Opinión

El meneo de Vox al PP

A Vox se le llama ultraconservador cuando su vocación no es conservar, sino abrir y debatir muchos de los consensos que nos desequilibran como sociedad

La irrupción de Vox en el mapa político español ha servido para ganar la autonomía andaluza, recuperar el Ayuntamiento de Madrid y para mantener algunas plazas importantes como Madrid o Murcia. Hoy, Pablo Casado sería historia sin la aportación de los votos de Vox.

Este meneo -palabra que denota cierto matiz cariñoso, añadiría que por ahora- debe ser asumido con lealtad. El PP hasta hace poco era percibido como un partido corrupto y tramposo, esperemos que el aire fresco que parece traer Casado se refleje en el cumplimiento de los pactos.

Del otro lado, el de Ciudadanos, esperar un átomo de reconocimiento es una entelequia. Y, es que, este partido, como propugnaba el tan citado estos días, profesor Carreras, nunca debió salir de Cataluña. Imaginemos lo que sería para la estabilidad de España (y la ambición personal de Rivera) un partido como Ciutadans cuando iba camino de sustituir a los nacionalistas catalanes -antes CiU, hoy ERC- a la hora de condicionar los gobiernos de España. Debemos recordar que llevamos trece legislaturas en democracia, de las cuales en seis hubo mayorías absolutas y en el resto se gobernó con el apoyo de CiU y ahora ERC, y hasta con el PNV. Un gran partido catalán no nacionalista sería la auténtica y benéfica bisagra que necesitamos.

Entiendo que Rivera ante el vacío corrupto del trío Rajoy-Montoro-Soraya pretendiera el “sorpasso” y sustituir al PP. Nunca lo han tenido más fácil que en estas pasadas elecciones, pero han fracasado. Hoy, no es más que un partido infantil e incoherente que sangra apoyos a diario. Lo ideal sería la vuelta al Ciutadans de los éxitos de Arrimadas, aunque el nefasto Valls haya casi calcinado ese magnífico proyecto. Si recuperan la coherencia, y empiezan el repliegue a Cataluña, seguro que volverán los éxitos. Fórmula que, además, se puede hacer extensiva a largo plazo a otras comunidades amenazadas por el nacionalismo.

Ciudadanos nunca debió salir de Cataluña. Un gran partido catalán no nacionalista sería la auténtica y benéfica bisagra que necesitamos

Vox no es un partido al uso, es más bien una plataforma (me resisto a llamarle movimiento por razones obvias) de ideas y políticas. Viene a luchar contra algunos consensos que están demasiado arraigados y que generan una indolencia, o peor, una anomia social muy peligrosa. De nuevo, un meneo en este sentido nos viene muy bien.

El primer consenso que quisiera señalar es el del Procés. Si no fuera por la querella de Vox, hoy los responsables del Procés estarían gobernando Cataluña tan ricamente. Se había instalado la idea (o nos querían hacer tragar con la idea) de que el referéndum del 1 de octubre fue una simple gamberrada sin transcendencia jurídica. Sin embargo, hoy, gracias Vox, muchos de los gamberros están en la cárcel o fugados.

Otro consenso que hay que romper es lo que algunos autores llaman el tribalismo moderno de la izquierda. La idea de dividir a la sociedad en grupos identificados por su sexo, orientación sexual, etnia, condición social o personal, incluso por sus aficiones o preocupaciones para dotarlos de algunos privilegios. Esta es la clave: que tienen un tratamiento legal o político distinto. La paradoja es que muchas de estas identificaciones, de los llamados colectivos, fueron empoderadas (sic) por la derecha o con la contribución esencial de la derecha; o en entornos que no eran precisamente socialistas para luego ser politizados por la izquierda de la forma más abyecta, al objeto de convertirlos en bolsas de votos en propiedad. Urge volver al individuo libre y responsable con plena igualdad de derechos y obligaciones, clave para la cohesión social.

El estatismo y la fiscalidad infernal que nos rodea son asfixiantes. No hay apenas diferencias de programa entre PP, Ciudadanos y PSOE, salvo subir los impuestos a los ricos que preconizan estos últimos. Esta es una argucia política que genera mucha ansiedad entre los empresarios y los líderes de opinión que presionan para que haya una mayoría estable, al menos sobre el papel. Creo que no hay que angustiarse tanto: no salen los números de diputados para subir los impuestos (ni tampoco para bajarlos, salvo que esté Vox en el Gobierno). España necesita un programa liberal como el que ha elaborado Vox para recuperar competitividad y garantizar un futuro a nuestros jóvenes. El estatismo que nos rodea necesita desmantelarse con urgencia para dejar de perder más generaciones de jóvenes.

Economía de amiguetes

El consenso cultural español es lamentable. Denostamos nuestra historia, nuestra cultura, nuestras raíces cristianas, nuestras tradiciones y costumbres. Tenemos una ley tan pintoresca como la de Memoria Histórica que fija por ley la ¡historia! En consecuencia, seguimos teniendo especialistas de fuera (los hispanistas), que bienvenidos sean, porque en España ser historiador y nativo es una profesión de riesgo. La literatura y los medios de comunicación casi todos tienen el mismo sesgo. No se diferencia la cultura del entretenimiento. Las consecuencias son las inevitables: estamos a la cola en índice de lectura y ranking de universidades, y en la cabeza en el consumo de televisión o de fracaso escolar. Nuestro cine parece demasiadas veces el de la Unión Soviética, esto es, subvencionado, politizado y sin público.

Hoy, trabajar en una autonomía distinta a la tuya es una aventura en la que hay que enfrentarse a mafiosillos locales o verse obligado a entrar en una UTE con un socio del lugar

Criminal es el consenso de la inmigración. El buenismo del “refugees welcome” de Carmena o las políticas de puertas abiertas han fracasado. Lo vivimos con la crisis de los refugiados sirios que degradaron considerablemente la vida ciudadana desde Frankfurt a Estambul. Hoy, la trata de personas es un problema gravísimo que causa muchísimas muertes y explotación. Hay más esclavos, sí; más esclavos y más tráfico de seres humanos que nunca en la historia. Es hora de atacar el problema con realismo y contundencia.

Vivimos en el consenso feliz y carísimo de las Comunidades Autónomas, mientras el sistema de pensiones está quebrado. Hemos creado dieciséis reinos de taifas con dieciséis economías de amiguetes. No incluyo Madrid, pues con algunos reparos se salva. Invertir, trabajar en una comunidad autónoma distinta a la de origen es una aventura en la que hay que enfrentarse a mafiosillos locales o a tener que pasar por una UTE con un local. Después de casi cuarenta años del sistema autonómico aún no han resuelto cuestiones tan caras e importantes como son la necesidad de un currículo nacional, las duplicidades de funciones, las diputaciones o la función del Senado, entre otras.

Y estos son algunos de los consensos que hay que romper con urgencia. Quedan algunos más. Vox es ciertamente incómodo, pero no apela a la violencia, sino al Estado de Derecho y al debate ideológico. Ahora parece que se impone llamarle ultraconservador cuando su vocación no es conservar, sino abrir y debatir muchos de los consensos que nos desequilibran como sociedad. Sobre su futuro poco hay que decir, por ahora, como Don Quijote, lo suyo es cabalgar y desfacer entuertos, hay muchos.

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