Irene Montero, la ministra de Igualdad del Gobierno de coalición que su marido vicepreside, examina la lista de nodrizas e institutrices, ¡qué digo!, pasa revista a las notas de su agenda: corrige la reunión con la plataforma Expropia a tu vecino rico que tiene dos casas; confirma la hora para la firma del manifiesto Las gónadas no son de nadie y así completa una relación de los temas pendientes, hasta que se da cuenta, ¡oh por Dios!, de que María Teresa (Arévalo Carvallo) tiene el día libre. "¡¿Quién cuidará a los niños?!". Cuántas amargas escenas de conciliación progresista de este tipo habrán sido necesarias para que fuese posible su lucha contra el heteropatriarcado.
Esta semana, la abogada de Podemos Mónica Carmona envió un informe al juez del 'caso Neurona'. En esas páginas se explica al letrado de qué manera el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, y su mujer, la ministra de Igualdad, Irene Montero, han empleado como niñera a la exparlamentaria de su formación María Teresa Arévalo Carvallo. El asunto salta a la vista por el año y las circunstancias en las que ocurre: la que fuera diputada de Podemos por Albacete entre 2016 y 2019 no consiguió renovar el escaño en el Parlamento. Mientras se recuperaba del varapalo electoral, Arévalo aprovechó para hacerse cargo de algunos asuntos domésticos del partido.
Antes de volver a la cosa pública, Arévalo Carvallo fue nombrada responsable de la Secretaría de Políticas de Cuidados, un cargo que le permitió a entrar en la Ejecutiva de Podemos y que comenzó a desempeñar junto a sus labores como canguro del más pequeño de los tres hijos de la pareja Iglesias Montero: una niña que había nacido justo en agosto de ese 2019, el año de las elecciones en que Podemos había perdido siete escaños, hasta quedarse con apenas 35. Lo que comenzó primero como parte de un acuerdo privado, lo compatibilizó con sus demás emolumentos, incluido el que recibía por su posterior nombramiento como adjunta al gabinete del Ministerio del Igualdad. Al menos así figura en el contenido del documento presentado por Carmona.
Algo en el comportamiento de Irene Montero trae un eco de aquel mundo en el que el Estado se fundía con el cortinaje de la corte y las creencias o necesidades particulares acaban convertidas en edictos
En la formación morada hay una política de los afectos, una endogamia de alcoba en la gestión de su poder. Acostumbrado a las lealtades, Iglesias confunde el ejercicio político con sus relaciones sentimentales y personales. Tania Sánchez fue la madrina de Podemos y pareja de Iglesias cuando él saltó a la palestra. En plena purga de los disidentes del tercer Vistalegre, Iglesias recurrió a Irene Montero, que de novia pasó a ser la madre oficial de la familia. Se mudaron de Vallecas a La Navata, esa especie de corte de Escocia en Galapagar desde donde Iglesias y Montero despachan agenda y alcoba, como si en lugar de un partido, dirigieran un reino. Su relación con las personas es ancilar, y estos casos lo confirman.
Velázquez amasó más poder y dinero como Aposentador Real que como pintor de Cámara de Felipe IV. Sus cargos administrativos le concedían el influjo y libertad necesarias para despachar a su antojo determinados asuntos que a otros cortesanos les hubiese resultado más complicado resolver. España aún era potencia hegemónica de Europa y el absolutismo, el orden político alrededor del cual se organizaba todo. Algo en el comportamiento de Irene Montero trae un eco de aquel mundo en el que el Estado se fundía con el cortinaje de la corte y las creencias o necesidades particulares acaban convertidas en edictos o verdades oficiales. El asunto es que no estamos en el siglo XVI, ni Pablo Iglesias ni su mujer provienen de la corte de los Austrias ni María Teresa Arévalo aspira, ni mucho menos, a pintar Las Meninas. Y sin embargo, todo esto huele a absolutismo.
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