Opinión

Modelos de feminismo

1 de febrero de 2025, un centro educativo cualquiera. Valencia, León, Madrid, tal vez Sevilla. El claustro tiene una idea para el 8 de marzo. Este año representarán una obra de teatro, porque los chavales -y las chavalas- están aburrido

1 de febrero de 2025, un centro educativo cualquiera. Valencia, León, Madrid, tal vez Sevilla. El claustro tiene una idea para el 8 de marzo. Este año representarán una obra de teatro, porque los chavales -y las chavalas- están aburridos -y aburridas- de ver siempre lo mismo. Será una obra de teatro feminista, obviamente. Se espera que mediante el teatro clásico comprendan que los problemas de las mujeres no son algo aislado, que siempre han existido y que son universales. Son universales, pero al mismo tiempo exclusivos de las mujeres; es complicado. Los misterios del feminismo están velados para quienes se cierran a la perspectiva de género. 

Se espera también que pongan a disposición de las chavalas algunos referentes claros, ejemplares y virtuosos de lo que debe ser una mujer empoderada y feminista. En el claustro se proponen dos clásicos: Antígona y Medea. Y en la discusión sobre cuál debe ser la obra escogida comienzan a definirse los dos modelos de feminismo posibles. Uno bienintencionado, aunque superficial e ineficaz. El otro directamente sectario, impulsivo y agresivo. Es el segundo el que triunfa.

Antígona es una mujer íntegra y juiciosa enfrentada al poder, a su familia y a las leyes humanas. Uno de sus hermanos ha muerto siendo un traidor a Tebas. Creonte, rey de la ciudad y tío de ambos, le niega un entierro digno. Antígona se rebela. Atraviesa las murallas de la ciudad, literal y simbólicamente. Sufre un severo castigo. El rey decreta que sea enterrada viva, y ella se suicida antes de que le llegue la muerte. Sabemos cuándo comienza la tragedia, pero no cuándo termina; su prometido Hemón, hijo de Creonte, también se suicida al ver el cadáver. Finalmente, Eurídice, madre de Hemón, acompaña a su hijo.

El claustro delibera. Encuentran que Antígona tiene un problema: es una mujer, pero podría ser un hombre. Su sufrimiento es universal. Su rebelión es universalizable. No hay nada genéricamente específico en su dolor ni en su ejemplo. Debemos encontrar algo verdaderamente femenino.

Medea también es una mujer enfrentada al poder, a su familia y a las leyes; pero es distinta. Sufre, pero sufre como sólo puede sufrir una mujer. Sufre, se podría decir, por el hecho de ser mujer. Por si fuera poco, es una bruja. En los carteles del 8 de marzo se recuerda inconscientemente su figura y su obra. “Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”. Quienes modelan el feminismo triunfante son efectivamente las nietas, las hijas y las sobrinas de Medea y de Circe. Mujeres en guerra contra el patriarcado. Mujeres combativas, empoderadas, defensoras de una lucha genéricamente específica. Medea no es Antígona. Sea ella el modelo.

No sabemos cuándo comenzó realmente la tragedia, pero sabemos cómo termina: la heroína posmoderna asesina a sus propios hijos para causar dolor a Jasón (“Ellos ya no viven. Esto te morderá”)

La escena es figurada. La interpretación de Medea no lo es. Medea es una mujer obsesionada, una traidora a su familia y una asesina. Pero sufre mucho. Sufre, dicen, por ser una mujer. Sufre por culpa de los hombres; los de su familia y aquel a quien eligió como compañero. Jasón es otro asesino. A él no le mueve la pasión, sino el pragmatismo. También es un traidor. Rompe su palabra, rompe el cuerpo de Apsirto y finalmente rompe su unión con Medea para casarse con la hija del rey Creonte (otro Creonte, aunque siempre es el mismo). Medea, traicionada y herida -también ella antes traicionó e hirió-, asesina a la nueva prometida de su marido. No sabemos cuándo comenzó realmente la tragedia, pero sabemos cómo termina: la heroína posmoderna asesina a sus propios hijos para causar dolor a Jasón (“Ellos ya no viven. Esto te morderá”).

En las acciones de Medea no hay más que locura, obsesión y crimen. No debería ser ejemplo para nadie. Pero encaja demasiado bien con un feminismo contemporáneo que, por mucho que queramos engañarnos, no es marginal. La mujer despechada que elige la violencia contra el hombre que la ha traicionado, contra sus hijos y contra el sistema es un arquetipo demasiado familiar. Rebeldes que secuestran a su prole. Sufridoras trágicas que se arrojan por la ventana con sus hijos en brazos. Heroínas que mutilan o matan al marido infiel. Comportamientos en muchos casos fruto de la locura o el trastorno que deberían despertar nuestra compasión. Comportamientos que, en nombre del feminismo, son alentados y ensalzados por activistas, juristas, periodistas y políticos. En todos los casos recientes hubo sólo una excepción relevante: nadie se atrevió con Ana Julia Quezada. Se diría que por extranjera, por racializada, pero quién sabe lo que habríamos leído y escuchado si la asesina hubiera mencionado un maltrato hipotético.

Tenemos a las peores mujeres ofreciendo su ejemplo a las jóvenes españolas. Irantzu Varela moderaba -enorme ironía lingüística- hace tres años una conversación organizada por el Ministerio de Igualdad con un título muy en sintonía con la ejemplar Medea: “¿Qué nos pasa por ser mujeres? Luchas feministas: insurgencia y reencantamiento del mundo”. Este año, el Ayuntamiento de Getxo la eligió como ponente en una de las charlas organizadas con motivo del 8M. El título también era interesante: “¿Se está banalizando el feminismo?”.

El feminismo contemporáneo, en una extraña mutación que lo acerca al liberalismo extremo, va camino de convertirse esencialmente -y paradójicamente- en un movimiento de banalización de la vida humana

Varela suele acompañar sus mensajes con una consigna muy clara: “Es una guerra”. Contra el patriarcado, contra los señoros, contra el capitalismo y contra muchas otras cosas. Lo que representa hoy al feminismo institucional en España es esto y la comunicadora Carla Galeote posando sonriente mientras explica en una gala que lleva una chaqueta con los nombres de varias mujeres asesinadas por la violencia de género. 

De fondo, una lucha esencial en la que sólo un bando -con distintas posiciones, pero con una idea común- parece estar dispuesto a comparecer. El feminismo contemporáneo, en una extraña mutación que lo acerca al liberalismo extremo, va camino de convertirse esencialmente -y paradójicamente- en un movimiento de banalización de la vida humana. La libertad de la mujer no puede tener límites. El cuerpo de la mujer -y todo cuanto haya en él- es su propiedad absoluta. Si la mujer ha de serlo todo, los hijos no han de ser nada. Alegría por el aborto constitucional en Francia. Hay que quitar el estigma al aborto, normalizar que es una prestación sanitaria más. Qué pena me da que la madre de Abascal no pudiera abortar

Esto es lo que el feminismo institucional enseña a las mujeres españolas; y a los hombres. Luego viene la incomprensión.

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