Aunque en España todo es posible, Felipe VI no dirá nada. Entiéndanme, hablará, claro, y dirá muchas cosas, cosas hermosas, cosas bonitas. Pero si nos atenemos a lo que el vulgo, la calle, el personal entiende por decir, el actual rey no va a decir nada. Bien sé que el Gobierno le escribe los discursos al jefe del Estado. Sin embargo, en el mensaje navideño existe una especie de relajación en la omnipresente vigilancia que este y todos los gobiernos que le han precedido aplican sobre el Rey. También es cierto que este no tiene mucho margen constitucional para opinar – casi nada – y, siendo así, apenas puede hacer llegar al pueblo qué piensa, cuál es su criterio, sus ideas, sus sueños.
El Rey reina, pero no gobierna, y con esta definición tan inoperante cuando vienen mal dadas, y ahora vienen de verdad, hemos funcionado cuarenta años. Entonces, si venían mal dadas, que vinieron, un monarca fuerte junto a una clase política con sentido del estado y una preparación moral que la actual no conocerá en su vida, solventaba las papeletas. Solo entonces un Carrillo pudo aceptar la enseña rojigualda y a don Juan Carlos como jefe del estado de una monarquía parlamentaria, o un Rubalcaba postergar su dimisión como líder del PSOE para no enturbiar la coronación de Felipe VI.
No estamos en aquellos tiempos, efectivamente, porque estos son horribles tanto por la pandemia como por la irresponsabilidad de quienes deberían regir con serenidad e inteligencia este tiempo de gran convulsión social. Tampoco jamás, en la historia de nuestra reciente democracia, hubo un rey tan maniatado, tan prisionero, tan rehén como ahora. Nunca la Corona estuvo más en jaque, nunca los enemigos de la democracia se vieron tan impunes en sus ataques a la misma, nunca existió tanta ruina, tanta ineficacia, tanto dolor como en este 2020. En un instante histórico así, es lógico que la gente desee escuchar que tiene que decir aquel que encarna en su persona la idea de nación, el que está ahí para representar a España en el mundo, en las instituciones, el que se supone debe ser árbitro y no parte, el que modera, el que encarna el espíritu de nuestra Constitución. No sería de ningún modo inconstitucional que señalase algunos errores.
Nunca la Corona estuvo más en jaque, nunca los enemigos de la democracia se vieron tan impunes en sus ataques a la misma
No lo hará. Ignoro si por voluntad propia o por imposición ajena. Pero dudo mucho que Su Majestad vaya más allá de los topicazos acerca de la unidad, el esfuerzo común, la exigencia que debemos pedirle a nuestros dirigentes, el gran país que somos, en fin, un “saldremos más fuertes” y “entre todos vamos a vencer a la pandemia”. Eso, y me dirijo directamente a mi rey, es una pura banalidad, Señor. Nadie espera que diga el asco que produce ver a los defensores de la ETA jactarse de estar cogobernando la nación, de pactar con el gobierno o de regocijarse con el acercamiento de asesinos sin piedad a las Vascongadas. No le pedimos que hable con dureza acerca de lo que supone blanquear al golpismo catalán, de entregar lo poco que quedaba del estado con armas y bagajes al separatismo, incluyendo al español como idioma en nuestras escuelas. Nadie pide que le dé alguna clase de historia que otra a un Podemos que habla de la República como una Arcadia feliz, omitiendo todos los crímenes que cometió, o que defienda a Don Juan Carlos, si no como rey, al menos como padre.
Pero debería hacernos llegar una señal, un gesto que fuera más allá de si tiene la foto así o asá o de si la bandera nacional es más pequeña o más larga o si está usted sentado en su despacho, en el Palacio Real o en un banco del Retiro. Quisiera equivocarme, Señor, pero dudo que sus palabras vayan más allá de lo políticamente correcto. Y lo políticamente correcto con estos que gobiernan ya sabemos en qué consiste.
Conste que quién le dice esto defiende a la Corona como instrumento válido para el orden democrático, el único históricamente hablando en el devenir de nuestra patria. Pero que un ciudadano de a pie insignificante como servidor defienda al Trono carece de importancia si el primer interesado no lo hace. Dicho lo cual, siempre estaré a las órdenes de Vuestra Majestad, como hice con vuestro padre.
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