Opinión

Es el momento, señor Espadas

Lo que tiene que hacer es bien sencillo: abstenerse en la votación para elegir al presidente de la Junta o, sin más, votar a favor del señor Moreno Bonilla

Tranquilícese, señor Juan, que le va a dar un parraque, como dice mi amiga Candela. O al menos, una afonía. Ahora necesita usted la cabeza clara. No la tiene.

Lleva usted días y días, en esta campaña, dando voces y repartiendo mandobles a diestra y siniestra, como don Quijote ensartaba gigantes imaginarios que, al final, eran pellejos de vino. Está usted empeñado en convencer a los votantes de que el candidato de la derecha, Juan Manuel Moreno, detrás de su amable sonrisa, es una especie de mago Frestón malísimo que se come a los niños crudos. No se canse. No lo es. Usted lo sabe porque le conoce, como le conozco yo. Es un buen muchacho que, casi de milagro, se ha librado de que le degüellen en su propio partido, que es lo que habría ocurrido antes o después si, en la negra conjura de febrero pasado, hubiesen vencido Casado y Teo.

Reparte también espadazos (aunque un poco menos) a su izquierda, a esas dos pequeñas formaciones enemigas entre sí, y rivales suyas de usted, que van a dividir el voto progresista con consecuencias desastrosas. Esto también lo sabe. Esas dos candidaturas están prendidas con alfileres, señor Juan; no tienen nada detrás, ningún andamiaje serio en el que se pueda confiar. No irán, políticamente, muy lejos. Pero le van a quitar votos. Muchos. Eso tampoco tiene ya remedio.

A usted, en su propio partido, le sucede algo semejante. El PSOE andaluz está en pleno proceso de reconstrucción (vale: renovación, si usted lo prefiere) después de las largas y agotadoras refriegas internas que parecieron acabar con el descabello político de Susana Díaz. Le ha tocado usted aguantar el tenderete en muy mal momento. Los andaluces están acostumbrados a que el PSOE sea una estructura formidable, sólida y vigorosa. Ya no lo es. Ahora no. Su partido lleva ganando elección tras elección, en Andalucía, desde que usted tenía 16 años. Ahora tiene 55. Esa larga permanencia en el poder, que toda la vida fue una garantía de fiabilidad (aquello de “si no está estropeado, no lo arregles”), ahora se ha vuelto un lastre. La gente, de pronto, se siente cansada. ¿De qué? ¿De que las cosas vayan razonablemente bien? No. De ustedes. De sus peleas, de sus riñas, de sus galleras que no le interesan a nadie más que a ustedes. Y tienen la percepción de que las cosas, que les van cada vez peor (como a casi todo el mundo), las han estropeado ustedes.

Como si de lo que saque Ciudadanos –otro partido arruinado por la ambición de sus líderes– dependiese la salvación de la humanidad. No es así, señor Juan

Va usted a perder las elecciones pasado mañana, señor Juan. Y lo sabe bien. Lleva días y días voceando que le va a dar la vuelta a las encuestas –lo cual resulta desalentador; es el discurso del derrotado­– y, esto sobre todo, que hay que juntar fuerzas para impedir que la extrema derecha llegue al gobierno andaluz. Que hay que parar a la impetuosa y farandulera Macarena Olona y de las Jons, falangista convicta pero no confesa, al menos hasta donde yo sé. Y en esto, señor Juan, sí que estamos de acuerdo. Sería peligrosísimo. Muy bien, pero ¿cómo se hace?

Ahora mismo, los sutiles analistas se dejan las pestañas tratando de vaticinar si Ciudadanos va a sacar tres diputados, dos, uno o ninguno. Como si de lo que saque Ciudadanos –otro partido arruinado por la ambición de sus líderes– dependiese la salvación de la humanidad. No es así, señor Juan. Darle la vuelta al encuentro no depende del señor Marín, que es otro buenazo, ni de la señora Arrimadas, de la que ya hablaremos otro día. Depende de usted.

