Da igual el perjuicio que ocasionan a miles de conductores, dado que la Meridiana es una de las principales arterias de entrada y salida a la capital catalana. Da igual las pérdidas a los comerciantes, hartos de que un puñado de CDR hiperventilados ejerzan de matones. Da igual que agredieran al periodista Xavier Rius o a un fotógrafo del diario ARA delante de las mismísimas narices de unos Mossos que más parecen figurines de atrezo que una fuerza pública destinada a garantizar la integridad de las personas. Da igual que agredieran hace poco a un motorista que quería ejercer su derecho a circular libremente por las calles. Da igual que la Guarda Urbana mire hacia otro lado ante lo que es, a todas luces, ocupación ilegal de vía pública. Todo carece de importancia porque, ya saben, els carrers serán sempre nostres y quien diga lo contrario es un peligroso fascista al que hay que escarmentar.
Cosas así suelen acabar en desgracia, porque en una democracia el monopolio de la fuerza lo detenta la autoridad, a saber, la policía, y mal andamos cuando un puñado de atrabiliarios se autoproclaman árbitros de qué se puede cortar, quemar o destrozar. Pero esto es Cataluña y aquí no existe más ley ni orden que el emanado de los despachos oficiales separatistas o podemitas, así que nadie se ha molestado en poner coto a estos fascistas que, creyéndose superiores, se ven con el derecho de apoderarse de lo que es de todos.
De ahí que el otro día, cuando un automovilista atropelló a uno de los suyos, los lazis se pusieran en todos sus estados. Desde Twitter– la independencia será tuitera o no será – los nacional separatistas destilaban la baba más ácida y mendaz posible al respecto. Que si aquello era equiparable al atentado yihadista de las Ramblas, que si se debía detener al pobre Rius por instigador, que si aquello era claramente un intento de homicidio, Pablo Hasel dixit, en fin, que al lado de aquel incidente en el que, afortunadamente, el atropellado salió ileso, el incendio del Reichstag fue una fiesta infantil en Port Aventura.
Uno se pregunta como es posible que Twitter, tan celoso en clausurar páginas que defienden la constitución o la libertad de expresión como la de la Asociación de Periodistas y Analistas en Defensa de España, tolere otras que son apologistas de la violencia callejera y de una mixtificación tan peligrosa. ¡Acusan de instigar al homicidio a un periodista! Si eso no es constitutivo de delito, ya me dirán ustedes.
No soy defensor de ir atropellando nada, y considero muy grave que alguien, si es el caso, haya embestido contra un particular. La vida es sagrada siempre y en toda circunstancia. Ahora bien, tampoco me parece correcto que se atropellen los derechos de miles de personas que han de verse desviadas de la Meridiana a diario por el caprichito de un grupo que encuentra en su acción totalitaria y chulesca más placer que con un Satisfayer enganchado con pegamento en salva sea la parte. Que eso forme parte del paisaje habitual de la noche barcelonesa indica hasta qué punto se ha degradado la convivencia. Alguien decía que el Tsunami se había diluido y los CDR estaban inactivos. Discrepo. Si no hacen más barbaridades como lo de la Meridiana es por la sencilla razón de que no lo precisan. Porque han ganado. Tienen a Sánchez y al gobierno de España sentaditos ante ellos para escuchar con las orejas gachas la lección emanada desde Waterloo.
Tienen a los que estamos en contra de su racismo con ambas manos atadas a la espalda, siendo vapuleados mientras el árbitro sonríe amablemente. No hacen más porque se saben los amos, porque han visto que, tras los desmanes cometidos, sus líderes ya se pasean por las calles, acudiendo a los medios de comunicación para que los masajeen, tan campantes y sacando pecho, burlándose de la justicia y del resto de la población reclusa. Han ganado porque nuestra clase política vendería la progenitura no por un plato de lentejas sino por una bolsa de pipas.
Que quede claro: lo que pasa en la Meridiana es el perfecto ejemplo de lo que sucede cuando una ideología fascista se puede mover impunemente ante la inhibición de los poderes democráticos. De momento, se limitan a cortar el tráfico. El aceite de ricino, las palizas o los paseos suelen llegar después, más pronto que tarde. Y todo esto tiene como responsables a personas que, con nombres y apellidos, ostentan las más altas magistraturas de la nación.
Meridianamente claro.
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