Existe un refrán catalán, Per Nadal, cada ovella al seu corral, que traducido a la lengua de Cervantes significa que 'por Navidad cada oveja en su corral'. En nuestras tiempos muchos hemos sustituido el corral por el socorrido sofá, mantita y tele, que viene a ser lo mismo: somos rebaño agrupado alrededor del corral que es la televisión.
Ahítos de tanta comilona y socialización impostada con gente que nos importa un huevo de zopilote los unos, y aislados del epifenómeno navideño los otros, el plan que propongo es infalible. Olvídense de las televisiones, de todas, y háganse su propia programación a base de películas fetén. Lo que sigue es, evidentemente, una selección personal e intransferible, pero puede serles de utilidad entre tanta consigna disfrazada de especial navideño y tanto azúcar desmesurado en los informativos.
Y sin mayor dilación ni reservas mentales, he ahí la lista: olvídense de “Qué bello es vivir”, porque huimos del falso buenismo de esta sociedad hipócrita y bien queda. Que se gane las alas el ángel de James Stewart en otra parte. Vayamos al lío y ataquemos con “Die Hard”, traducida de manera dudosa por “Jungla de cristal”. Un Bruce Willis como pocas veces hemos visto, acción, malos malísimos -ojo, no todos son los terroristas responsables del secuestro en el edificio Nakatomi-, emociones, amor y, sí, las navidades como telón de fondo. Aunque Bruce se ha puesto siempre en todos sus estados cuando oye que es un film navideño y lo haya negado por activa y por pasiva, créanme, es un film navideño con moralejas, en plural, y vale la pena degustarlo jaleando al bueno de John McClane.
Si quieren ver la segunda y la tercera -es tan buena como la primera- ole. Si se ahorran la segunda, mejor. Vayamos al cine patrio, y aquí es forzoso acudir a “La gran familia” que tiene un guión divertido, tan desmadradamente moralizante que acaba por no importar, y que ha dejado para el acerbo común frases como “¡Cheeeeenchoooo!” en boca de Don José Isbert, que busca a su nietecito extraviado en la feria de navidad de la Plaza Mayor de Madrid o a la de José Luis López Vázquez siendo tildado de “¡Padrino búfalo!” por uno de los críos que componen una familia enorme, inabarcable, en plenos años sesenta de aquella España que se mató a trabajar para dar carrera a sus hijos. Y si notan cierta humedad en los ojos digan que les ha entrado una mota. La que sigue no tiene que ver con la Navidad ni falta que hace, porque es una maravilla: “Veinte mil leguas de viaje submarino”, en la versión protagonizada por James Mason, un capitán Nemo insuperable, y un Ned Land interpretado por el Kirk Douglas más jovial, descarado e irremisiblemente simpático de la historia.
Déjense llevar a unas épocas en las que los indígenas creían en el yuyu, los kraken se cobraban vidas humanas y un príncipe hindú podía por igual colonizar el Polo en su nombre
Vean esa epopeya fruto de la mente de Julio Verne, deléitense rememorando aquellos tiempos en los que un eminente profesor como Pierre Aronnax podía ser secuestrado por Nemo, el pirata científico. Y déjense llevar a unas épocas en las que los indígenas creían en el yuyu, los kraken se cobraban vidas humanas y un príncipe hindú podía por igual colonizar el Polo en su nombre, descubrir las ruinas submarinas de la Atlántida, descubrir un canal submarino por debajo de Suez y vengarse del Imperio Británico con su ciencia, todo a la vez. La pura delicia.
Podría seguir, pero creo que pillan el mensaje. Sumérjanse en la fantasía, en los mundos de Cinemascope repletos de héroes que son héroes y villanos que, a pesar de serlo, nos pueden caer bien. Como le pasa a servidor, que siempre revisita en estas fiestas “El prisionero de Zenda”, versión de 1952 dirigida por Richard Thorpe, en la que la clase de Stewart Granger o la belleza de Deborah Kerr palidecen ante ese villano majestuoso, divertido, cruel y simpático a la vez que nos regaló James Mason -otra vez Mason, siempre Mason- y verán que lo que digo de los villanos es totalmente cierto. Dicho lo cual, que tengan ustedes una muy feliz Nochebuena y una muy feliz Navidad. ¡Y viva la fantasía!
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