Opinión

Mónica Oltra, sacerdotisa secular

la ideología como sustituto de la religión -entendida en un sentido peyorativo del término- es algo que viene de lejos y, por tanto, no nos puede extrañar nada de lo ocurrido estos días con Oltra

El martes asistimos a un fenómeno inaudito, casi paranormal, en nuestro panorama político: la dimisión de Mónica Oltra. Me gustaría decir que el gesto le honró, pero ya sería pedir demasiado a la fauna que gestiona nuestros recursos. Somos todos más que conscientes de que su desaparición del tablero se debe a meros cálculos electorales. Lo más triste es que lo sabemos, no porque tengamos un profundo conocimiento de la naturaleza humana y sepamos leer entre líneas, no. Conocemos las causas de su dimisión por el triste espectáculo que ella y los suyos han ofrecido desde que le cayó encima la imputación (que no condena, ojo).

Cuando hablo de los suyos no me refiero, lamentablemente, a quienes es justo y natural que la arropen, es decir, a su grupo político, votantes y simpatizantes. No, estoy pensando en el ridículo que ha hecho El País tratando de salvar los muebles de la valenciana pizpireta y danzarina. Ridículo por pensar que le hacían un favor calificándola como “lideresa indomable”, mientras nos vendían como algo reseñable que hubiera fingido su propia muerte ante su hermano pequeño y nos contaban que nació de nalgas. Quizá querían que hiciéramos nosotros mismos la asociación lógica: vino al mundo de nalgas y acabó (políticamente) de culo.

Ahora bien, yo me quedo con la portada que nos ofrecía este sábado el periódico de Prisa: apenas visible la imputación de Oltra, pues el protagonismo se reservó para contarnos que la Iglesia investiga 200 nuevos casos de pederastia. Qué cuajo, se dijeron algunos. Pero yo le vi todo el sentido, y les cuento por qué.

Les falta tiempo para denunciar cuando los mejores -aquellos que se proclaman con autoridad para dictar lo que se debe o no hacer- son pillados en flagrante incoherencia entre lo que dicen y lo que hacen

Corruptio optimi pessima es un proverbio latino que nos recuerda que la corrupción de los mejores es la peor de todas, y éste es uno de los motivos por los abusos sexuales en el seno de la Iglesia escandalizan tanto, aunque sólo representen un 2% de los casos totales de este tipo de abominaciones. Incluso aquellos que son claramente anticlericales -como lo es El País- se hacen eco de este tipo de noticias porque de un modo u otro reconocen la autoridad moral que tiene la Iglesia y, en consecuencia, les falta tiempo para denunciar cuando los mejores -aquellos que se proclaman con autoridad para dictar lo que se debe o no hacer- son pillados en flagrante incoherencia entre lo que dicen y lo que hacen. No es noticia cuando el sorprendido es el cajero de Mercadona.

Todo esto está ligado, naturalmente, con Mónica Oltra. Y no por lo obvio, es decir, porque justamente ella se erigió en autoridad moral -martillo de herejes políticos- para alcanzar las cuotas de poder que ahora ha perdido. Tampoco porque se haya dirigido a sus electores en términos maniqueos de “los malos y los buenos”. No, hay un mar de fondo que va más allá de todo esto y que tiene, como todo en esta vida, un origen histórico e ideológico.

Conforme avanzaba la Revolución Francesa no sólo se aniquiló cualquier vestigio de religión tradicional -y sus creyentes- sino que se intentó de forma activa que sus ideas ocuparan el lugar moral y espiritual de aquella. Notre-Dame fue convertida en un “templo de la Razón” y Mirabeau escribe en 1792: “La Declaración de los Derechos del Hombre se ha convertido en el Evangelio político y la Constitución francesa en religión por la que el pueblo está dispuesto a morir”.  Tocqueville narra esta sacralización en directo: “La Revolución Francesa es pues una revolución política que ha procedido a la manera, y tomado el aspecto en cierto modo de una revolución religiosa […] no sólo se expande, como ellas, a lo lejos, sino que, como ellas, penetra mediante la predicación y la propaganda”.

No nos puede extrañar nada de lo ocurrido estos días con Mónica Oltra, incluyendo el ridículo bailecito con el que hirió nuestros ojos

La experiencia revolucionaria sirvió de inspiración a los precursores del socialismo -los sansimonianos-, quienes pidieron consejo para extender sus ideas a Benjamin Constant, que les respondió que las convirtieran en una religión, algo que tomaron al pie de la letra. No es de extrañar, entonces, que la última obra de Saint Simon se titulara El nuevo cristianismo y que propusiera integrar sus ideas al zar Nicolas I, al General de los jesuitas y al Gran Visir.

Como ven, la ideología como sustituto de la religión -entendida en un sentido peyorativo del término- es algo que viene de lejos y, por tanto, no nos puede extrañar nada de lo ocurrido estos días con Mónica Oltra, incluyendo el ridículo bailecito con el que hirió nuestros ojos y que no es otra cosa que un rito secular con el que convencer a sus adeptos y conjurar la ira de los dioses menores, a saber, el grueso de los votantes y los medios de comunicación no afines. La valenciana ha sido, por fin, expulsada del olimpo de la progresía, pero no debemos olvidar cómo opera la religión laica, pues con estos bueyes hemos de arar.

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