Algunos reprochan a Paul Auster su mala puntería al momento de rematar sus novelas. No son cosa fácil los finales, ni en la literatura y ni fuera de ella. Dan problemas. Los hay cerrados o abiertos. Inconclusos, como el que escribió Cervantes para La Galatea, o demoledores como el de García Márquez para El Coronel no tiene quien le escriba, con ese lapidario "mierda" con el que contesta Aureliano Buendía a la pregunta "Dime, ¿qué comemos?". Las cosas acaban..., el asunto es cómo.
Dijo esta semana Javier Cercas, el ganador del premio Planeta 2019 (válgame Dios, incluido), que muchos habían vivido el procés no como una ficción o una mascarada, sino como una realidad terrible. Se lo dijo al periodista Carlos Alsina en la primera entrevista que el escritor concedió después del bombazo, no el de presentarse a un premio de la competencia, sino el que se desataba en Barcelona la noche en que subió a recoger aquel galardón, concedido en una ciudad en llamas. O a pesar de ella.
El 'procés' es una ficción mal acabada, lo cual en la literatura es un martirio, pero en la vida real es una maldición
Lleva razón Cercas. El procés es una invención mal escrita que martiriza a quienes la escuchan un día, y el otro, y el otro. Está lleno de hipérboles y truculencias. Desconoce la elipsis. Sobreadjetiva. Propone paradojas que no resuelve. Aun siendo una farsa tiene el efecto de una tragedia. El procés es una ficción mal acabada, lo cual en la literatura es un martirio, pero en la vida real es una maldición. De tanto contenedor y coche quemado, finalmente lo conseguirán: convertir a Barcelona en una ciudad ceniza.
El procés, como en muchas otras cosas, aborta cualquier promesa, incluso la de su final. Tanto la sentencia del Supremo como la operación 'Tsunami' confirman que esto no llega a su fin. Que colocar el punto y final parece remoto e improbable. El despliegue del independentismo rehúye el desenlace y abusa del clímax. El síndrome del día histórico que acaba en la normalización del absurdo.
Encarcelarlos o incluso emitir una euroorden como la de Puigdemont no es ese acto ciego de castigar a un inocente de la novela de Harper Lee
El martirologio del procés para sembrar el caos y la concepción de los encarcelados como víctimas son una ficción defectuosa. No se les juzga por querer la independencia, sino por intentar perpetrarla a costa de romper las leyes. Encarcelarlos o incluso emitir una euroorden como la de Puigdemont no es ese acto ciego de castigar a un inocente, de matar a ruiseñor como decía el abogado Atticus al jurado que debía decidir si Bob era o no culpable de haber violado y asesinado a una niña blanca en la novela de Harper Lee. No basta esa lógica para alargar esta pésima e interminable novela.
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