Tras casi mes y medio de confinamiento forzoso, si hay algo que podemos tener claro es que el Gobierno no está luchando tanto contra los efectos del coronavirus como aprovechando la crisis para avanzar en su agenda ideológica. Esto es algo que ya sospechábamos desde el primer día, cuando desde los terminales mediáticos cercanos a Moncloa vimos cómo la emprendían contra el Rey, los empresarios, la oposición y las comunidades autónomas gobernadas por el PP. Desde el principio todas sus energías se fueron en eso. Tras la imprevisión manifiesta de febrero y marzo querían retomar la iniciativa y modular el relato para convertir un fracaso político, sanitario, social y económico en un triunfo del marketing y la comunicación política.
Para dar la vuelta a la tortilla y crear una narración con sus buenos y sus malos había antes que definir un villano dotándole previamente de sus preceptivas villanías y, como contrapartida, un héroe con sus heroicidades. No ha sido tarea fácil. El héroe estaba claro quién sería: el dúo Sánchez-Iglesias a quienes todo esto les llegó de manera inesperada a modo de plaga egipcia. Es cierto que se demoraron algo al principio, pero una vez a los mandos antepusieron la salud por encima del vil metal al tiempo que se preocupaban de la dimensión social de la tragedia, el famoso “escudo social” salido de la factoría de eslóganes podemita. Frente a ellos se levantaba una oposición huraña, desleal y engolfada en la crispación responsable, además, de haber practicado imperdonables recortes en sanidad durante su etapa de Gobierno.
España se había colocado a la cabeza del mundo en muertos por millón de habitantes y en número de profesionales de la medicina infectados
Un relato, como vemos, mendaz pero fácil de digerir y de administrar por vía televisiva. El problema de esa patraña maniquea es que la realidad conspiraba contra ella, los muertos se amontonaban y, con ellos, los apaños, las chapuzas y las imprevisiones en cadena de un Gobierno completamente sobrepasado por los acontecimientos. Los villanos, por su parte, tampoco representaban el papel que se les había asignado. Alcaldes del PP como José Luis Martínez Almeida han sabido estar a la altura de las circunstancias y el cuento de los recortes no terminaba de calar porque, al mismo tiempo que lanzaban ese mantra, proferían contritos el opuesto, es decir, que tenemos la mejor sanidad del mundo.
Entre una cosa y otra, lo que veíamos es que a los sanitarios les faltaban elementos de seguridad básica como mascarillas o equipos de protección individual. Y no, eso no se debía a los recortes del PP de hace siete u ocho años, sino a la desidia atroz del Gobierno actual, más interesado en ser omnipresente en los medios que de suministrar mascarillas a los sanitarios o de testar a la población. La estadística era implacable. España se había colocado a la cabeza del mundo en muertos por millón de habitantes y en número de profesionales de la medicina infectados. No había relato que tumbase aquello por más que se esforzasen en aparentar normalidad.
Repartir dinero
Ante semejante orden de cosas y con el personal soliviantado, hace tres semanas afinaron el tiro. La heroicidad requería gastos contantes, dinero en efectivo, nada de vagas promesas que luego chocasen con la doliente realidad de cobrar hasta el último céntimo de la cuota de autónomos del mes de marzo. Este gasto contante materializó en forma de una renta básica (rebautizada en perfecto politiqués como “ingreso mínimo vital”) de 500 euros mensuales por persona. Desconocemos aún los requisitos para acceder a ella, pero lo importante no era eso, sino mostrar a todo el mundo que el Gobierno va a repartir dinero, un dinero que no tiene y no va a tener porque la recaudación se ha derrumbado. Pero eso es lo de menos, el elemento clave es que van a abrir el grifo y había que crear la ilusión de que todos van a recibir su correspondiente manguerazo.
Muchos tendrán la tentación de convertirse en dependientes crónicos como sucede en el campo andaluz desde hace décadas
De esto va el cuento de la renta mínima. Se trataba de crear impresión y lo han conseguido. Lo de menos es que sea inaplicable porque no hay con qué financiarla. Hagamos números. Han prometido 500 euros por persona más 150 por hijo y 200 por persona mayor a cargo. Una familia de cuatro miembros con la abuela viviendo en casa recibiría 1.500 euros mensuales. En muchas partes de España con esa cantidad se puede vivir sin lujos pero sin privaciones. Luego es previsible que muchos tengan la tentación de convertirse en dependientes crónicos como sucede en el campo andaluz desde hace décadas.
El doble de la recaudación del IVA
Es una herramienta de clientelización perfecta, pero sólo para una minoría de afortunados. El Estado no puede soltar 500 euros euros mensuales a las 23 millones de personas que integran la población activa porque la factura mensual sería de 11.500 millones de euros y la anual de 140.000 millones, es decir, el doble de la recaudación de IVA el año pasado y seis veces lo que Hacienda recaudó en concepto de Sociedades. Resumiendo, no hay dinero para todos. Lo pueden pedir prestado, pero nadie en su sano juicio dejará dinero a un Gobierno que lo gasta el clientelizar a la población con pagas. Olvidémonos por lo tanto de una renta mínima que, a lo sumo, sólo beneficiará a unos pocos, el resto tendrá que pagarla vía impuestos. Es una cuestión de tesorería, de álgebra elemental; tanto entra, tanto sale.
Pero los héroes necesitan un relato que glose sus gestos sociales. Para los que se empeñan en negarlos o relativizarlos siempre queda la apelación al villano, aunque esta vez y como el PP ejerce de don Tancredo sin moverse más de la cuenta para que no le embista el toro, la villanía se ha difuminado. Se trata de una red conspirativa de amplio espectro generosamente financiada que se dedica a difundir bulos y noticias falsas por las redes sociales para perjudicar al Gobierno, para poner la zancadilla a nuestros héroes. Con este tema se han metido a fondo advirtiendo de las consecuencias penales que podría tener, por ejemplo, retuitear ciertas cosas o reenviarlas a través de Whatsapp.
Injurias, calumnias, odio
Las noticias falsas siempre han existido y siempre lo harán. La desinformación es tan antigua como el hombre. Hay que estar alerta para que a uno no le engañen pero no siempre es ilegal. Decir que la tierra es plana, que Elvis Presley está vivo o que la inflación es buena para la economía son bulos, pero no hay nada delictivo en su difusión. Otra cosa distinta es desinformar con injurias, calumnias, incitación al odio o ánimo de estafar. En todos los casos estos delitos están tipificados en el Código Penal con sus correspondientes penas. Si alguien, al tiempo que fabrica un bulo, acusa a otro de cometer un delito sin poderlo probar estaría incurriendo en el delito de calumnias tipificado en el artículo 206 del Código Penal. Si se difunde, por ejemplo, una información en la que se asegura disponer de la cura para el covid-19 y se pide dinero a cambio estaría incurriendo en el delito de estafa tipificado en el artículo 248 del Código Penal. Por esto último si el estafador consigue su objetivo de desplumar a algún incauto probablemente terminaría en prisión.
Pero criticar al Gobierno no es una noticia falsa. Valorar negativamente la gestión de la crisis tampoco lo es. Vivimos (todavía) en un país libre y una de las funciones de los medios de comunicación es fiscalizar al poder, no hacer seguidismo acrítico de las consignas del Gobierno. Esto es algo tan elemental que si lo están poniendo en duda estamos ante la demostración definitiva de que el relato ha terminado por engullir todos sus argumentos.