Hay un hombre en cuyo pellejo no habríamos querido estar, con toda seguridad, ninguno, al menos hace un mes. Se llama Tomás Guitarte y es diputado por Teruel. Se presentó a las elecciones no como miembro de un partido político, que es lo habitual, sino de una agrupación de electores que se llama Teruel Existe. Es la primera vez en la historia de la democracia española que un grupo de esta clase –una agrupación de electores– logra representación parlamentaria. A Guitarte le votaron 19.696 personas sobre un total de algo más de 74.000 votos emitidos. Superó con ello al PSOE, que logró unos mil votos menos, y al PP, que no llegó a 17.500. De los demás ya ni hablamos.
El programa electoral de Teruel Existe, que pueden ver aquí, no manifiesta, como ustedes advertirán, ninguna posición política sobre el Brexit, sobre las relaciones iberoamericanas ni sobre el latazo de Cataluña. Habla de actuar contra la despoblación de las zonas rurales, particularmente las suyas; sobre la mejora de las comunicaciones de la provincia y sobre la vía de tren y la central térmica de Andorra (se refiere a un municipio de la provincia, no al pequeño país de los Pirineos).
Pero las cosas rodaron de tal manera que, en esta legislatura, el Gobierno de la nación dependía del voto de Tomás Guitarte. Ante la segunda votación para la investidura de Pedro Sánchez, y dado que todos los demás partidos mantenían la misma posición de la sesión anterior, una de dos: si el diputado turolense votaba que sí, Sánchez sería presidente; si votaba que no, el socialista fracasaría y habría que volver a empezar. Como es lógico, ese voto se negoció cuidadosamente. Ante las garantías de apoyo a su programa electoral que ofrecían los socialistas, los miembros de la Agrupación de Electores Teruel Existe se reunieron el día de Nochevieja y decidieron que Guitarte votaría a favor. El apoyo fue superior al 90%.
En su pueblo, Cutanda, que tiene 22 habitantes, aparecieron pintadas en las que se le llamaba traidor y separatista
Pero entonces sucedió algo insólito. Guitarte –tanto su Agrupación como él mismo, el propio diputado– empezó a sufrir presiones y amenazas terribles. En su pueblo, Cutanda, que tiene 22 habitantes, aparecieron pintadas en las que se le llamaba traidor y separatista. Las firmaba DNJ, siglas de un grupúsculo de extrema derecha (“Democracia Nacional Joven”), racista y xenófobo. A su correo electrónico llegaron alrededor de diez mil mensajes, todos muy parecidos, de carácter semejante. Y en su WhatsApp sucedió lo mismo: fotos de su pueblo e innumerables amenazas.
Muchas de ellas llegaron de viva voz, por teléfono. Amenazas de matarle. El asunto llegó a tal extremo que Guitarte tuvo que “desaparecer” durante varios días, los primeros del año. Regresó para votar en el Congreso, protegido por la policía. Denunció las amenazas después de que Santiago Abascal, en su cuenta de twitter, llamase a la gente de Teruel a levantarse contra él.
Amenazas por Internet
Seamos serios. Es perfectamente posible enviar diez mil, o cien mil mensajes de correo electrónico a alguien. Solo hay que tener a unas cuantas personas, tampoco muchas, haciendo funcionar robots informáticos. Quiero decir con esto que nunca hubo diez mil personas escribiendo, todas a la vez, basura amenazante en el correo de Guitarte: fueron unas pocas, vinculadas al grupo ultrarreligioso Hazte Oír. Pero eso no quita un átomo de verosimilitud a las amenazas. Si alguien te dice en Internet que va a derribar la puerta de tu casa y entrar en ella por la fuerza, como me ha pasado a mí, puede que se trate de un simple gilipollas sin nada mejor que hacer, como era el caso, pero lo más sensato es ir a la Policía. Si alguien, o varios, te dedican pintadas, te inundan el correo y el WhatsApp (¿de dónde sacaron el teléfono de Guitarte?) y te llaman para decirte que te van a matar, más vale que tengas cuidado. Lo peligroso es la catadura moral de esa gente, no su número. Basta un hideperra, o tres, o diez, para provocar una desgracia.
Son quienes se sienten propietarios exclusivos de la idea de justicia y de patria, quienes no respetan al que piensa de manera diferente
Pero lo alarmante de todo esto es el fanatismo que hay detrás. Decía José Antonio Primo de Rivera hace más de ochenta años que “no hay más dialéctica que la de los puños y las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria”. Naturalmente, quien decide que esa ofensa se ha producido es el que dice o comparte esa frase: para esta gente, basta su propia opinión para que el mundo se esté hundiendo. Son quienes se sienten propietarios exclusivos de la idea de justicia y de patria, quienes no respetan al que piensa de manera diferente, quienes desprecian no a las ideas de los demás, sino a los demás.
No tengo noticia de que se hayan producido amenazas de muerte a Tomás Guitarte si no votaba a favor de Pedro Sánchez. Y no creo que hayan existido. Esa es la diferencia: el concepto de “salvación de todos haciendo lo que yo digo” es propio y característico de la extrema derecha. El término “salvar”, tan usado por las religiones, lo usan, cuando se aplica a la patria o a la nación, quienes quieren apropiársela, generalmente a tiro limpio. En España sabemos de esto muchísimo.
Quienes sigan esta columna con alguna frecuencia ya sabrán que yo tengo muchísimos recelos sobre este gobierno de Pedro Sánchez. Preferiría que se hubiese intentado una mayoría mucho más amplia y con todos sus apoyos inequívocamente dentro de la Constitución, cosa que ahora no sucede. Pero esos recelos se transforman en profunda preocupación cuando vemos cómo está actuando la derecha que cabe llamar democrática y, sobre todo, cómo funciona la extrema derecha salvapatrias. Los primeros, con Casado a la cabeza, se comportan como si les hubiesen atracado en un callejón, como si les hubiesen robado la cartera, como si hubiesen entrado en su casa forzando la puerta. No es nada nuevo: lo hacen casi siempre que pierden el poder a manos de quienes les han derrotado usando las mismas normas que valen para todos.
Pero los otros, los montaraces, los salvadores profesionales, los de los puños y las pistolas joseantonianas, no dudan en comportarse como delincuentes, como mafiosos o como matones de barrio. Es lo que han hecho con Tomás Guitarte, que no hizo sino ser fiel a la decisión de su Agrupación electoral, Teruel Existe, y votar a favor. Pretender que el diputado hiciese otra cosa, asustado por las amenazas y por los diez mil correos que recibió, es ser un canalla. Se tengan los diputados que se tengan. Valientes patriotas de pacotilla que no tienen sentido de la decencia y que actúan dando por hecho que vale todo para conseguir lo que se pretende, que el fin justifica los medios.
Todo esto me recuerda un célebre párrafo de Cien Años de Soledad, de García Márquez. El joven Aureliano Buendía (cito de memoria) fue testigo de cómo los conservadores de Macondo robaban las elecciones municipales: sacaban de la urna los votos liberales y los sustituían por los suyos. Todo esto entre risas y chanzas, como si fuera lo normal. Y uno de ellos, creo que Gerineldo Márquez, le preguntó: “Y tú, Aurelito, cuando seas mayor, ¿serás liberal o conservador?” “Si hay que ser algo, creo que sería liberal”, respondió el futuro coronel Aureliano Buendía, “porque los conservadores son unos tramposos”.
Hizo treinta y dos guerras. Las perdió todas: los conservadores tenían más dinero que aquellos liberales, que hoy ya no se llamarían así.
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