Decepcionó. Vox no estuvo a la altura. Una moción de censura con dos turnos -Garriga y Abascal- no se organiza así. Lo lógico hubiera sido que el primero hubiera dedicado su tiempo a hacer la crítica, la denuncia de la negligencia de un Gobierno autoritario que nos ha llevado a la ruina y a la muerte. Lo sensato es que Garriga hubiese desvelado, como hizo en parte, las numerosas mentiras del Gobierno de Sánchez y el caos de su gestión.
Lo político es que el de Vox hubiera denunciado que el narcisismo es el motor de la política del presidente. Lo útil, en suma, era que utilizara su intervención para enumerar lo que se ha dicho mil veces. Era una parte archiconocida, sí, pero necesaria. Garriga hizo un buen resumen de las tertulias, artículos de opinión y programas que han desvelado los nueve meses de embarazo autoritario.
No obstante, la segunda parte, la protagonizada por el candidato a presidir el Gobierno de España, Abascal, debía haberse dedicado a presentar un programa concreto para sacar al país de la crisis. No lo hizo, sino que amplió la presentación de Garriga. Pronunció un discurso desordenado, sin alma, falto de estructura, de ideas-fuerza y de esperanzas. Mezcló cuestiones que, sin conexión, hicieron que la moción fuera somnolienta y en momentos hasta chusca: las FARC, China, Trump, el CO2, Soros, los independentistas y el 8-M. Es como si hubiera hecho un corta y pega de las ocurrencias de sus asesores.
Hoy los electores de la derecha están preocupados por la salud y la economía con gran diferencia sobre el resto de temas. Quieren una sanidad coordinada y reforzada, pública y privada
El programa que presentó Abascal es inasumible por el PP y le pone bastante más fácil el "no" sin repercusiones entre el electorado de la derecha. El líder de Vox ni siquiera respondió a las inquietudes de sus votantes. No hace falta más que echar un vistazo a los estudios del CIS sobre las tendencias de cada electorado, así como las realizadas por otros institutos. Hoy los electores de la derecha están preocupados por la salud y la economía con gran diferencia sobre el resto de temas. Quieren una sanidad coordinada y reforzada, pública y privada, junto a un plan económico que asegure el empleo y las empresas. El resto de cuestiones hoy son secundarias.
Alguno podrá decir que Santiago Abascal dio la “batalla de las ideas”. ¿Qué batalla? Solo discutió lo que quiere la izquierda: la memoria histórica, Franco, la religión y la inmigración. El socialismo ha marcado ese campo de juego en el debate político, y esta derecha cae una y otra vez en la misma trampa. La verdadera batalla de las ideas está hoy en la defensa del orden constitucional, y ahí volvió a fallar Santiago Abascal. El ataque a la Unión Europea, equiparando el proyecto de Merkel con el sueño de Hitler, y la diatriba contra las autonomías, fueron dos enormes torpezas. Los europeos van a financiar el desastre de Sánchez en España, y, por otro lado, es evidente que las comunidades autónomas no gobernadas por la izquierda o por los nacionalistas son hoy un bastión contra el avance del sanchismo.
Críticas y denuncias
Vox tiene un suelo firme con su 85% de fidelidad de voto, pero se ha puesto un techo irrompible porque es imposible que un programa así atraiga a los millones de votos que necesita para ganar. Sin embargo, la finalidad de Vox no es ser mayoría, sino testimonio. La tendencia que hoy domina al partido de Abascal trabaja fundamentalmente para que se oigan sus ideas, sus críticas y sus denuncias. Esta es una mirada pequeña, la de un partido que aspira solo a ser un grupo de presión y opinión.
La sesión de la moción de censura, por otro lado, permitió comprobar una vez más la debilidad de un proyecto populista. Es útil para la crítica, pero malo para las propuestas concretas. ¿Cómo va Vox a mejorar la sanidad o a favorecer la creación de empleo? ¿Cómo piensa garantizar la independencia del Poder Judicial que ahora nos jugamos? Ese límite del populismo como fórmula de gobierno ya se vio con Pablo Iglesias y su moción de junio de 2017, en la que el podemita escenificó la denuncia de Rajoy para hacer propaganda aspirando a superar al PSOE, pero sin presentar un plan concreto.
Tiene que haber una diferencia entre los demócratas y los autoritarios, no solo en las ideas sino en las formas, en el respeto a la letra y al espíritu de la norma
No está de más recordar que la moción de censura en España es constructiva, por mucho que Sánchez mintiera en 2018 usando una sentencia manipulada, y la utilizara para echar a Rajoy. Tiene que haber una diferencia entre los demócratas y los autoritarios, no solo en las ideas sino en las formas, en el respeto a la letra y al espíritu de la norma.
El único momento bueno de Santiago Abascal fue cuando leyó la lista de asesinados por ETA. Una retahíla triste que nos recordó a (casi) todos que es una indecencia sentarse a hablar con EH-Bildu y con los nacionalistas con quienes se hermanan. Una democracia que se respete apartaría a esos grupos. Por cierto, ¿qué hacían Lastra, Simancas y demás sanchistas presentes mientras Abascal leía la lista de asesinados? Esconderse tras la mascarilla.
¿Y cómo pasó Sánchez el primer día de la moción? Encantado de conocerse, como siempre, con un revival de su 'Aló Presidente', ese festín de mentiras y exageraciones que creíamos felizmente cancelado. A Sánchez le vino bien, porque Abascal convirtió el Congreso en un caos con su discurso desordenado y previsible, que es el escenario preferido por un caudillo autoritario. La ocasión sirvió a Sánchez para autoproclamarse demócrata junto a los que quieren romper el orden constitucional, a quienes demostró que es su mejor baza para prosperar. Es cierto que un país tiene el Gobierno que se merece, pero también la oposición que se busca. Es posible tener una alternativa a Sánchez, pero habrá que trabajar más, con seriedad y propuestas realistas.
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