Opinión

La mayor exportación de Estados Unidos

Las guerras políticas americanas no son en absoluto parecidas a las españolas, ni sus traumas, ni sus obsesiones

La gran división de la política americana, más que izquierda y derecha, es sobre dos ideas de patriotismo.

La idea conservadora es la que ve los ideales de los padres fundadores como la verdadera esencia del país, que hacen de él un lugar único. Es la declaración de independencia, la constitución, y el Bill of Rights; todos los hombres son creados iguales, vida, libertad y búsqueda de la felicidad como aspiraciones y guías de la nación. Una nación de ideas, valores y leyes, no identidad cultural; el patriotismo americano tradicional es férreamente antinacionalista.

La idea liberal (progresista, en Estados Unidos) de patriotismo tiene como punto una frase distinta dentro de los documentos fundacionales del país: "a more perfect union", que abre el preámbulo de la constitución. Bajo esta visión, la idea clave de los padres fundadores era la de avance, la de mejora, la construcción continua de un país cada vez más justo y más libre. Lo que define a Estados Unidos es su ansia incansable de libertad y justicia, el mirar hacia adelante; abolir la esclavitud, la sociedad de naciones, el New Deal, derechos civiles, la lucha contra la tiranía allá donde esté presente. El ser patriota es creer que este siempre será un proyecto inacabado, que siempre mirar adelante.

El problema de tener a tu sistema político centrado en esta clase de debates espirituales es que son profundamente neuróticos. Estados Unidos es no sólo una democracia sino una nación joven, que vive aún bajo la sombra de sus padres fundadores. Al tener los héroes que crearon el país aún bien cerca, su sistema político a menudo parece girar exclusivamente en intentar interpretar qué esperarían esas figuras míticas de nosotros. Son como un adolescente en plena crisis de identidad que acaba de descubrir que sus progenitores no son tan perfectos como creían.

En España llamamos "la guerra civil" a una de nuestras guerras civiles; es difícil decir si era la cuarta o la quinta, dependiendo de cómo las cuentas

Los europeos tenemos un pasado, una historia llena de traumas, guerras, conflictos y problemas, pero nuestro catálogo de agravios es tan extenso y nuestros relatos tan largos que más o menos hemos aprendido a convivir con nuestros fantasmas. En España llamamos "la guerra civil" a una de nuestras guerras civiles; es difícil decir si era la cuarta o la quinta, dependiendo de cómo las cuentas. Prácticamente nadie en el continente puede mirar a su pasado y decir que eso son los héroes que fundaron el país de los que estar orgullosos sin sonrojarse (la única excepción es Alemania, un país que tiene constitucionalmente prohibido mirar atrás y sentirse orgulloso de nada, y los Italianos, que nunca se lo han tomado en serio), así que nuestros debates en política suelen ser sobre qué hacemos, no sobre quiénes somos, y cuando hablamos de lo segundo, estamos hablando de nacionalidad, no ideales.

Nuestra pequeña tragedia, como europeos, es que Estados Unidos tiene una influencia cultural enorme. Aunque el siglo americano haya llegado a su fin, el inmenso poder (y prestigio) del cine, música, prensa e intelectuales americanos, sumada a la abrumadora capacidad económica de sus empresas mediáticas y tecnológicas, hacen que lo que sucede en Estados Unidos sea retransmitido, en directo, en todas partes. Como consecuencia, tenemos acceso en tiempo real a toda y cada una de las neuras de ese país, documentadas y litigadas hasta el infinito en series, películas, libros, y demás historias. Y gracias a los milagros de internet, podemos seguirlos ansiosamente, aunque sin el contexto social asociado.

En la izquierda tenemos amplios sectores llorando sin cesar sobre brutalidad policial calcando el lenguaje de BLM, aunque la policía española es infinitamente más competente que la americana

El resultado es a menudo un tanto esperpéntico. Viviendo como vivo en Estados Unidos, es divertido ver cómo polémicas absurdas nacidas en los confines de la prensa conservadora o los movimientos sociales izquierdistas americanos acaban reapareciendo, poco después, en las páginas de opinión de los periódicos españoles. Aunque ocasionalmente el debate tiene sentido, lo más habitual es que muchas de las chorradas y ocurrencias más estúpidas sean traducidas con más o menos fortuna, y convertidas en caldo de cultivo de las inacabables batallas de los medios españoles.

Tenemos, por ejemplo, el "debate" sobre seguridad ciudadana, que es un calco de lo que los medios conservadores americanos repiten sin cesar. La diferencia es que Estados Unidos tiene unas tasas de homicidios diez veces mayores, y la criminalidad en España no ha variado demasiado en años recientes. En la izquierda, mientras tanto, tenemos amplios sectores llorando sin cesar sobre brutalidad policial calcando el lenguaje de BLM, aunque la policía española es infinitamente más competente que la americana. El debate sobre las armas de fuego ha sido adoptado inexplicablemente por los cazadores, y las histéricas conspiraciones contra la ciudad de quince minutos de los siempre auto-adictos americanos ha sido calcada irreflexivamente por algunos mentecatos ibéricos.

Y por supuesto, tenemos los insultos políticos, que incomprensiblemente todo el mundo disfruta copiando. La extraña manía de la derecha de hablar sobre libertad todo el rato es cargante, y lo de la izquierda de llamar Trump a todo el mundo aún más. Qué cansinos.

Aunque a veces esto de vivir en el futuro aquí en Estados Unidos hace gracia (próximamente en sus pantallas una empresa que quiebra por ser demasiado woke, y PFAS y su regulación. De nada), la verdad es bastante fatigoso. Estados Unidos es un país que vive muy traumatizado con una historia de racismo totalmente alienígena para los europeos (que tenemos racismo, pero con ejes distintos), un urbanismo nacido e inspirado por una historia del todo diferente, y un montón de políticos que siguen litigando los sesenta y Vietnam.

Las guerras políticas americanas no son en absoluto parecidas a las españolas, ni sus traumas, ni sus obsesiones. Dejad de replicar las batallas ajenas y la crisis identitaria permanente de esta gente, y hablad de los problemas reales del país.

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