Festividad de San Isidro, patrono de la Villa. Entrega de las 15 medallas de oro y de las 3 medallas de honor en la galería de cristales de la sede del ayuntamiento en Cibeles. Ambiente de gran gala subrayada por el uniforme de la policía municipal. Discreción del alcalde, José Luis Martínez Almeida, en contraste con la vicealcaldesa, Begoña Villacís, desborde de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Las pésimas condiciones acústicas del espacio hacen ininteligibles las intervenciones desde el atril del escenario, también resultan inaudibles las palabras incluidas en la banda sonora de los vídeos que se van proyectando a propósito de cada uno de los premiados. Algunos discrepaban de la evaluación de méritos que adornaban a los galardonados pero en mí opinión resultaban indiscutibles los de Melchor Rodríguez, director general de Prisiones con Madrid sitiado y la morisma en el puente de los franceses, quien dando prueba de un valor temerario se interpuso frente a los bárbaros de su propio bando para evitar que procedieran a “pasear” a sus adversarios en aquellos días de A sangre y fuego como reza el título del libro de Manuel Chaves Nogales.
Sentí emoción cuando, invocando a Melchor, que comparecía siempre encorbatado como buen anarquista, su bisnieto, en vaqueros y zapatillas de deporte, se adelantó a recoger la medalla de honor. Momento de recordar la incuria que representa que hasta ahora no se le haya rendido el tributo que su actitud merece. Momento de echar en falta la presencia en el homenaje del secretario de Estado de Memoria Democrática. Asombra que Melchor haya sido ignorado por falta de fervor en la adhesión a la barbarie, una carencia que propició el olvido de Chaves o de Julián Zugazagoitia, autor de Guerra y vicisitudes de los españoles, cuyo prólogo en favor de la concordia está fechado apenas unos días antes de su fusilamiento tras ser entregado por los nazis que controlaban Francia.
Sentí emoción cuando, invocando a Melchor, que comparecía siempre encorbatado como buen anarquista, su bisnieto, en vaqueros y zapatillas de deporte, se adelantó a recoger la medalla de honor
El miedo cambió de bando
La sesión de honores se celebró con gran austeridad sin copa ni almendras porque las autoridades debían hacerse presentes en la pradera de San Isidro. Pero tuve tiempo de recomendar al alcalde Almeida que para el próximo año ofrezca la misma medalla de honor a Carlos Morla Lynch, encargado de negocios de la embajada de Chile en Madrid durante la guerra civil, que brindó asilo bajo la bandera de su país a más de mil refugiados de denominación de origen derechista que estaban amenazados, siendo así que su corazón y sus afinidades estaban a la izquierda, y que a últimos de marzo de 1939, cuando el miedo cambió de bando, abrió con la misma generosidad las puertas de la legación diplomática a los combatientes finales que habían dejado de ser una amenaza para los anteriores huéspedes de la embajada para sentirse amenazados ellos mismos.
Su libro España sufre, un diario que va desde el 18 de julio de 1936 al 30 de marzo de 1939, deja constancia del comportamiento admirable de Melchor Rodríguez a quien acudió reiteradamente Carlos Morla Lynch para poner a salvo a los amenazados que habían buscado su amparo. Avergüenza que haya una calle en Madrid a nombre de Núñez Morgado, el embajador chileno que se quedó en Biarritz donde estaba cuando el alzamiento del 18 de julio, mientras se ignora a su segundo el encargado de negocios que a tantos protegió primero de un bando y luego del otro. Veremos.
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