No recuerdo un acoso mayor a un líder de la oposición en los últimos cuarenta años. Esto no habría pasado si Soraya hubiera ganado el XIX Congreso del PP. Una opción tecnocrática y posibilista, ligada a la vicepresidenta del Gobierno saliente, pensada para no desentonar con el paisaje socialdemócrata y nacionalista, no hubiera generado el tipo de persecución a la vida privada y pública que está viviendo el jefe de la alternativa gubernamental, Pablo Casado.
Es evidente que el líder del nuevo PP incomoda a una parte del sistema. Su victoria descolocó al continuismo popular y a Ciudadanos, formación ésta que tenía ya preparada de forma minuciosa la absorción lenta e incruenta del PP con el discurso de la virtud. Una vez asumido que el plan de sustitución y derribo, según corresponda, no había salido según lo previsto, la tarea de ese tándem involuntario ha sido poner en cuestión la faceta privada de Pablo Casado.
Y como su vida familiar es intachable, se han dedicado a poner en cuestión su currículum académico diciendo que es obligatorio que explique notas, convalidaciones y títulos. Esa campaña tuvo su bautismo de fuego con su licenciatura en Derecho, que fue puesta en entredicho por el ex director del Centro Cardenal Cisneros, quien resultó ser vocal de Ciudadanos en un distrito madrileño. La “información” salió en mayo de este año, casualmente cuando Casado sonaba como candidato a la alcaldía de Madrid tras la crisis del PP en la capital.
La acusación fue luego desmentida por la UCM, pero el daño ya estaba hecho. La elección de esa faceta de Casado se debió a que el caso Cifuentes introdujo la moda de revisar los títulos con los que se adornaban los políticos. El asunto encajó en la caza de brujas a la que asistimos desde 2015 en la que se ha impuesto la presunción de culpabilidad. No es la primera vez que se hace, mostrando así que, con tal de satisfacer fines espurios, partidistas y egoístas, se ha roto el Derecho como salvaguardia frente a la arbitrariedad del poder y garantía de la igualdad ante la Ley. A eso se refieren cuando hablan de “doble vara de medir”.
Ese pánico de los adversarios al nuevo PP se debe a varios factores. Los socialistas de todos los partidos no entienden el cambio que se está produciendo en Europa, incluidas sus idealizadas democracias nórdicas"
El caso Cifuentes y el escándalo del negocio construido por Enrique Álvarez Conde en la URJC facilitaron la acusación sin pruebas, el desprestigio gratuito y el perjuicio a su reputación. Deslizar la sospecha, el adverbio sugerente, el adjetivo bien colocado o la ironía de salón, para acompañar una voz impostada y un ademán severo, han sido suficientes para inocular el mensaje de que el nuevo líder del PP está manchado.
A esto unimos otra campaña, más propia de las izquierdas, consistente en identificar a Casado con la “extrema derecha”, la “ultraderecha” e incluso el “fascismo”, y equipararle con Trump y Salvini. Esta descalificación ha sido de un automatismo enternecedor por la simpleza en el uso de conceptos y el desprecio inconsciente y completo a la Filosofía y a la Ciencia Política. En realidad, se trata de la combinación de la primaria necesidad de construir un enemigo y, cómo no, del miedo.
Ese pánico de los adversarios al nuevo PP se debe a varios factores. Los socialistas de todos los partidos no entienden el cambio que se está produciendo en Europa, incluidas sus idealizadas democracias nórdicas. Está apareciendo un espíritu de época distinto, cuya muestra es el surgimiento de nuevas fórmulas políticas que tienden a devolver las libertades al individuo, su responsabilidad, y a reducir la ingeniería social. Eso no pasa, claro está, por las antiguallas socialistas, el guerracivilismo de antifranquista de mesa camilla, ni por el nacionalismo oligárquico y medieval.
El aire fresco de Casado no es el smog del PP marianista, predecible, y al que era tan fácil hacer oposición. Los populares han conseguido esta vez adoptar la fórmula eficaz de renovación: un líder vinculado a un proyecto político con ideas claras, contundentes y coherentes que se salen de la norma. Los adversarios esperaban un desenlace distinto a la crisis del Partido Popular, una opción más manejable y menos combativa. De ahí la molestia y el miedo.
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