Es la metáfora perfecta del personaje y su Gobierno. La sublime definición de una impostura que comenzó cuando Rajoy prefirió un bolso a una dimisión. Ha conseguido, en su burbuja autocrática, que retorzamos el diccionario para adjetivarle con términos en desuso hasta para la RAE, si es que para la RAE hay algo en desuso. Le da todo igual porque puede permitírselo, porque alguien le ha jurado que en España todo se perdona, hasta la mentira, sobre todo la mentira. Y que no importa lo que hagas ni lo que digas, siempre tendrás aliados, aliadas y aliades dispuestos a inmolarse por ti, previa subvención o promesa de ministerio o vicepresidencia.
Gobernar en alpargatas es la forma que tiene Sánchez de decirle al mundo que España no necesita gobierno, porque sin gobierno saldremos de la peor crisis en décadas, sin gobierno se siguen creando empresas en Madrid o Andalucía, donde el paro disminuye y se obtiene superávit económico y comercial; sin gobierno la sociedad civil respeta y fortalece sus instituciones, sin gobierno España sigue siendo España. Sin gobierno, pero sobre todo, a pesar del gobierno, en celebérrima coletilla del profesor Rodríguez Braun.
Controlar desde el chiringuito
Un líder que sólo se apunta al triunfo no es un líder, es un publicista unipersonal. Quizá por ello tenemos un presidente que actúa como el pescadero de La que se avecina: un tipo sin carisma, mentiroso y bien pagado de sí mismo, dueño de sus ocurrencias y esclavo de sus caprichos insensatos, que cree recibir un cariño de gente que no existe, salvo el de los feligreses del voto cautivo. Los déspotas siempre pensaron que el palmero aplaudía por convicción a su persona y no por miedo a perder el parné. A estas horas, en el mundo de ordenada civilización se preguntan cómo se puede dirigir desde la playa la vuelta de nuestros militares en Afganistán, controlar los incendios desde el chiringuito más próximo a un chalet estival u observar en chanclas la deriva institucional de un Estado sometido al chantaje mediocre de vividores de la causa ajena.
Han conseguido que muchos consumidores crean que ese producto, que es la nada, en realidad sea una nada necesaria, mágica, curativa, y por ello, adictiva
Don Pedro ha convertido la Moncloa en una cara y ruinosa firma de marketing llena de fabricantes de milongas que, sin embargo, han conseguido que muchos consumidores crean que ese producto, que es la nada, en realidad sea una nada necesaria, mágica, curativa, y por ello, adictiva. Ahora, nos vuelve a vender la enésima engañifa: la respuesta rápida de nuestro país a la crisis afgana. Mientras roncaba en su permanente siesta, el resto de países aliados rescataba ciudadanos de la que ya es, otra vez, una dictadura controlada por otra.
Este Gobierno es una permanente fábrica de felicidad, de la que viven los vendedores de sonrisas, adláteres de la nunca fatigada superioridad moral. Han instalado en la psique colectiva, esa sociedad que vota y determina las mayorías que nos llevan a la ruina, la necesidad de no debatir sobre lo que realmente importa e interesa: por qué los jóvenes son expulsados de las ciudades en las que habitan y trabajan porque no pueden pagarse una vivienda, por qué siempre hablamos de reformar las pensiones cuando nunca nos sentamos a ello, por qué el mercado laboral sigue inflexible y rígido o por qué no se invierte en investigación en ciencia en vez de en asesores incompetentes y colocados por afinidad de pupitre o sangre. Lo mundano convertido en sospecha por el relativismo cultural y vacío de la agenda dosmilcincuenta, que siempre tendrá corifeos tribuneros que la defiendan.
