Opinión

Messi dice 'adéu' porque un club arruinado no puede pagar al mejor

No se dejen engañar por las excusas de malos perdedores ni por burdas teorías de la conspiración. Leo Messi dice adéu al Barça porque un club arruinado no puede pagar

No se dejen engañar por las excusas de malos perdedores ni por burdas teorías de la conspiración. Leo Messi dice adéu al Barça porque un club arruinado no puede pagar al mejor futbolista del mundo. Esto tan simple y tan doloroso es lo que sabía todo el mundo menos quienes tenían que saberlo. O, mejor, los que lo sabían pero no querían verlo. Por fin la directiva que lidera Joan Laporta admite aquello de que lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible.

Un club con una deuda elefantiásica de 1.100 millones de euros no puede firmar un contrato por ene millones para un jugador, por mucho que este sea el principal reclamo de la marca azulgrana, amén del mejor jugador de la historia del club (y quizás de todos los clubes). Olvidemos el hipócrita debate sobre su astronómico sueldo, porque por mucho que le pagasen, Messi no era caro para el Barça. El problema es que ya no le pueden pagar lo que pide porque las arcas del club están como si las hubieran visitado los personajes de La casa de papel. No son "obstáculos de la Liga", como decía el Barça en su desafortunado comunicado de este jueves tristemente histórico. Es la palmaria ruina que padece el club. Es la lógica aplastante de los hechos. De ese fútbol donde nos guste o no prima el negocio. De ese implacable mercado que a algunos sólo les complace cuando les sonríe.

Laporta no puede mantener a Messi y confiará en Agüero. Yo no puedo comprarme un BMW y por eso conduzco un KIA

Oigan, seamos adultos y asumamos la realidad para no caer en la frustración, que es una enemiga declarada de la cordura. El Barça no puede pagar al argentino al igual que el Alavés o el Osasuna o el Cádiz no pueden aspirar a contratar a la mitad de los jugadores de la plantilla azulgrana. Laporta no puede mantener a Messi y confiará en Agüero. Yo no puedo comprarme un BMW y por eso conduzco un KIA. Una cosa es batirse el cobre para lograr la ansiada renovación y otra cosa bien distinta es conseguir ese objetivo quijotesco. La solidez de la roca frente al frágil material con que se construyen los sueños.

Los sueños son maravillosos pero siempre hay que despertarse. El tiempo es inexorable y ya sabíamos, aún más tras el infame episodio del burofax de hace un año, que el Barça post Messi tenía que llegar. Lo doloroso es que está aquí antes de lo previsto y, por cierto, al contrario de lo que predijo y publicó casi toda la prensa deportiva durante semanas. Lo que toca es aceptar y afrontar lo que hay también en el terreno de juego.

La realidad azulgrana en el ámbito estrictamente futbolístico es que tiene que reinventarse tras casi quince años jugando por y para La pulga. Depender de Messi era una dependencia espléndida -ya querrían el resto de equipos depender de un jugador así-, pero tenía un grave problema ya advertido por los que saben de este juego aunque no vayan a tertulias: los mecanismos tácticos, sobre todos los ofensivos pero incluso los defensivos, estaban basados casi de forma exclusiva en los movimientos del Diez. Todo el juego del Barça giraba en torno al astro argentino.

Las veces en que los azulgranas tengan un mal día o estén atascados ya no aparecerá el de siempre para resolver el entuerto con una genialidad. Sin embargo, la cosa también tiene sus ventajas deportivas

Desacostumbrar ahora al equipo va a ser un trabajo duro para Koeman y su cuerpo técnico. Habrá jugadores, por decirlo suavemente, que ya no sabrán a quién pasarle el balón ni siquiera adónde mirar cuando el equipo ataque. Y las veces en que el conjunto tenga un mal día o esté atascado ya no aparecerá el de siempre para resolver el entuerto con una genialidad. Ese vestuario estará padeciendo un shock.

La cosa también tiene sus ventajas deportivas, si bien es cierto que muchos culés no pueden ni imaginarlas, porque ya se sabe que el duelo nubla la visión durante un tiempo. Quitado el corsé que abrochaba Messi, el equipo azulgrana podrá ofrecer más variantes, de forma que veremos menos de esos obscenos pases atrás -los que le buscaban fuera como fuera-, veremos quizás más envíos entre líneas o en largo y hasta veremos una presión más equilibrada porque por fin los once jugadores se afanarán a la hora de defender. El Barça tendrá menos calidad y menos gol, pero también será menos previsible. Su fútbol será menos hermoso pero acaso más efectivo.

Claro que estos sesudos análisis técnicos no le importan a nadie en esta tenebrosa época de las fake news y otras zarandajas tuiteras. Tras la muerte, siempre es la hora de los buitres. Se hablará de traición. Se hablará mucho de dinero. O se buscarán culpables imaginarios. Quizás hasta se encuentre la manera de politizar el asunto. Todo según convenga en cada orilla. Pero el caso es que salvo milagro Messi se marcha. Permítanme que me despida.

Cualquier barcelonista, y quien esto escribe lo es, tiene muchísimo que agradecer a Messi. Marcó todos los goles imaginables. Inventó jugadas que perdurarán en nuestras retinas (y en las de los rivales). Nos procuró más noches de gloria y títulos de las que podíamos digerir. Pero, por encima de todo, este genio del fútbol cambió la historia del club. Porque lo convirtió en ganador. Consiguió incluso invertir una tendencia histórica, de manera que durante algunos años el Madrid parecía conformarse con ganar al Barça en los Clásicos. No por casualidad decía Gistau que sentía un respingo de miedo cada vez que La pulga encaraba el área con el balón controlado. Nos hizo, en definitiva, ganar como nunca y soñar aún más que siempre. En realidad, todos estos años han sido un sueño. Por eso despertarse está siendo tan jodido.

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