Lejos quedaron aquellos tiempos de la Transición en los que los más graves asuntos de estado se dirimían alrededor de una mesa en el momento mágico que los galos denominan “entre el queso y la fruta”. Si restaurantes como Lhardy, Horcher o La Ancha hablasen comprobaríamos como los estómagos amablemente masajeados por unos buenos platos suelen aconsejar a los cerebros cierta flexibilidad ante la política. Xavier Trias, uno de los últimos caballeros que existen en la política catalana y de los poquísimos señores de Barcelona que nos quedan, diferencias ideológicas a un lado, sabe de las virtudes que atesora compartir viandas y confidencias. Y que lo que una comisión municipal, previsiblemente desabrida, ordenancista y plúmbea no dará de sí bien puede hacerlo un plato de canelons, una escudella, unas galtes de porc o una crema catalana. Los catalanes nos sentimos vagamente románticos e idealistas frente a un plato de nuestro gusto.
Así se vieron no pocos acuerdos en algunos restaurantes de mi Barcelona como el viejo Señor Parellada, discretísimo, llevado con sigilo y puntualísima profesionalidad por Ramón Parellada que oficiaba como un duende travieso, siempre amigable y honesto, cuando acudían por igual Lluís Armet, el Guti, Romà Planas o medio Consell Executiu. Personalmente, recuerdo mi última comida con la gran socialista que fue Francesca Martín, mi querida Paca, en una de las mesas junto a la puerta del Parellada, denominadas mesas Cocó en honor a la Chanel, que exigía siempre en los restaurantes de París estar lo más cerca posible de la entrada para ver y ser vista por todos.
Trias es así, cree que hablando se entiende la gente y que cuando uno se dedica a la política tiene la obligación de escuchar a todos. Es una rara avis en el mundo separatista
Trias ha querido iniciar la carrera por el sillón de alcalde con un asalto de elegancia, porque quizá sea de los pocos, poquísimos, que todavía conservan el savoir faire de la vieja escuela. Y ha invitado a comer a Ada Colau con la que, digámoslo todo, tiene lo mismo que ver que un Goya con el calendario de un garaje. Trias es así, cree que hablando se entiende la gente y que cuando uno se dedica a la política tiene la obligación de escuchar a todos. Es una rara avis en el mundo separatista, quizás porque le pesa más su ideología liberal. No puedo dejar de preguntarme que habría sido de él sin esta barbaridad llamada procés, que le obligó moralmente a cerrar filas con los suyos, y si los torpes que pergeñaron una falsa campaña de desprestigio en su contra que acabó en nada, como no podía de ser de otra forma, se hubiesen quedado en casita haciendo punto de crochet.
¿Qué gana Colau? Pues creo que nada, salvo para poner a caer de un guindo a los hasta ahora socios de gobierno, los socialistas, no le ha servido de mucho comer con el doctor Trias
Pero la pregunta es inevitable: ¿qué ganan con esta comida? Se lo diré, porque uno es gato viejo y conoce el paño. Trias lo gana todo. Gana imagen de lo que es, alguien que practica la política sin querer sangre, gana consolidar su imagen de sportman que, además, no es impostada ni impuesta, y gana colocarse en el terreno de la igualdad con la actual alcaldesa. El alcalde Trias y la alcaldesa Colau. ¿Qué gana Colau? Pues creo que nada, salvo para poner a caer de un guindo a los hasta ahora socios de gobierno, los socialistas, no le ha servido de mucho comer con el doctor Trias. Y, francamente, para decir a estas alturas que la inseguridad que sufrimos a diario en mi ciudad es culpa del PSC porque son responsables de esa área en el gobierno municipal o espetar que los sociatas tienen vínculos muy fuertes con el sector inmobiliario que les impiden avanzar en medidas populares respecto a los alquileres, no hacía falta el ágape.
O sea, que de momento, la cosa va así: Trias 1, Colau 0. Y es que el pediatra de la pública sabe muy bien donde está el virus y como hay que tratarlo. Veremos cosas.
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