Va a perder las elecciones por primera vez en once legislaturas, señor Juan, que da escalofrío solo decirlo, pero va a sacar muchos diputados. Los suficientes para impedir que la camarada Olona y sus escuadristas sin escrúpulos se cuelen en el gobierno y cumplan su amenaza de chantajear al vencedor, como está pasando ya en Castilla y León. Puede usted impedirlo. Puede usted cambiar las cosas. En Andalucía y en muchos sitios más. Este es el momento. Lo que tiene que hacer es bien sencillo: abstenerse en la votación para elegir al presidente de la Junta o, sin más, votar a favor del señor Moreno Bonilla. Con dos… espadas.

El resultado, señor Juan, es que la extrema derecha alemana lleva ya tiempo retrocediendo. Reculan, se dividen, se agrietan. ¿Y quién gana con ello?

¿Que es peligroso? Sin duda. O al menos lo parece, como todo lo que no se ha intentado nunca. Pero fíjese en lo que sucede en otros países, Alemania por ejemplo. Los dos grandes partidos democráticos, conservadores y socialdemócratas, han unido varias veces sus fuerzas para impedir que los neonazis de allí (la AfD) toquen ni una brizna de poder, ni en el gobierno federal ni en la más pequeña de las alcaldías. El resultado, señor Juan, es que la extrema derecha alemana lleva ya tiempo retrocediendo. Reculan, se dividen, se agrietan. ¿Y quién gana con ello? Pues los dos grandes partidos. La democracia. La salud democrática de Alemania. Alemania.

Este es el momento de demostrar que usted no busca solo el poder, el mando, como hace la señora Olona y de las Jons. Este es el momento de dejar claro que se puede hacer política de otra manera. Que lo esencial –la salud de la democracia para todos– está por encima de lo estratégico, que es ganar y arrebatarle la vara al adversario. Que lo fundamental para un partido político nunca debe ser la victoria, lograr la victoria a todo trance y como sea, sino mantener la decencia, la honestidad, la democracia, impidiendo que se cuelen en el gobierno quienes no creen en ella. Eso, a veces, exige sacrificios. Esta es una de esas veces, señor Juan.

Imagínese lo que ocurriría su usted se atreve a facilitar un gobierno democrático, hecho por demócratas, en Andalucía. Al día siguiente, la señora Olona y sus camaradas entrarían en erupción, pero eso lo hemos visto ya tantas veces que no puede sorprender a nadie: es su costumbre, están para eso, para el alarido. Es posible que algunos dirigentes de su propio partido le amenacen a usted, también al día siguiente, con el hacha o la guillotina. No haga caso. Miopes ha habido siempre y egoístas incurables también.

En cuanto alguien dé el primer paso decisivo, en cuanto alguien demuestre que es posible parar a la extrema derecha, otros lo harán también

Pero ¿y los ciudadanos? ¿Qué pensarían? ¿Que se ha rendido usted, que ha claudicado? No, todo lo contrario. Pensarían que ha puesto usted el bienestar de los andaluces por encima de los intereses de su partido. Que se ha “sacrificado” por el bien de todos. Que ha cortado el paso, con toda nobleza, a un peligro más que evidente. Que ha contribuido a dignificar la política, a librarla de quienes solo la usan para convertirla en un espectáculo –anda, que el disfraz de flamenca en la Feria de Abril, ¿eh?–, conseguir el poder y mantener sus negocietes. Muchísimos ciudadanos pensarían, señor Juan, que es usted un hombre de bien.

Y no solo en Andalucía. En cuanto alguien dé el primer paso decisivo, en cuanto alguien demuestre que es posible parar a la extrema derecha, otros lo harán también. El achulado señor Gallardo, en Valladolid, empezaría a sudar en su cada vez más peligroso sillón de vicepresidente. La señora Ayuso, en Madrid (ella o quien la maneje, eso da igual) quizá empezaría a considerar la conveniencia de seguir jugando con fuego. En otras comunidades, sin duda sucedería lo mismo.

Este es el momento, señor Juan Espadas. En unos días le tocará mover. Piénselo bien. Y tranquilo, caramba, que se va usted a poner malo.

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