El nivel de concursos, certámenes, nombramientos y demás juegos de azar ha bajado considerablemente. Ustedes me dirán que siempre ha habido algún burro que otro en cargos de relumbrón y que en España cada día nace un tonto – o varios – pero, más allá de la genética, está la escuela, la formación y las ganas que uno le ponga a eso de tener algo de cultura. Pero a lo que vamos.
Vaya por delante que no soy contrario a los certámenes de misses, místers, guapos con gafas o lanzamientos de huesos de aceitunas. Tampoco participo de la creencia popular que asegura que las misses son todas tontas ni mucho menos, porque hay muchas que son inteligentísimas y han sabido demostrarlo teniendo una vida profesional más allá de ser harto fermosas. Dicho esto, me veo en la obligación de hablar del caso que ha protagonizado recientemente Miss Cataluña, Lara Doval, que pasmó a propios y extraños. Se elegía a Miss Universo España 2024 y llegó el momento de una de las pruebas en la que la parte del cuerpo que se enseña – para mí la más atractiva y sensual – es el cerebro. La aspirante debe responder a una pregunta que en el caso que nos ocupa era “¿Qué opina acerca del descenso de la natalidad en España?”. Y aquello se convirtió en el hundimiento del Titanic, el Machichaco y el Lusitania juntos; qué digo, aquello fue la muerte de Chanquete, el apocalipsis caníbal, la concatenación de la jaula de Faraday, la caja del gato de Schrödinger, el cubo de Rubik y el visionado de todos los episodios de “Crónicas carnívoras” en plena dieta.
¿Pero que se esperaban? ¿Un discurso sobre el cosmos tipo Carl Sagan? ¿La explicación del Bosón de Higgs?
La Miss, que de entrada confundió “natalidad” con “notabilidad” hizo un discurso confuso, aproximado y definitivamente incoherente. O no la entendió, o se puso nerviosa, o la natalidad es un concepto ajeno a su persona. Da lo mismo. Si traigo a colación el caso es porque me parece repugnantemente hipócrita la reacción cruel en las RRSS en las que a la chica en cuestión le han dicho de todo. ¿Pero que se esperaban? ¿Un discurso sobre el cosmos tipo Carl Sagan? ¿La explicación del Bosón de Higgs? ¿Un análisis pormenorizado sobre la influencia de los arquetipos junguianos en la obra de William Shakespeare? Recordaba con todo esto una película de las de sábado por la tarde, sin mayor trascendencia, pero que viene de molde al caso: “Miss agente especial”, con Sandra Bullock de protagonista y un fantástico Michael Caine. La Bullock, agente del FBI, más basta que un canapé de azulejos, se tiene que hacer pasar por una aspirante a Miss América para detener a un asesino. La realidad salta a la vista en cualquier parte del film, especialmente cuando todas las participantes acaban su parlamento acerca de qué les gustaría más en la vida, tras engarzar tópico con tópico como en un collar de perlas falsas, con un rotundo y melifluo “¡Y la paz en el mundo!”. Pues eso.
Ya está bien de tentarnos las ropas cuando Matrix se muestra tal cual es. Una sociedad que sabe más de fútbol que de literatura y en la que cobra millones cualquiera que se encame con un famoso/famosa mientras un científico del CSIC cobra una miseria no tiene derecho a decirle nada a la Miss. Porque está de más.
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