Tal vez Begoña lo ignore, pero si está tras la pancarta junto a las ministras del ramo, es por sus méritos. Ciertamente, no se trata de los méritos que el femenismo asocia a la realización personal de la mujer, pero no por ello dejan de serlo. He escrito femenismo, sí; del mismo modo que el nacionalismo catalán entregó la senyera al constitucionalismo, el feminismo renunció a la bandera de la igualdad para darse a un identitarismo que, como el viernes supieron de primera mano las diputadas de Ciudadanos, se fundamenta en la exclusión: del centro, de las derechas, de los hombres blancos heteros… De todo ese variado repertorio de tipos humanos, en fin, al que nuestra izquierda, en sus desvelos taxonómicos, ha tildado de ‘fascista’. Por cierto, ¿se imaginan a Elvira liderando una manifestación contra el rojerío, así considerado, en compañía de Soraya, Cospedal y Ana Pastor? ‘¡Abajo el comunismo, arriba el marianismo!’. Porque estamos hablando de un extravío incluso más grave o, cuando menos, más ridículo.
¿Se imaginan a Elvira liderando una manifestación contra el rojerío, así considerado, en compañía de Soraya, Cospedal y Ana Pastor?
Cuenta Gabriel García Márquez en Noticia de un secuestro que el presidente colombiano César Gaviria, en los años de plomo del narcoterrorismo, cuando los cárteles hacían volar cada día un coche bomba en Medellín, Bogotá o Cali, y los familiares de las víctimas se le agolpaban implorantes en su residencia oficial, echó en falta la posibilidad de volver la mirada y exigir, también él, explicaciones, responsabilidades, consuelo… Mas a quién. “El presidente de Colombia era yo, y por encima de mí no había nadie más” [No recuerdo con exactitud la cita, aunque es probable que concluyera con un “bueno, sí, estaba Dios”]. El viernes, mientras veía a la primera dama y su séquito corear consignas contra el fascismo (cuyas únicas expresiones en España, por cierto, están perfectamente descritas y son atribuibles a quienes han propiciado el ascenso de Sánchez a la Presidencia) me acordaba del dolor, la entereza y el pudor que asoman en la reflexión de Gaviria. Aún me ronda la inquietud de que los medios que, como El País, publicaron el vídeo tan alegremente, sin ironía ninguna, pretendan que cunda el ejemplo.
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