Pocos habrían oído hablar de McMinn, en el estado de Tennessee, hasta que hace unas semanas saltó la noticia a la prensa internacional y se difundió por las redes. La Junta Escolar de aquel condado sureño, en reunión celebrada el 10 de enero, había acordado por unanimidad retirar del currículum educativo Maus, la aclamada novela gráfica de Art Spiegelman que trata del Holocausto. El escándalo ha sido grande, como era de esperar, pues muchos lo han denunciado como un nuevo episodio de la llamada ‘cultura de la cancelación’, cuando no sugerían velados reproches de antisemitismo.
Maus no es un libro cualquiera. Es el único cómic hasta la fecha que ha recibido un Premio Pulitzer (1992), entre otros galardones. Publicado por entregas a lo largo de diez años en una revista puntera del cómic alternativo y después como libro en dos partes en 1986 y 1991, cuenta la historia de los padres del dibujante, Vladek y Anja, dos judíos polacos, supervivientes de Auschwitz. Dibujada en blanco y negro, la obra es una mezcla de géneros, a caballo entre la autobiografía, las memorias y la historia, pues la narración se mueve siempre en dos planos: las entrevistas del dibujante con su padre ya mayor, con quien mantiene una tensa relación, y los recuerdos de éste, al hilo de los cuales va relatando su juventud en la Polonia anterior a la guerra, la implacable persecución desatada por los ocupantes alemanes y la vida en los campos de exterminio.
Todo ello está contado con sobriedad, sin estridencias, dejando que los hechos hablen por sí solos, y con una pericia técnica admirable. El libro es conocido sobre todo por representar a los personajes como animales (los judíos son pintados como ratones, los alemanes como gatos o los polacos como cerdos), como en las fábulas clásicas. No en vano el libro se abre irónicamente con una cita de Hitler: ‘Los judíos son indudablemente una raza, pero no son humanos’. Tras el éxito del primer volumen, Spiegelman pinta al protagonista interrogado por periodistas que le preguntan por el mensaje de su obra. Su respuesta seguramente explica por qué merece la pena leerlo: ‘No sé. Nunca lo he reducido a un mensaje’.
Según explican, el cómic usa innecesariamente un lenguaje vulgar o soez, aparecen desnudos e imágenes de violencia y suicidio. Todo lo cual lo hace poco apto como lectura de clase
Por la fuerza que tiene la historia y la delicadeza con que está contada, uno pensaría que es un libro excelente para que los adolescentes conozcan el Holocausto a través del ‘relato de un superviviente’. No ha sido el parecer del Consejo Escolar de McMinn cuando ha decidido retirar el libro como lectura de clase de todas las escuelas del condado. Para situarnos, el libro formaba parte de un módulo dedicado a la enseñanza del Holocausto, dentro del currículum de ELA (English Language Arts) en octavo, es decir, el curso antes de entrar en la High School; estamos hablando, por tanto, de alumnos de trece o catorce años.
Hay además contumacia. Tras las reacciones adversas y la polémica suscitada por la retirada del libro, los miembros del Consejo Escolar se han reafirmado posteriormente en su decisión con una declaración pública, donde sostienen solemnes que su misión es velar por los valores de la comunidad. ¿Atenta entonces Maus contra los valores de la comunidad? Según explican, el cómic usa innecesariamente un lenguaje vulgar o soez, aparecen desnudos e imágenes de violencia y suicidio. Todo lo cual lo hace poco apto como lectura de clase, aunque no por ello niegan los méritos del libro ni la necesidad de instruir a las jóvenes generaciones acerca de los terribles hechos del Holocausto, etcétera, etcétera.
El padre la encuentra en la bañera donde se ha quitado la vida, aunque de ella apenas se esbozan la cabeza, el brazo que cuelga inerte y un pecho. Al ojo avizor del censor no se le escapa que uno de los puntos negros podría ser un pezón
Tienen interés las actas de la sesión del Consejo donde se tomó la decisión, pues recogen con detalle las discusiones que tuvieron lugar. Allí se ven los esfuerzos de los profesores por explicar el modo en que está diseñada la asignatura y el interés que tiene el libro como lectura de clase; en vano, pues se estrellan contra las reticencias de los miembros del Consejo Escolar, cuyas quejas se concretan en que el libro, de cerca de trescientas páginas, contiene ocho palabrotas y un desnudo femenino. ¡Un desnudo! Quien suponga que se trata de una imagen sexualmente explícita no podría estar más equivocado. La viñeta en cuestión retrata el suicidio de la madre del dibujante, una mujer frágil, acosada por los recuerdos, como el del hijo mayor que no sobrevivió a la persecución. El padre la encuentra en la bañera donde se ha quitado la vida, aunque de ella apenas se esbozan la cabeza, el brazo que cuelga inerte y un pecho. Al ojo avizor del censor no se le escapa, sin embargo, que uno de los puntos negros podría ser un pezón.
