Una invasión militar en territorio europeo es algo insólito desde Checoslovaquia en el verano del 68. Las guerras balcánicas de los 90 fueron otra cosa, por más que las consecuencias de las diversas intervenciones hayan dejado una huella indeleble. Desde que Ucrania decidió que sus intereses se movían en dirección a la Unión Europea y no como parte subsidiaria del viejo imperio ruso su suerte estaba echada. Primero le quitaron Crimea, vital para la economía y la defensa de Rusia. Luego las provincias limítrofes del sudeste. Al final, la destrucción del nuevo Estado con la intención de colocar en él un gobierno adicto. La guerra.
Hay quien parece añorar los tiempos de la Primera Gran Guerra, cuando Pío Baroja era germanófilo y Unamuno francófilo y no pasaba nada porque aquí luchábamos con frases y las palabras no matan. Nada que ver con lo que afrontamos porque estamos metidos en una pelea que afecta a Europa y a los Estados Unidos, y nosotros formamos parte de una y somos aliados de la otra. Escribir sobre lo obvio es como meterse en un charco de donde es imposible que no salgas salpicado.
La geopolítica es una especialidad de la historia que requiere una cabeza fría y un corazón ansioso, de donde se deduce que los ingenuos o los simples deben abstenerse. Cuando entra la geopolítica se complican los análisis y nos volvemos crueles. Los intereses geopolíticos de Rusia y de los Estados Unidos chocan en una guerra en la que ninguno de los dos va a ceder y en la que “los nuestros”, ucranianos, apuestan más que nadie. Ser ucraniano en este momento es tanto como convertirse en víctima de una guerra frente a un enemigo acostumbrado a ganar, porque cuenta con medios para hacerlo, incluso disimulando sus derrotas parciales. Es incontestable que cualquier iniciativa pacifista tras un año de invasión concede el beneficio de la victoria a quien ha desencadenado la guerra. ç
La geopolítica es una especialidad de la historia que requiere una cabeza fría y un corazón ansioso, de donde se deduce que los ingenuos o los simples deben abstenerse
Si afirmamos que debe imponerse un alto al fuego en este momento de la batalla estaríamos defendiendo el statu quo. Sería tanto como reconocer los hechos consumados. Una posición tan reaccionaria que convertiría la presunta ansia de paz en una coartada y en la que apelar a otras agresiones solo sirve para cargarnos de razones para contemplar impávidos las matanzas. Los frívolos defensores del alto al fuego y la paz ya se vuelven conservadores cuando no admiradores de la contundencia del invasor.
Si hay algo que parece indiscutible es que Rusia no va a perder la guerra y que a Ucrania le costará demasiado mantener su territorio por más que se le suministren ayudas que lo convertirán en un eterno dependiente. Cada vez se abre más el terreno encharcado de la geopolítica y el inevitable alto al fuego, que acabará abriéndose paso, será tan lento como aguante el invasor y soporten las víctimas. La tiranía rusa no está debilitada y el gobierno de los Estados Unidos no contempla otro límite que las elecciones presidenciales de 2024. El anciano Biden ha vuelto a caerse en las escaleras del avión cuando abandonaba Polonia, pero como tantas cosas de eso apenas nos enteramos. ¿Qué hacemos con el presunto atentado al gaseoducto Nord Stream que describió el periodista Seymour Hersh? Aclararlo sería como facilitarle la labor del enemigo, aseguran los mismos que tratan de ensuciar la trayectoria del revelador de la matanza de My Lay, en aquella guerra de Vietnam hoy innombrable. Por mucho menos que el terrorismo de Estado del Nord Stream se conmovió media Europa, pero entonces se llamaba “caso Dreyfus” y la realidad no transitaba por las redes.
El ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, nos ha dejado en Moscú unas frases para el bronce: “Las crisis aparecen constantemente, pero en las crisis hay oportunidades, y las oportunidades también se convierten en crisis. Esta es una experiencia histórica”. El Marx más actual, Groucho, hubiera añadido “y dos huevos duros” aunque rompiera la instantánea del tópico sobre las culturas milenarias. Me viene a la cabeza la de Chu-en-Lai cuando los periodistas le preguntaron en París su opinión sobre la Revolución Francesa, “se necesita aún tiempo para valorarla” (desconozco el motivo por el que algunos estadistas autoproclamados, como Jordi Pujol, atribuyen la anécdota a Mao -tse-Tung, que nunca estuvo en Francia; quizá “el hombre que susurraba a los caballos” no tenía apenas idea de las habilidades del número dos de la revolución china). El anecdotario de la geopolítica para youtubers no podría perderse la aportación de la vicepresidenta norteamericana, Kamala Harris, para quien la invasión rusa trata de “minar un orden mundial fundado sobre las reglas del derecho”. Hombre, qué quiere que le diga.
El Marx más actual, Groucho, hubiera añadido “y dos huevos duros” aunque rompiera la instantánea del tópico sobre las culturas milenarias.
La invasión y la guerra han acelerado un mundo multipolar, lo que se traduce en que antes dominaban dos grandes potencias y ahora aparecen cuatro. Nuestra visión metropolitana y europeísta no pasaba de la línea Berlin-París-Londres y Washington, incluso sigue sin ir mucho más lejos salvo en las mercancías, pero en nuestras mentes China e India resultan todavía algo exótico. Sobre el victimario ucraniano iremos introduciendo nuevos elementos que provocarán el miedo y por tanto el conservadurismo. La derecha más extrema opera en la onda de unas izquierdas que perdieron el horizonte hace muchos años, entre otras cosas por el peso ideológico y económico de esa misma Rusia que anima ahora a la vuelta a valores dignos de una encíclica papal anterior al Vaticano II; lo cual es mucho vuelco para tan poco espacio militante. Se entiende que haya tantos buscadores de identidades étnicas, sexuales e incluso lingüísticas. Cuando el mundo se hace más complejo de lo habitual se producen intentos, algunos exitosos, por volver a las fes milenarias. Que Vladimir Putin se entienda mejor con Silvio Berlusconi o Donald Trump tiene poco que ver con la geopolítica. Se refieren al poder, a quien lo detenta y al modo en que lo han conseguido y lo mantienen.
Ni pacifismo reaccionario ni ardor guerrero. Debemos estar con el país invadido aunque esto se traduzca en el gesto patético de mandarle unos tanques arrumbados en un almacén zaragozano de chatarra. Somos un país más pequeño que Ucrania y con menos recursos naturales hasta que la invasión lo puso todo patas arriba. Se llegará a un alto al fuego porque más allá es imposible al tratarse de la primera potencia nuclear del mundo. Nosotros estamos donde estamos y conviene no engañarse con grandilocuencias para no confesar que el pozazal de la guerra nos salpicará en el charco y que vendrán tiempos peores.
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