No lo echarán porque se irá él antes. Me refiero a Nicolás Redondo. Hubo un tiempo en el que la discrepancia, el debate y ciertas dosis de autocrítica tuvieron cabida en el Partido Socialista. Incluso con Rodríguez Zapatero, aunque ya en clara decadencia. Pedro Sánchez ha acabado con todo eso; con cualquier asomo de tolerancia. El PSOE es un erial, una mera herramienta de poder puesta al exclusivo servicio de su enterrador.
El PSOE de hoy es un partido macartista, una sociedad opaca, casi secreta, en la ya no es que no se pueda opinar con libertad, sino que para sobrevivir es mejor no tener opinión. Se sigue llamando así, porque la marca conserva una notable capacidad de sugestión, pero no es el PSOE. Y no lo es porque Pedro Sánchez decidió en su día que sus referentes no iban a ser ni Felipe González ni Alfonso Guerra sino Largo Caballero.
Como el independentismo catalán, Sánchez necesita reescribir la historia. Porque no hay otro modo de pasar a la historia. A la pequeña historia. Para ello, es preciso desacreditar la mejor etapa del socialismo español, aun a costa de resucitar una de las probablemente más negras. Por eso le molestan tanto González y Guerra. Por eso no puede permitir que todavía haya quienes, como Nicolás Redondo, sitúen a la Transición y su exitoso modelo de convivencia en el lugar que le corresponde, muy por delante, en mérito y resultados, de este ciclo de sistemático fraude al electorado y de dañina polarización que se nos quiere vender como transformación progresista.
Como el independentismo catalán, Sánchez necesita reescribir la historia. Para pasar a la historia. A la pequeña historia
A Nicolás no lo echarán, porque se irá un minuto antes. ¿Hay alguien más dispuesto a dar la batalla?
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