Opinión

Micromachismo sobre ruedas

Este Gobierno, que se da aires de candidato al Nobel de La Paz, es una máquina de generar odios y rencores

Fondo musical de tambores africanos y puntuales estridencias de instrumentos de viento, que provocan bastante infarto en el espectador. Una cría de cabra montés se tambalea en la pedregosa ladera, ebria de jara y de inocencia. Es tarde, y quiere volver a casa. De pronto, una bestia alada aparece luciendo envergadura en lo azul de la imagen, la agarra despiadadamente y reinicia el vuelo con la cabrita colgando, que lucha desesperada por desasirse…

Suena el despertador.

La jotía abre el ojo, guarda “la máquina para matar fascistas” en la mesilla, se ducha, se viste, y desayuna como si no hubiera un mañana, lo cual, en su caso concreto, es bastante probable políticamente hablando.

En la pantalla de su móvil suena un “¡chinnn!” que anuncia notificación.

Andreas viene a recogerte”.

Andreas luce guapura mediterránea en la foto, y aparece en un mapa como una moto morada pequeñita.

Comienzan la carrera, y ella no deja de mascullar “otro mamonazo” cada vez que se cruzan con un erasmus, un tío trajeado con pinta de solvencia económica

“Otro mamonazo”, piensa ella, y comienza con este buen rollo una jornada laboral más.

Andreas es griego pero lleva tiempo en España. Vino enamorado de una tal Montserrat, que devino en bicho cuando le dejó con un guasap que el pobre leyó recién pisado el finger de El Prat. Decepcionado de Montserrat y de no entender ni papa, recaló en Madrid en busca de mejor fortuna.

Trabaja de rider en TeleJotía, y recoge a la anterior, que se agarrapata detrás de él en el asiento de la moto.

Comienzan la carrera, y ella no deja de mascullar “otro mamonazo” cada vez que se cruzan con un erasmus, un tío trajeado con pinta de solvencia económica, o un local de Mercadona.

Andreas flipa pero no se atreve a contradecirle, dado que siente, a la altura de sus omóplatos, que ella le apunta con un arma bifocal y punzante.

Llegan a destino: Audiencia Provincial de Madrid.

Ella se baja, a impartir unos cursillos de género, y cuando Andreas se percata de la naturaleza del arma, que viene a ser una premeditada soltura mamaria, comienza a experimentar la típica reacción inflamatoria.

La jotía se da cuenta, le pone careto y le dice:

-Esa miradita lasciva no me ha gustado nada. Te va a caer un buen puro por guarro.

“Madre mía, donde esté una cuatro quesos que se quiten estas piradas”, piensa él.

Se pretende también «romper con el estereotipo de que (las mujeres) ‘conducen peor’, y centrar el mensaje en que su forma de desplazarse en las carreteras es más positiva

Revoloteaban recientemente por nuestro limbo mediático dos noticias:

  • Una relataba cómo, durante la presentación en el Congreso por parte de ERC y Bildu, de una veintena de enmiendas a la propuesta socialista de reforma a la ley del solo sí es sí, se insistía en culpar a los jueces y su “sesgo cognitivo de género” de las bajadas de penas y excarcelaciones varias producidas por la entrada en vigor del malparido bodrio; y se pedía que estos “deban realizar una formación obligatoria en perspectiva de género”.
  • Y la otra trataba sobre la posibilidad, que está estudiando la DGT, de llevar esta perspectiva a las autoescuelas e «incorporar módulos de género obligatorios en los programas para obtener y renovar el permiso de conducir» en aras de «poner en valor comportamientos vinculados con la prudencia, la no violencia, la tranquilidad, la paciencia, etc., y que cuestionen la representación social de la masculinidad como sinónimo de riesgo, agresividad, velocidad, etc.». Se pretende también «romper con el estereotipo de que (las mujeres) ‘conducen peor’, y centrar el mensaje en que su forma de desplazarse en las carreteras es más positiva y es un modelo más interesante a imitar».

Pablo, recién estrenados los dieciocho, y con la corteza prefrontal que gestiona el riesgo todavía tierna, acude a Móstoles a examinarse del práctico. Ajustados asiento y espejos, procede a hacer lo propio con el retrovisor y se encuentra en él una mirada hostil; hay una jotía en el asiento de atrás.

