Opinión

Matones

Cuando escribo estas líneas (será ayer para ustedes), hay un chaval de 23 años, Alex se llama, que se debate entre la vida y la muerte en un hospital de

Cuando escribo estas líneas (será ayer para ustedes), hay un chaval de 23 años, Alex se llama, que se debate entre la vida y la muerte en un hospital de Bilbao. Todo indica que no sobrevivirá, lo dicen los médicos y también la familia. Tiene la cabeza destrozada después de la terrible paliza que le dio una recua de matones que se hacen llamar “Los hermanos Koala”. Son unos treinta, de muy diversas edades, y la mitad están ya detenidos. El motivo para machacar a Alex fue que los matones estaban agrediendo a una chica en plena calle y él les increpó por ello. Eso es lo que seguramente le costará la vida.

Haga el juez lo que haga con esa piara, creo que el asunto merece un estudio científico, sin la menor duda desde la ciencia veterinaria. Es una pena que se haya muerto mi querido Miguel Cordero del Campillo, memorable catedrático de Patología Infecciosa y Parasitaria en la facultad de Veterinaria de León y autor de un espléndido Índice-catálogo de zooparásitos ibéricos publicado en 1980. Con este hato de los “Koalas” habría disfrutado mucho, porque es evidente que caen en su terreno de investigación. Esta gentuza añade datos muy interesantes a los aportados por los científicos que completaron las teorías de Darwin y que han demostrado que diversas especies de homínidos, unos más evolucionados que otros, coincidieron en los mismos tiempos y lugares, y acabaron prevaleciendo no los más brutos sino los más listos.

Pero es que los “Koalas” nos llevan un paso más atrás en la escala evolutiva. Hay que ponerse a buscar entre los simios, y desde luego no entre todos, hasta encontrar especies que se dediquen a montar expediciones para agredir a otros congéneres suyos sin obtener nada con ello: ni territorio, ni comida, ni agua, ni posibilidades de apareamiento. Nada. Solo por puro placer, por el simple gusto de golpear a otros o de matarlos. El vértigo del sadismo en grupo. Este es el caso de los “hermanos Koala” y de algunos grupos de chimpancés africanos; desde luego no todos, ¿eh?, y subrayo esto con la intención de mantener a salvo el buen nombre de los chimpancés, animales muy inteligentes que no se merecen según qué comparaciones.

Chusma de hampones

Cuando pasan estas cosas siempre se buscan explicaciones. Familias desestructuradas, se dice. Violencia familiar de larga duración, se insiste. Ambiente de drogas, se sugiere. Perdonen ustedes: y una mierda. Si eso fuese siempre así, Beethoven habría sido un asesino en serie y no un músico, porque padeció todo eso. Como Truman Capote, como Elton John y como veinte mil más. La inmensa mayoría de los chavales que crecen en ambientes que podríamos llamar tóxicos no terminan formando una chusma de hampones. Es fácil que pasen por etapas difíciles pero salen adelante de un modo u otro y, antes o después, llega el día en que se hacen la pregunta esencial: Yo ¿quién soy? ¿Y qué es lo que quiero ser? Y a partir de ahí cambia la vida.

Eso es lo que seguramente nunca se habrán preguntado los más viejos de estos “Koalas”, que andan ya por los treinta y llevan dos décadas comportándose como chimpancés, sometiendo a los más chicos a la tiranía del grupo (de nuevo como los chimpancés) y tratando de imitar, a lo cateto, a las “maras” latinoamericanas. Pero esas “maras” tratan de sustituir, en la vida de los chavales, a un Estado que no funciona y que no les ofrece el menor futuro. Y, por más difíciles que sean estos tiempos que padecemos, no es el mismo caso ni lejanamente. Estos son, simplemente, matones. La equivalencia conductual de los prosimios.

“Es que yo no me creo eso de que la gente se siga contagiando”. Ahí echó la barbilla hacia delante y remató, con mucho retintín: “El Gobierno miente”

Vivimos rodeados de matones, a poco que uno se fije. No todos acaban destrozándole la cabeza a un chaval, pero los principios, el núcleo mental, son parecidos. Hace poco, cuando la “quinta ola” de la pandemia causaba temor en todo el país, unos periodistas pararon por la calle, en Cataluña, a un jovenzuelo que iba con una chica, sin mascarilla ninguno de los dos. Pregunta: “¿No tenéis miedo a contagiaros?” Respuesta del muchacho: “Es que yo no me creo eso de que la gente se siga contagiando”. Ahí echó la barbilla hacia delante y remató, con mucho retintín: “El Gobierno miente”. La chica abrió mucho los ojos, sorprendida, pero no dijo nada.