Algo similar sucede con el lenguaje soez. Los miembros del Consejo Escolar discuten un buen rato acerca de si podrían borrar del texto expresiones como ‘maldita sea’ (goddamn), que todos encuentran del todo inaceptables e innecesarias. Artie las usa en uno de los momentos más dramáticos de la historia, cuando descubre que su padre ha quemado sin más explicación los diarios que la madre llevó durante años con todo el cuidado y que guardaba para el hijo. A quienes se oponen la historia les importa poco y sólo se fijan en que si un alumno usara esas malas palabras en los pasillos o en el aula sería sancionado por ello. ¡Cómo van a leer un libro donde un personaje suelta tacos!
Qué harían si un alumno lee en voz alta esas frases, les espeta como si fuera un argumento irrebatible, porque ‘están en el libro que les están enseñando’
Para sorpresa o exasperación de alguna profesora, uno de los vocales más vocingleros no parece capaz de distinguir que los tacos sean puestas en boca de un personaje dentro de una historia a que los diga un estudiante. Qué harían si un alumno lee en voz alta esas frases, les espeta como si fuera un argumento irrebatible, porque ‘están en el libro que les están enseñando’. Una de las maravillas de la mente literal del censor es que borra por completo la distinción lógica elemental entre el uso y la mención de las palabras, como si no hubiera diferencia entre hablar con ellas de la realidad (¡eres tonto!) o hablar de las propias palabras (‘tonto’ es un insulto), en este caso las dichas por otro. De no haberla, se me podría acusar por ejemplo de antisemita por haber reproducido la frase de Hitler (‘los judíos no son humanos’) al comienzo. Los filósofos analíticos lo considerarían un pecado imperdonable, pero no parece que hubiera ninguno por McMinn.
Bromas aparte, no convendría subestimar la influencia de esa suerte de fetichismo de las palabras, que les confiere el poder de ofender, causar ansiedad o herir sensibilidades, al margen de si se usan o mencionan, con independencia de la intención con que se profieren o la situación comunicativa. Hay abundantes ejemplos de ello en las universidades y escuelas estadounidenses, a propósito de insultos raciales como ‘nigger’ (¡perdón, la n-word!), pues hemos visto profesores sancionados por leer en clase un texto de Martin Luther King donde denunciaba el uso de la palabra, para lo cual obviamente la menciona, o libros retirados de bibliotecas escolares. Casi no hay año en que el Huckleberry Finn de Mark Twain no sea retirado de alguna parte por ese motivo.
Al mismo vocal corresponde la declaración probablemente más obtusa de la reunión, lo que no carece de mérito, cuando explica por qué “esta clase de material” no puede estar en las escuelas, pues ‘muestra a gente colgada, o que matan niños’. ‘Eso no es sensato ni saludable’, remacha. Es lo que tienen los campos de exterminio, por desgracia. Cabría entonces preguntarse si tiene sentido explicar el Holocausto eludiendo los incontables horrores que tuvieron lugar en Auschwitz, donde fueron cruelmente maltratadas y asesinadas más de un millón de personas de todas las edades.
Como vemos, en la discusión no se ve rastro de antisemitismo. Lo que las actas reflejan en su lugar es la mojigatería más roma, un tipo de censura tradicional con su parloteo acerca de los valores de la comunidad y las buenas costumbres. No hay señal más clara que el alboroto pudibundo en torno a un desnudo apenas esbozado o unas palabrotas cuando tienen entre manos un asunto moral con las proporciones del Holocausto. Por lo demás, el episodio no es una mera anécdota, si pensamos que organizaciones como la American Library Association y otras vienen advirtiendo de cómo se multiplican los casos en que se retiran libros de escuelas y bibliotecas a lo largo de aquel país, por decisión del Consejo Escolar o la presión de los padres. Es una tendencia claramente al alza en los últimos años, por más que la mayor parte de los incidentes no alcance la notoriedad de Maus.
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