Tras la orden del profesor de “salga por ahí para incorporarse a la autovía”, comienza el examen.

Ya incorporados, el futuro novel se apercibe de la presencia de un coche que va delante delante con una pegatina triangular que pone “mujer a bordo”. El coche circula a setenta, y pisa bastante la raya. Lo que Pablo no sabe es que forma parte de la performance evaluadora.

“Proceda a adelantar”, dice el profesor.

Pablo da el intermitente, y ve estupefacto cómo el coche de delante acelera.

Pablo aborta maniobra.

Un intento más, y lo mismo.

El chico empieza a ponerse nervioso, pero no dice ni mu.

Cuando parece que a la tercera va la vencida y Pablo va a proceder a cambiarse de carril, aparece a toda caña por su izquierda un descapotable rojo que le da las largas y se pone a su altura en la ventanilla. Un pavo con gorra (visera para atrás) y gafas de espejo, le mira retador y empieza a lanzarle besitos burlones poniendo boca de piñón.

El corazón de Pablo comienza a acelerarse, pero se dice a sí mismo “contrólate y no mires. Lo importante es el carnet”.

El de la gorra no es otro que nuestro amigo Andreas, que, tras ser despedido de TeleJotía por conducta impropia, se ha empleado ahora en TeleEstresor, y ha sido entrenado para poner a prueba la templanza de la gente.

La jotía dice maquiavélica: “yo creo que este hombre te quiere decir algo. Baja la ventanilla”.

La baja el profesor, compinchado que está, y Andreas empieza a gritar enseñando chicle:

- ¿¡Qué pasa, chavaaaal!?, ¿sacándote el de microcar, o qué? - le guiña un ojo, y añade:

- ¿Te da miedo pisarle?, ¿te haces pipí?

Pablo suda.

El estresor se ensaña:

-¡¡¡Nenazaaaaaaaaa!!!- dice entre crueles carcajadas.

Se le cae el chicle de la boca de tanta efusividad.

El aspirante a conductor comienza a destilar adrenalina y el examinador sufre por él (también fue joven).

Andreas, un profesional, culmina la actuación con una peineta y un acelerón bestial, y se transforma rápidamente en un punto rojo en la autovía.

La jotía, impactada con Pablo, escribe “apto”.

Este goaverno, que se da aires de candidato al Nobel de La Paz, es una máquina de generar odios y rencores; y ha dejado en manos de la Banda de Tototéibol, (Suma Sacerdotisa en soez estilo piropeada por un colega), el apartado de “Adán y Eva. Manual de instrucciones”.

Entregadas a la causa sectaria, las jotías practican, por un lado, un feminismo men-hater, que defiende a la desvalida cabrita del águila empotrador; y por otro, una devaluación de la mujer como tal, y como ostentadora de cuotas y/o derechos (pásese usted, varón, a tenor de cualquier impulso, por el Registro, y comience a disfrutar de todos).

El daño moral que esta perversa contradicción provoca es equiparable a la bola económica que nos vamos a comer con patatas tras el Jispersonexit, y quizás más difícil de solventar.

PARA TERMINAR, un final feliz y unas palabras divinas:

EL FINAL FELIZ

Andreas no tuvo tanta suerte como estresor como con Pablo, que era un santo. Tras catar un par de veces el hospital, dejó el curro y ahora trabaja en TelePolvo, conduciendo una moto blanca, que no reparte más que felicidad.

Deja el paquete en el Ministerio de las Jotías (“llámame Nacho”, dijo éste al montarse) y se troncha.

LAS PALABRAS DIVINAS

"Estaba yo un día solo. Había pasado el águila real y no solamente me había brindado uno de sus penetrantes vuelos de caza, sino que había estado describiendo las más fantásticas acrobacias en compañía de su pareja. ¡El águila! El macho y la hembra colgados en el cielo estuvieron como cinco o diez minutos, ¡quién sabe! ¡Yo estaba prendado de sus alas!, ¡yo quería volverme pájaro!". Félix Rodríguez de la Fuente.

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