Vamos a ver, chiquitín. No seré yo quien discuta que el Gobierno miente o deja de mentir en según qué cosas. Pero negar que la gente se sigue contagiando tan solo porque a ti te apetezca salir de fiesta, y decir encima que el Gobierno miente cuando asegura que hay contagios, es quedar como un gilipollas, perdona que te lo diga. Esa actitud chulesca, que está en la génesis del matonismo, es aprendida: tú sabrás en qué partido te han dicho que esa frase, “el Gobierno miente”, hay que usarla siempre y para todo, aunque el Gobierno asegure que tres y dos son cinco.

Otro caso, este casi divertido. No sé quién es un tipo que se llama Arturo Villa, no tengo ni idea, no me suena de nada. Es un mocito con barba. No sé más. Hace pocos días publicaba en su Twitter (me lo han reenviado, yo por Twitter apenas paso) una foto en la que aparezco yo, con mi mandil de maestro masón al cinto, en el espléndido templo que la GLSE tiene en Madrid. En la imagen aparecen varias personas más, todas sonrientes y tranquilas, mirando a la cámara. La foto debe de ser vieja porque uno de mis “hermanos” (así nos llamamos) falleció hace más de año y medio. Texto del tal Villa: “Hola Luis Algorri, ¿estos son tus amiguitos de tu Logia? Sería una pena que este tuit se viralizara y les expusieran públicamente como masones”.

Caramba, ¡ojalá esa foto, o cualquiera de las otras, se viralizase y la sociedad terminase de comprender, de una buena vez, qué somos y cómo somos!

¿Ven? Otro matón. Otro ignorante que no sabe que hay cientos de fotos como esa, todas públicas, porque el número de masones que no ocultamos nuestra condición de tales es mayor cada día. Otros no se atreven aún, sin duda por culpa de matoncitos amenazantes como este arrapiezo, que se piensa que seguimos en el franquiense. Caramba, ¡ojalá esa foto, o cualquiera de las otras, se viralizase y la sociedad terminase de comprender, de una buena vez, qué somos y cómo somos!

El último: al exatleta palentino Isaac Viciosa, poseedor del récord de España de los 3.000 metros hasta que hace unas semanas, en Gateshead, lo batió un chaval que se llama Mo Katir. Español. Viciosa, quizá quemado porque le hubiesen roto el récord, primero puso en duda la validez de la marca y luego reventó: “Me hubiera gustado que lo hubiese batido un atleta con apellidos castellanos”. A ver, señor Viciosa, ¿cómo de castellanos? Si Katir, que nació en Marruecos pero vive en Murcia desde los cinco años, se hubiese apellidado Ortigueira u Outeriño, ¿le vale? ¿Y si fuese Pons o Falcó? ¿Y qué le parecen Zuloaga o Andueza o Aramburu? ¿Tampoco? Oiga, ¿y García, que es el apellido más frecuente en Cataluña seguido de Martínez, López, Sánchez, Rodríguez y Pérez, por este orden?

Una oveja en el rebaño

Menos mal que Viciosa, a quien el cabreo le hizo asomar la vena xenófoba, racista y matonil cultivada también por alguna fuerza política, no tardó en despertar: rectificó, pidió perdón y acabó felicitando al rapidísimo murciano, que también tiene 23 años y que sin duda dará que hablar en los Juegos de París. ¿Ven? Es la parte positiva de todo esto. Las actitudes matonescas, grandes o pequeñas, graves o leves, pueden corregirse. ¿Cómo? Pues leyendo. Informándose. Aprendiendo a pensar por uno mismo, no repitiendo los cacareos fanáticos de los demás. ¿Es fácil? No, es mucho más fácil seguir la corriente del grupo, ser una oveja en un rebaño. Pero cuando uno se libera de la tiranía del rebaño pasa una cosa: que es mucho más feliz. Ser un matón, grande o pequeño, acaba por resultar bastante triste.

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