palmos en vertical, es una especie de Andrew Cuomo, el esforzado gobernador de Nueva York, otro personaje en vías de consagración. Dos líderes sensatos, dos referentes de prudencia en el marasmo del dolor. Cuomo comparece cada tarde ante los medios y transmite información y confianza. Nada de palabrería hueca de 'aló presidente', nada de esa logorrea embaucadora con la que los voceros de la Moncloa intentan cada día una hipnosis colectiva. "No seáis reactivos, sed proactivos, idead cosas, cread", aconseja Cuomo a su gente, con voz serena y gesto calmo. El anti-Trump.
"Cuando pase todo esto, pediremos que el Gobierno sea transparente y transmita toda la información". No dice más. Ni sobre Sánchez, ni sus mentiras, ni sus desastres
Almedia, de una familia política muy guerrera, la de Esperanza Aguirre y José María Aznar, es ejemplo de aplomo y moderación. Tiempo atrás militaba en la cuadrilla de los beligerantes, el PP 'sin complejos' y sin pelos en la lengua. Ese papel lo asume ahora Pablo Casado, como demostró este miércoles en el eterno, tedioso y redundante debate parlamentario sobre el estado de alarma. Almeida huye del fango y de la trifulca, aparca la batalla ideológica, congela la proclama. El anti-Carmena, para entendernos. "Cuando pase todo esto, pediremos que el Gobierno sea transparente y transmita toda la información". No dice más. Ni sobre Sánchez, ni sus mentiras, sus desastres. Tiempo habrá.
Informa puntual y minuciosamente a los madrileños, no oculta los datos por más terribles que sean. En el territorio del desastre, llama a la acción, trata a la gente como adultos, no alardea de nada y no levanta la voz. Se dedica a la gestión, a intentar que Madrid funcione, que no se hunda la metrópoli. Concreta rebajas fiscales, congela alquileres, aparcamientos gratis para que evitar metro y bus, transporte gratis para sanitarios, hoteles para los sin techo. Hasta se ocupa de los perros olvidados y de los gatos del Retiro.
Todo saldrá bien
Una descomunal bandera nacional con un 'Gracias' acorazonado a lo Milton Glaser, I love NYC, ocupa la fachada del Ayuntamiento. Apenas nueve meses después de llegar al cargo, A Almeida le ha tocado lidiar con la mayor tragedia de la historia de Madrid. Menuda broma los mamelucos. "Juntos lo haremos". "Todo saldrá bien", insiste en sus comparecencias públicas. Tres millones de vecinos aguardan y escuchan sus palabras con respeto. Madrid agoniza, pero los madrileños, fieros, unidos, resisten.
La incapacidad ansia de poder de este Gobierno sólo es comparable a su incurable incapacidad para ejercerlo. Es lo que piensa el común, desde Tetuán a Chamberí, de Moratalaz a Vallecas. Es lo que cree Almeida. De momento, se lo calla. Cada mañana, desde su fiel corazón colchonero, sale dispuesto al combate y grita a los cuatro: "Vamos Madrid, Hala Madrid". Esta Champions la vamos a ganar. Todos.
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