Capricho adolescente
En esa sustitución de lo que importa por lo que conviene, Sánchez es sólo la cara visible de un claim electoral. No busquemos lógica -nunca la hubo-, donde sólo hay impulso y sinrazón. Actúa por capricho de adolescente en pubertad perpetua. Para Sánchez, Sánchez es lo primero. Y lo último. Él y sólo él, alfa y omega de la política rectificada, la que se inicia y resetea con cada crisis, mitin dominical o tuit robotizado.
Pero el cansancio empieza a ahogar a los españoles. Merecemos un presidente que no nos mienta, que no se esconda, que no nos venda, ni nos adoctrine, ni nos arruine. Merecemos un presidente que no nos engañe, ni se corrompa, que nos divida y tampoco nos acuse de sus fracasos. Merecemos un presidente que no sea de quita cuando vienen mal dadas y de pon cuando el éxito exige inmortalizarse. Merecemos un presidente humilde en el fiasco y generoso en la victoria. Merecemos lo que no tenemos. Merecemos un presidente.
Volveremos a ser ese enclave decisivo en el tablero internacional a poco que la moda de los eslóganes vacíos deje paso al pragmatismo de la gestión
Todo país de raíces centenarias acaba pareciéndose a sus ciudadanos. España resistirá mientras los dueños de la comunidad aguanten. Durará mientras haya quien escriba que fuimos más de los que sus enemigos ahora proclaman, la nación que contó el mundo y contó para el mundo. Y volveremos a ser ese enclave decisivo en el tablero internacional a poco que la moda de los eslóganes vacíos deje paso al pragmatismo de la gestión, que las ideas se impongan a las axiomáticas ideologías de siempre y sobre todo, que los españoles digan basta a este gobierno del retroceso y la decadencia, del paro, la miseria y el saqueo. Este gobierno por decreto ley autoritario, que bate récords en colocados y enchufados. No es comprensible que con más de cien mil muertos, miles de autónomos arruinados, familias enteras sin poder comer, y después de ver cómo nos suben los impuestos, el diésel, las bebidas azucaradas o los seguros, o cómo nos hacen pagar la luz más cara de la historia en el gobierno más inútil de la misma y ser rehenes de la misma mentira diaria, aquí no pasa nada sólo porque lo hace la izquierda, esto es, porque gobierna el socialismo.
Urge, por el futuro de la nación, cambiar a este gobierno sin cabeza y corazón por otro que ponga las reformas por encima de los prejuicios y la supervivencia de España por delante de la del propio partido y quien lo dirige.
El socialismo, en todas sus vertientes, científico, marxista, leninista, trotskista, caribeño o andaluz, es iliberal, y por ende, combatible
Cuando seguimos enraizados en el fatigoso marco izquierda-derecha, el combate de las ideas se sitúa hoy entre aquellas políticas que favorecen las libertades personales y el progreso social y aquellas que lo impiden o lo ralentizan. El liberalismo, cuyas ideas siguen sin entenderse ni explicarse bien pero que desarrollan contrastadas políticas de crecimiento y bienestar personal (vean, reitero, el ejemplo de Madrid y Andalucía), no es equidistante. Por definición, el liberalismo desconfía de todo poder y es su obligación fiscalizarlo y denunciar los abusos y arbitrios que comete este. Hoy, ese papel autoritario lo ejerce con fruición el sanchismo monclovita y su extensión como partido obrero otrora español. El liberalismo es la antítesis del socialismo ya que este, en sus fundamentos teórico-prácticos, es antiliberal por convicción y desarrollo.
Por tanto, ninguna política liberal debe ir de la mano de enjuagues socialistas, hoy tamizado de conservadurismo atroz, porque acabarán por hacer socialista tu política liberal. El socialismo, en todas sus vertientes, científico, marxista, leninista, trotskista, caribeño o andaluz, es iliberal, y por ende, combatible. Y si hay que combatirlo desde la libertad, debemos empezar a explicar, sin más demora, por qué las políticas liberales son las que van a sacar a España y los españoles del sumidero ruinoso y maloliente en el que nos ha metido el sanchismo del sí se puede.
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