Mañana, día 16 de junio, es la fecha en la que mi padre, Nicolás Redondo Urbieta, habría cumplido 97 años. Siempre he sentido un pudor casi insalvable a la hora de hablar de mí o de mi familia, así que comprenderán que este artículo se me haga especialmente difícil desde las primeras palabras. Y si me dispongo a terminar tan dura tarea es porque tengo una deuda impagable con él, que se desliza también hacia su padre, a la que se une la necesidad de reivindicar otra forma de hacer política, de estar en la política .
Hoy vemos, en todos los partidos, carreras planificadas en la oscuridad húmeda de los sótanos de los diferentes partidos, van subiendo escalones hasta encaramarse al puesto más alto a su alcance. Esa forma de educación para la política no puede evitar todos los males de las carreras chusqueras, que suelen caracterizarse por ser dóciles con el que manda. No se trata de exigir responsabilidades, de las que se suelen evadir, sino de demostrar fidelidad sin fisuras al jefe y ejercer el poder en los ámbitos que ostenten, el líder antes que la dignidad, la tribu por encima de la sociedad, el partido por delante de la nación. Me he encontrado a gente que aplaudía con el mismo entusiasmo a Felipe González a Zapatero y a Pedro Sánchez, justamente hasta que iban dejando sus más altas responsabilidades, y así se han ido manteniendo y medrando en los meandros del poder interno.
Pero justamente la política debería ser lo contrario, debería ser el oficio en el que uno prospera por su capacidad para tener ideas, proponerlas adecuadamente y saber gestionarlas suficientemente. Es la noble y altísima profesión en la que unos pocos se convierten en representantes de la mayoría, en cierta medida les sustituyen; están llamados a hacer todo lo necesario, dentro de la ley, para que sus representados progresen, vivan mejor. El político estaría obligado a hacer lo que desde un punto de vista privado y personal en ocasiones no haría. Esa contradicción moral, que provoca las más fuertes tensiones a quien se dedica a la política, debería obligar a los políticos a tener una catadura moral muy desarrollada. Y por ello, en una sociedad libre y sana, están llamados a desempeñar tal papel los más válidos, los más fuertes moralmente, los que son capaces del mayor desprendimiento. Creo que la política sin ética, sin sólidos principios, hace todo más pequeño, más mezquino, termina prostituyendo los grandes ideales, las tareas más altas. ¿No creen que estamos asistiendo en directo a ese empequeñecimiento de los ideales más sagrados, a la banalización de los principios, de la coherencia, de los compromisos adquiridos?
Con mi padre se podía estar de acuerdo, pero tampoco veo incomprensible que se estuviera en contra de lo que hizo y de lo que representó. Su vida de lucha contra el franquismo todos la conocen: cárcel, destierro y muchos problemas económicos para la familia. Pero hoy no me quiero referir a ese aspecto de su biografía, por el que otros matarían para poder contarlo en primera persona, conformándose con fotografiarse rodeados de huesos humanos en el Valle de los Caídos.
Imagínense las semanas anteriores, los meses en los que fueron quebrándose esos lazos de sangre, más doloroso porque se hacía cuando tenían un enemigo mayor y terrible: el franquismo
Me referiré a las ocasiones en las que tuvo que decidir en contra de lo más sencillo, de lo más conveniente para él. Fueron situaciones dramáticas desde una perspectiva personal. En un momento determinado, a principios de los años 70, tuvo que romper con quienes representaban la historia del PSOE. Fue durante el periodo de renovación de las organizaciones socialistas, que culminó en el archiconocido Congreso de los socialistas en Suresnes. En aquel rompimiento de la familia socialista le acompañaron socialistas jóvenes, que resultaron muy valiosos para el PSOE y para España, como demostraron unos pocos años después. Felipe González , Alfonso Guerra , Enrique Mugica y tantos a los que no refiero en este artículo, pero de los que no me olvido .
Ahora bien, para un puñado de aquellos socialistas fue más que un mero conflicto político . Para Garcia Bloise, Juan Iglesias, Curro Del Real, los hermanos Cobos y para mi padre, fue una ruptura total, dramática, con los lazos de amistad, casi familiares, que les unían con el pasado reconocible del PS, del que eran parte a pesar de su juventud. Hicieron lo que tenían que hacer , por encima de conveniencias, provocando la ruptura total con personas a las que habían reverenciado unos años antes. Imagínense las semanas anteriores, los meses en los que fueron quebrándose esos lazos de sangre, más doloroso porque se hacía cuando tenían un enemigo mayor y terrible: el franquismo. Tuvieron que decidir, sin atajos morales, empezar por el principio , sin atender a quienes les pudieron llamar traidores o franquistas infiltrados.
