Monsieur Dupont, como buen francés, no concibe realidad alguna que no sea las propia y no alcanza a comprender que, verbigracia, en España haya partidos que pretendan romper la unidad nacional, que se niegue la enseñanza en español o que, tras intentar dar un golpe de estado secesionista, los culpables sean indultados. Entendámonos, Monsieur Dupont es un francés medio, tirando a gris, con las luces suficientes para discutir de política con los amigos y unas convicciones cambiantes según el momento. Pero se siente profundamente francés.
Me dice que cuando le doy noticia de lo que sucede aquí le dejo con el ánimo perturbado durante días. Y es que su mentalidad no asimila el guirigay que hemos organizado entre un PSOE desquiciado, un comunismo instalad en las purgas de Stalin, el NKVD de Beria y el Holomodor de Ucrania y un separatismo racista al estilo de Sabino Arana. “¿Cómo quiere que los tomemos por europeos?”, espeta con indignación francesa, más olímpica que cualquier otra.
Con el asalto a la Constitución que intenta perpetrar Sánchez anda el hombre más abrumado que nunca. Esas cosas no pueden pasar en Francia, me dice. Tiene razón. Con todos los defectos que se quiera, nuestros vecinos del norte tienen sentido del estado y saben muy bien que hay cosas con las que no se puede jugar. Lo aprendió con de Gaulle en sus propias carnes el general Salan.
En Francia no hay golpes de estado, ni siquiera el que pretendió dar otro general, en este caso Boulanger, en el siglo XIX financiado por la aristocrática duquesa de Uzés. “¿Por qué le tienen tan poco respeto a su patria y a la ley?” insiste Dupont. Le digo que es nuestro carácter, que somos un pueblo descreído, que antes sacamos a un santo en procesión para que llueva que aprendemos trigonometría, que la envidia es el pecado nacional, que aquí quien no tiene padrinos se queda por bautizar y que nadie nos enseñar a amar a nuestra patria porque queda facha. “No basta”, replica con seriedad de notario leyendo las últimas voluntades. Vuelve a tener razón.
Somos un pueblo descreído, que antes sacamos a un santo en procesión para que llueva que aprendemos trigonometría, que la envidia es el pecado nacional, que aquí quien no tiene padrinos se queda por bautizar
Por eso no tengo demasiado interés en conocer lo que, finalmente, decida el Constitucional. Si le da la razón al gobierno ya podemos despedirnos del sistema constitucional; si no se la da, ya procurará Sánchez intentar otro asalto al poder en lo que le queda de legislatura. Siempre acabamos perdiendo. Es nuestro error, no asumir nuestra condición de ciudadanos libres. No hay que depositar la responsabilidad en unos jueces que, de entrada, son propuestos por ser progresistas o conservadores, cuando lo lógico sería que lo fuesen por ser justos, sabios, equitativos, compasivos, inteligentes.
No, no es problema del Constitucional, ni siquiera de los políticos, el problema es nuestro, de todos los que de alguna u otra forma estamos metidos en este carajal. Claro está que Sánchez y sus aliados tienen más responsabilidad que los demás pero ¿acaso Feijóo no debería haberse mostrado más beligerante? ¿No les parece que la oposición constitucional anda como pollo sin cabeza, unos hacia aquí y los otros hacia allá? ¿No estaremos nosotros, el pueblo, más pendiente de Messi que de la ruina que tenemos encima? ¿No será que pensamos que las cosas de los políticos ya las arreglarán ellos, sin percatarnos de que nosotros somos los primeros interesados en solucionar los problemas de la nación? Pero aquí me detengo. Como no sabemos qué es la patria ni la reclamamos como propia, difícil será que nos interesemos por ella. De ahí que Monsieur Dupont no entienda nada. De hecho, servidor, que no es francés, tampoco.
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