Le han puesto a parir. Por viejo, por gagá, por ególatra. Para los más críticos, la edad es una tara, la presbicia un pecado, la experiencia un demérito, el conocimiento una impertinencia. Que Ramón Tamames y el narcisismo son antiguos conocidos es un hecho que ni siquiera sus más íntimos desmienten. Hay que tener una confianza desmesurada en uno mismo para, con 89 años, asumir el extraordinario desafío físico y el elevado riesgo que para la propia fama suponía la aceptación del papel protagonista en esta moción extravagante.
Hasta ahí, y a pesar de los peligros del trance, el mayor respeto. A partir de ahí, lo previsto: la lectura monótona de un diagnóstico académico, la enumeración adormecedora de nuestros déficits, del catálogo de títulos fabricados por la factoría de ficción del presidente del Gobierno. La constatación de una presentida pérdida de tiempo y de la desorientación de Abascal.
El debate sigue en marcha, pero ya hemos desconectado".
El debate sigue en marcha, pero ya hemos desconectado. Después de la España gris oscuro de Abascal, la España de las maravillas de Sánchez y la conferencia de don Ramón, de interés solo nos queda por escuchar cómo el jefe del Gobierno, en su infinita bondad, le perdona la vida al anciano y vapulea al ausente, el PP justifica su abstención y Yolanda Díaz nos somete al enésimo discurso algodonoso. Del resto, podemos prescindir.
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