Cuando se pierde el respeto sólo queda el miedo. Os tengo acojonados a todos. Desde el miércoles sé que no dormiréis tranquilos; os joderé las noches cavilando sobre cuál será mi próxima añagaza y pasareis el fin de semana entero dándole vueltas a eventuales planes que respondan a lo que yo sólo sé.¡Benditos mediocres! Incapaces de entender que por muy difícil que lo tengas, un hombre acorralado y con futuro incierto siempre tiene una bala escondida en la recámara que impactará en el corazón del enemigo. En el corazón, esa es la clave; no en cualquier otra parte blanda que tenga efectos leves, allí donde habitan los diputados, los medios de comunicación y los jueces contumaces.
Y al corazón sólo se llega con otro corazón. Una carta de amor. Algo insólito que nadie esperaría de él. ¡El Presidente tiene corazón! Es sensible a la pasión de su vida, que no es la política, como podrían creer sus enemigos, sus aliados y su círculo más cercano. Todo por su mujer, a la que cita por su nombre, Begoña. ¡Te quiero tanto Begoña que el país entero dormirá mal estas cinco noches y padecerá angustias durante cuatro días! Nadie había dado una muestra de amor tan aplastante. Un romántico, un Werther dispuesto a suicidarse políticamente por el amor de una mujer. Soy único. A lo más que habíamos llegado en España es al primer presidente de la República (1873), Estanislao Figueras: “Estoy hasta los cojones de todos nosotros” y dimitió. Una antigualla, porque yo no me voy y menos tengo la debilidad de compararme con los que me rodean. Soy único, un presidente con un punto pasional. Begoña, te quiero y soy capaz de dejarlo por ti. Me doy cinco días para pensármelo. Es tiempo suficiente para que mi amor resplandezca entre tanta vulgaridad.
Solo alguien a quien le “guste la fruta” puede alcanzar tal desmesura a partir de la creencia, en él muy practicada, de que la gente es de natural crédula y que guarda en su corazoncito una piedad arraigada por la tradición cristiana
Estamos ante un caso de libro. Solo alguien a quien le “guste la fruta” puede alcanzar tal desmesura a partir de la creencia, en él muy practicada, de que la gente es de natural crédula y que guarda en su corazoncito una piedad arraigada por la tradición cristiana. Un gesto del poderoso cancela cualquier otro pensamiento sobre la naturaleza del gustador de fruta. Basta leer las historias antiguas de emperadores magnánimos y caudillos justicieros. Nunca hubo mafiosos sin el detalle filantrópico. No es sólo cálculo, también está la complejidad del ser humano, que puede ser al tiempo un tirano y derramar bondades entre los suyos. Y luego, por encima de todo, está la creencia en nuestra superioridad moral y ética, única e intransferible.
La impostura se viene abajo cuando se trata de acertar en la dirección de la carta de marras. De carta de amor desazonado por la incomprensión pública se pasa a citar al enemigo que, en su maldad congénita, se ha atrevido a cuestionar que la mujer del César sea otra cosa que una trepa con garantía del Estado. Dice mucho de nosotros que haya sido un tipejo despreciable como Miguel Bernad, que por paradógico emblema tiene el de “Manos Limpias” (le tengo fijo en mi memoria desde que figuraba en las huestes de Blas Piñar), un adicto a las querellas al que no cabría definir ni como extrema derecha sino con el clásico “ultra”. Que sea él quien provoque la carta de amor de un presidente no es un mero incidente. Es ponérselo a huevo, con los demás de mirones.
En un paisaje político donde se buscan malandanzas de esposas, novios y parientes hasta de segundo grado, no debería sorprender que una señora fuera puesta en la picota por imitar a su marido; todo en el borde de la ley pero sin traspasarla. ¡Qué empeño de voceros por adjudicarle la redacción! Es imposible que de su caletre saliera la referencia al “gran escritor italiano Umberto Eco”; nadie que estuviera familiarizado con la lectura pondría la prosopopeya adjetivada. Habla inglés, y punto. Es paseable por el mundo y lo aprovecha. Su cronista de cámara, el entrañable Carlos E(lordi) Cué, insiste hasta siete veces en su relato pasional del redactado, que lo consultó “con su familia”. Si fue “en familia” es como decir a cuatro manos. El Presidente se despide de ustedes durante cinco días en carta matrimonial. Se trataría entonces de una pareja presidencial que escribe una Epístola a los Españoles. Como los apóstoles del Nuevo Testamento.
¿De verdad están ustedes seguros o les van engañar otra vez mezclando necesidad y virtud?
El momento para la carta de amor e intenciones no es baladí. En vísperas de elecciones en Cataluña y en Europa, y a menos de un año de las anteriores, no es posible una nueva convocatoria en varios meses. El Presidente le da al país cinco días para que sean conscientes del embrollo constitucional en el que se podrían meter durante un tiempo de resoluciones. Todo sea por el amor ofendido. Quizá seamos unos idiotas irredentos y pidamos a gritos ¡Sánchez no nos abandones! De momento la sensibilidad pasional ha ganado la partida. Si Shakespeare llegó a escribir “mi reino por un caballo”, un amor bien vale un gobierno. ¿De verdad están ustedes seguros o les van engañar otra vez mezclando necesidad y virtud?
Pobre Patxi López sacando del baúl el “No pasarán”. ¿Qué haría él de aquí en adelante si al Jefe le da un pronto? Es un lema con mal fario, porque siempre que se gritó acabaron pasando. ¿Y el voluntarioso Illa? Se ha quedado colgado de la brocha y sin saber si sigue pintando o se cae. Andueza, ese mozo vasco, ya había empezado a ensanchar su concepto territorial para ponérselo fácil al PNV. Lo más sorprendente de nuestros comentaristas es la apelación al “factor humano” como causante de esta singularidad histórica: un presidente del gobierno amenaza con dejarlo porque están sometiendo a su esposa a una presión inmisericorde. ¿Desde cuando la misericordia tiene algo que ver con la política si se trata de personajes con ambición de poder? Eso queda para la gente de tropa.
Este es el momento de saber quién depende de ti y quiénes no. Uno a uno o en grupos selectos irán llegando a Moncloa antes de que suene la campana para que el juez y parte decida si merece la pena seguir así o hay que dar un volantazo. ¿Dejarlo? Qué bobería para cándidos. No sabe hacer otra cosa. Esta es la historia de amor de un matrimonio que verdaderamente alcanzó el cielo, no como otros que se cayeron de la nube. Airado y solitario, pero en familia, exclama “Me lo voy a pensar”. Recomiendo a todos ustedes hacer lo mismo, por la cuenta que nos trae.
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