Eran las 12:55 horas del martes 17 de noviembre de 1987 en el salón de audiencias del palacio de La Moneda en Santiago, ciudad a la que había acudido para participar en la Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) que agrupaba en defensa de la libertad de expresión a diarios desde Canadá al cabo de Hornos. Entonces, la agencia EFE que yo dirigía era el único medio informativo español miembro de la SIP, la cual de modo incomprensible había convocado su Asamblea en la capital chilena y ofrecido su inauguración al general Augusto Pinochet, de cuyo compromiso con la libertad de prensa nunca se tuvo noticia. Convencido como estaba de que los poderosos no quedan comprometidos por lo que dicen, sino por lo que escuchan, le dije: “General, la formación en las academias militares está basada en unos principios, en el cultivo de unas virtudes características, en el honor, en el valor… ¿No sería el acto más valeroso para una persona como usted descabalgar del ejercicio del poder? ¿No sería su retirada el acto de suprema confianza en las instituciones, el más irrefutable desmentido a quienes mantienen que el suyo es un régimen personal?”.
El destinatario de la propuesta escuchó impávido y optó por una acotación lacónica:
-Este no es un régimen personal
Quise volver sobre mi pregunta y busqué la ayuda de algún precedente que no rebajara la Historia, ni enojara al general. No acerté con mi primera pretensión.
-General, usted podría reservarse, como Carlos V, la posibilidad de ser espectador de su propia sucesión…
-Usted quiere que yo sea espectador de mi propio funeral. Yo me retiro el día que vea mi país tranquilo. Usted sabe que he tenido un atentado. Un hombre como yo, que salva su vida porque Dios es grande, sería más lógico que se mandara cambiar pronto, si dejara todo botado para que no le maten. Me han disparado (se refería al atentado del 7 de septiembre de 1986) tres “laws -Light Antitank Weapon- armas antitanque ligeras y los tres disparos han rebotado en el vidrio y han muerto cinco de mis hombres y han sido heridos otros once. ¿No le llama la atención?
-Si, me llama la atención, pero por ejemplo en España, habida cuenta de que el régimen es democrático y de reconocimiento de las libertades, la prensa es beligerante no contra el sistema sino contra las corrupciones que puedan deteriorarlo, de las cuales la violencia terrorista es una de las mayores.
Ahí terminó la entrevista que se había iniciado cuarenta minutos antes, para desconcierto del delegado de la agencia EFE en Chile, Ramiro Gavilanes, quien se resistía a llevar la grabadora, dado que le habían dicho que el encuentro sólo serviría para que saludara al general y me entregara las respuestas escritas al cuestionario que hube de remitir con anticipación. Por la galería de los presidentes, sembrada de ayudantes, habíamos sido introducidos al salón de audiencias. El general Pinochet nos recibió en el umbral, mientras una nube de fotógrafos disparaba sus flashes para inmortalizar la escena. Retirados los compañeros de la cámara le hice entrega de un volumen sobre la agencia Efe que recibió comentando:
-La agencia Efe he querido cerrarla dos veces.
Una estimulante declaración de intenciones para comenzar. Conversamos sobre el plebiscito proyectado las condiciones mínimas para su legitimidad que han fijado destacadas personalidades de la Iglesia. Le hablo del artículo octavo de la Constitución y de la Ley 18.662 de 23 de octubre que lo reglamenta y d como traducen una obsesión antimarxista y anticomunista, la misma que caracterizó al régimen de Franco, quien a fuerza de combatirlo lo acabó coinvirtiendo en protagonista fundamental de la vida española. Le explico que los comunistas una vez legalizados, dejaron de ser el punto de referencia fundamental en que se habían convertido merced a las obsesiones franquistas. Se muestra impenetrable. El general me regala tres libros de los que se declara autor: El día decisivo, Patria y Democracia y Política, Politiquería y Demagogia. De regreso a Madrid compruebo que como en tantos otros casos el peor enemigo de Pinochet no hubiera podido escribir un acta de acusación contra él como la que, para justificarse el propio general narra por si mismo. En la edición del diario Época de Santiago del 20 de noviembre y en la del semanario TIEMPO del 7 de diciembre de 1987 puede leerse el texto íntegro. Vale.
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