Ya oscurecía cuando la radio y la televisión interrumpían su programación hace años para alertar de un grave caso de injusticia, de impunidad. Una primera sentencia sobre esa asquerosa Manada no les condenaba a lo que durante meses en los medios se había juzgado y sentenciado por boca de ideologizados comentaristas sin remotos conocimientos ni jurídicos, ni sobre las pruebas del caso. La sociedad había transformado su fe ciega en el sistema judicial —o su resignación a aceptarla— en un abandono a la opinión mediática, sin instancias, ni normas y desvirtuando el sujeto que decía defender.
Comenzaron a deslizar al unísono que los jueces no podían hacer nada, que el problema era la ley, aunque siguieron señalando a la “clase judicial”. Estúpidos ellos sin cursillos de género, maniatados porque sólo podían basarse en las pruebas del suceso para enviar 15 años a la cárcel a alguien. Puro patriarcado. Un sistema opresor que considera que a veces hay inocentes frente al juez, de ahí precisamente su existencia, que quieren asegurarse de probar la culpabilidad para hacer justicia con la víctima. El testimonio de la mujer parece algo más que suficiente en esta nueva era para subsanar todas estas anomalías. Aquí entraría la pregunta de qué ha de considerar el tribunal por “mujer”.
En España, los casos de agresiones en grupo se han disparado y silenciado. La impunidad postmanada no parece escandalizar a nadie porque esta Ley no puede entenderse fuera del abuso mediático y político
Los medios, en una milimétrica sintonía de discurso con la izquierda, decretaron que había que cambiar la ley. El “sólo sí es sí” era la solución a todo, salvo a los problemas de seguridad sexual para las mujeres. En España,, los casos de agresiones en grupo se han disparado y silenciado. La impunidad postmanada no parece escandalizar a nadie, porque esta Ley no puede entenderse fuera del abuso mediático y político, que esperó un chivatazo del caso perfecto para sus fines por las características de los agresores.
Han utilizado a la mujer para implantar una ley que sólo busca domar a la judicatura mediante el terror de ser juzgada por la turba y colocarle medallas que no le corresponden a Irene Montero como defensora de la mujer. No hay ningún avance para nadie que no esté cobrando un sueldo político.
El consentimiento siempre ha sido el eje para determinar la legalidad de las relaciones sexuales. Las penas actuales sobre el delito que se juzgó en el caso de la manada puede conllevar una menor condena. Los jueces van a tener mayor protagonismo en las sentencias al permitirle una mayor interpretación ante el lío normativo aprobado. Ya sabemos que una parte de los 20.000 millones del Ministerio de Igualdad se destinarán a impartir los cursos de reeducación de género y sufragar su asistencia. El Gobierno anuncia que con esta ley estamos más seguras, mientras dejan a oscuras las calles manada-sostenibles, donde las cámaras de videovigilancia perderán visibilidad.
El sólo sí es sí, lejos de conseguir una mayor credibilidad de la mujer, consigue el efecto contrario socialmente. Victimiza al hombre diluyendo y mezclando agresores con inocentes
El mayor efecto de la ley del sólo sí es sí es el cambio cultural en la sociedad, su verdadero objetivo, a través de lo que declaren sus mensajeros mediáticos. Esta Ley no perjudica a los violadores ante un tribunal, pero sí puede perjudicar a la víctima. El sólo sí es sí, lejos de conseguir una mayor credibilidad de la mujer, consigue el efecto contrario socialmente. Victimiza al hombre diluyendo y mezclando agresores con inocentes despojado de un “juicio justo” con carga de la prueba y presunción de inocencia.
Es humillante que las mensajeras posmofemistas lleven años dirigiéndose a las mujeres como si fuésemos niñas estúpidas con una adolescencia sin superar. Como si hablasen ante el espejo quienes necesitan reproducir el ideario de un partido para rellenar una columna “educándome” sobre que ahora, a-h-o-r-a, se tendrá en cuenta el consentimiento en las relaciones sexuales.
Mentiras sobre la seguridad
Pero esta ley cultural no se dirige a todas las culturas. En Cataluña, las autoridades de las áreas de igualdad se reúnen con líderes salafistas sin darles previamente un curso de género ni recibirlos con pancartas de sólo sí es sí pese a ser conocedoras de los matrimonios concertados de menores. En Francia, a la vanguardia en avances sociales progresistas feministas, mujeres militantes del partido de Jean-Luc Melenchón fueron instadas a no denunciar agresiones sexuales de otro miembro del partido de origen árabe para “evitar hacer el juego a la extrema derecha”. A él no le aclararon que sólo sí es sí, pero a ellas las dijeron cuándo podían decirlo.
El sólo sí es sí no atemoriza a los depredadores sexuales. Sólo construye barreras de desconfianza entre hombres y mujeres y entre la sociedad y los tribunales. Al menos que no me mientan sobre mi seguridad.
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