A lo largo de nuestra vida conocemos a muy pocas personas pero sabemos de la existencia de miles. Yo en concreto, que llevo muchos años trabajando y he estado en diferentes empresas, he debido compartir conversaciones con al menos un par de cientos de compañeros. Y cada 11-S me acuerdo de uno de ellos.
Trabajamos juntos en Madrid en torno a 1999 pero en diferentes departamentos de una sociedad de valores y bolsa, ni siquiera me acuerdo de su nombre exacto (creo era Chris) pues tengo por costumbre poner motes y son los que se me quedan. A éste le llamaba “Carasalmón” y el motivo era claro, era el típico inglés de tez colorada y que además bebía más cerveza que los “peces en el río” navideños agua, como buen representante de su tierra. No tenía especial relación con él si bien ambos le tirábamos descaradamente los tejos a la misma compañera y esa afinidad de gustos entre hombres siempre une.
Cuando dejó la empresa se fue a trabajar a un broker estadounidense en México, con un buen sueldo ya que hablaba español y no era malo en su trabajo. Al largarse descubrimos que había dejado un fuerte agujero en una cuenta corriente de una caja de ahorros que se lo había permitido porque pensaba que seguía trabajando en España con nosotros. En resumen, era un manirroto.
No supe de él durante un tiempo (¡cuánta gente pasa por nuestra vida y no conocemos nada de su evolución!) pero un día alguien comentó que había dejado su empresa en México porque era una ciudad muy insegura, que por lo visto le habían atracado un par de veces y que había logrado que su empresa le destinara a la sede de Nueva York. ¡Huyó de la delincuencia callejera para enfrentarse al mayor atentado terrorista de la historia!
Accidentes y atentados
Él murió en una de las torres puesto que trabajaba en uno de los tres brokers (que yo sepa y conozca) que fatalmente tenían su sede allí. El hecho de conocer personalmente a alguien que falleció en ese atentado –y al que por cierto se le hizo una misa en Madrid- no es algo que me afectara demasiado entonces. Entiendo que los accidentes o atentados, por su espectacularidad e imprevisión, son muy noticiosos y mediáticos, pero también es verdad que todos los días mueren por enfermedades relacionadas con la pobreza más personas en el mundo que las que murieron en Nueva York, y su agonía es muchísimo más lenta y dolorosa.
Pero lo cierto es que –visto desde una perspectiva ya casi histórica- incluso para los no neoyorquinos esta fecha se ha convertido en un icono de nuestra generación. Resulta inevitable comentar dónde estábamos y que hacíamos aquel 11 de septiembre, y más si, como fue mi caso, lo viví trabajando en mercados financieros (imaginaos el shock monetario que se produjo ese día, además del drama humano) y asistiendo en directo el impacto en la segunda torre a través de la ya desaparecida Reuters TV.
Esa tarde muchos oficinistas nos bajamos al “bar de abajo” en toda Europa pues había rumores de que venían aviones a todos los rascacielos de las ciudades occidentales
Recuerdo que en Europa las autoridades bursátiles fueron tan irresponsables de no cerrar los mercados -tampoco lo hicieron los de tipos de interés- y con Wall Street cerrado (lo estuvo casi una semana) el aluvión de ventas fue bestial. Esa tarde muchos oficinistas nos bajamos al “bar de abajo” en toda Europa pues había rumores de que venían aviones a todos los rascacielos de las ciudades occidentales y yo trabajaba al lado de la Torre Picasso, y era tal la confusión que sólo en los mercados electrónicos había actividad.
Leyendo días atrás un relato de Robert Graves (mundialmente famoso por su Yo Claudio), explicaba que en Europa a cada generación le toca vivir una guerra y que a la mía -tras la Primera y Segunda Guerra Mundial- le habría tocado cerca de 1970, pero no tuvo lugar conflicto mundial alguno gracias a las armas nucleares que habían evitado –por el pánico mutuo- un enfrentamiento directo entre los dos bloques. Sea o no cierto ese peligroso argumento (¿se acabarían las guerras si todos los países tuvieran armas nucleares?) la situación actual en Afganistán, o la de los últimos años en Siria, demuestran que la guerra ya no es sólo una cuestión de países contra países.
Volviendo al caso de mi excompañero, es casi una broma del destino que alguien muera por el efecto de choque de una aeronave contra un rascacielos de Nueva York luego de haber huido de México DF por temor a la delincuencia y los atracos, y que yo hubiera trabajado meses a pocos metros de él, y que se viera dramáticamente implicado en el atentado que abrió las puertas al siglo XXI, así como un asesinato en Sarajevo provocó la Primera Guerra Mundial y e inauguró el convulso siglo XX.
Dicen que las casualidades no existen, que existen las causalidades. Efectivamente, hubo una gestación de años en el atentado del 11-S, políticas y creencias erróneas. La cuestión es, ¿Hemos cambiado dichas políticas y dichas creencias?
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