La mayoría de ellos no tuvieron que decidir nunca más en parecidas situaciones, que los seres humanos suelen rehuir por mero instinto de conservación. A él, sin embargo, le esperaba otra encrucijada si cabe más dolorosa. Aquellos jóvenes airados habían conformado unas organizaciones extraordinarias: el PSOE había conseguido, en menos de 10 años, llegar al gobierno con 202 diputados y la UGT, con unas direcciones solventes, capaces de competir de tu a tu con los socialistas que formaban el gobierno de Felipe González, se había convertido en la primera central sindical de España. Cualquiera podría pensar que eran tiempos de recoger la cosecha, de una vida tranquila, llena de reconocimientos y honores merecidos. Pero él volvió a considerar, por encima de esa situación, que sería un sueño para la inmensa mayoría de los seres humanos, estaba obligado a llevar hasta las últimas consecuencias la defensa de los trabajadores. Entraron en conflicto, como en las tragedias griegas, dos fuerza igualmente poderosas e inevitables: la que representaba la determinación reformista del Gobierno socialista y la que hacía suyos los intereses concretos y diáfanos de los trabajadores, por encima de conveniencias personales y de presiones que hoy algunos confundirían con el acoso. Aquella confrontación culminó con la huelga del 14 de diciembre de 1988 , la mayor movilización de la historia de los trabajadores españoles . Como en las tragedias, todos sufrieron, todos quedaron heridos; posteriormente, ninguno fue capaz de reponerse totalmente.
Felipe González le comunica que abandona la ejecutiva nacional dejando en precario la escuálida dirección socialista. Esa situación enfadó mucho a mi padre y, según cuentan, el diálogo con González, cuando fue a comunicarle su decisión, fue muy subido de tono
Esas dos situaciones ya definirían la manera de entender la política de Nicolás Redondo Urbieta. Una persona que defendía sus ideas, sus principios por encima de las convenientes personales o de grupo. Una persona que tiraba hacia adelante, tuviera las consecuencias que tuviera su decisión . Pero me detengo en otro momento, que podría contradecir, a primera vista, ese arrojo, esa determinación y, sin embargo, solo lo confirmaba. Mi padre había sido elegido Secretario General de la UGT dos años antes de la celebración del congreso de Suresnes. Durante ese tiempo fue detenido con un grupo de comunistas y con su gran amigo Antón Saracibar. Durante su estancia en la cárcel, Felipe González le comunica que abandona la ejecutiva nacional dejando en precario la escuálida dirección socialista. Esa situación enfadó mucho a mi padre y, según cuentan, el diálogo con González, cuando fue a comunicarle su decisión, fue muy subido de tono. Nicolás le reprochaba el mal momento que había elegido para dimitir, aunque a fuerza de ser sincero tengo que decir que no me consta que la decisión adquiera la formalidad necesaria para darla por consumada.
Llegado el histórico congreso de Suresnes, la mayoría vizcaína, con Nicolás y Eduardo López Albizu a la cabeza, logran imponer, por encima de las normas, que el “dimitido” Felipe González hiciera la defensa de la gestión de la ejecutiva nacional (así se llamaba entonces el órgano ejecutivo del PSOE). No había duda entre los congresistas, Nicolás reuniría en su persona el máximo cargo del sindicato socialista y el del partido, tenía los votos y una autoridad moral indiscutible. Así pensaron muchos amigos de Nicolás, que posteriormente han tenido gran repercusión en la historia de los socialistas, por ejemplo Enrique Mugica .
Siempre he pensado que ese paso atrás, esa humildad, esa capacidad para saber quién era, no solo complementa su biografía sino que es la mayor muestra de valor…
Pero Nicolás, a última hora, decidió que no era bueno compatibilizar dos responsabilidades y que el partido estaría en las mejores manos de aquel joven sevillano, que unos meses antes le había enfadado tanto con su dimisión. Supo, en fin, renunciar, dar un paso atrás, reconocer que otra persona lo podía hacer mejor en el más alto cargo del PSOE. Siempre he pensado que ese paso atrás, esa humildad, esa capacidad para saber quién era, no solo complementa su biografía sino que es la mayor muestra de valor… ceder cuando lo tienes todo es más difícil que cualquier otro acto de valor que pudiéramos tener en cuenta. En esta ocasión también hizo lo que creyó que tenía que hacer, por encima, en este caso, de la vanidad , que tantas vidas ilustres ha envilecido.
Pero para esas circunstancias excepcionales se requieren protagonistas capaces de estar a la altura política y éticamente de esa exigencias tan extraordinarias. Hoy, por desgracia, se dan esas circunstancias, pero los protagonistas actúales no tienen la grandeza que da luchar por una razón , por un convencimiento, por un principio. En una situación de crisis política como no habíamos vivido desde la muerte de Franco, cuando echamos en falta la esperanza de aquel tiempo y se ha reducido hasta niveles ínfimos la confianza que en aquellos momentos los españoles prestaron a sus políticos, no estamos ante los grandes personajes de una tragedia, estamos, más bien, ante personalidades aventureras y venales, dispuestas a “matar” por el cargo antes que a “morir” por una idea .
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