Opinión

"¡Montoya, por favor!"

En función de la popularidad de los concursantes y de la capacidad de guion se tiene más o menos audiencia

  • Montoya, concursante de 'La isla de las tentaciones'


La cosa va de un reality de esos en los que juntas a unos cuantos famosos, pseudo famosos o agraciados con los dos últimos números del sorteo del Cupón de los Viernes, los pones en una isla caribeña o similar y los puteas más que un cabo reenganchao a un recluta finolis en la Legión. Este género, al que Mercedes Milá denominó pomposamente “Experimento sociológico” cuando inició la primera temporada de “Gran Hermano” -era la presentadora del engendro, qué iba a decir-, no pasa de ser un ejercicio audiovisual disfrazado de la vieja del visillo, consistente en espiar a ver qué hacen los demás. Punto.

En función de la popularidad de los concursantes y de la capacidad de guion -todo está guionizado, créanme, y los contratos de confidencialidad que están obligados a firmar quienes van a estos programas lo demuestran meridianamente- se tiene más o menos audiencia. Por eso, de vez en cuando, hay que darle carnaza al no tan respetable público.

Montoya iba poseído, no por el ritmo Ragatanga, sino por los celos. Y es que, cuando se quiere de veras, los celos son carceleros. Bueno, pues esto ha sido un melocotonazo en todo el mundo

A lo que íbamos. Resulta que unas imágenes de 'La isla de las tentaciones' han dado la vuelta al mundo. La tragedia de la dana, las presuntas tropelías del Fiscal General del Estado, el separatismo y otros temas de calado parece no interesarles mucho a los mass media foráneos, pero hete aquí que un señor, al comprobar en un concurso que va precisamente de infidelidades, que su novia se los está poniendo con otro, se quita la camisa desgarradoramente y aprieta a correr por una playa como si no hubiera un mañana mientras la presentadora va tras él gritándole "¡Montoya, por favor, Montoya!". Que si quieres arroz, Catalina. Montoya iba poseído, no por el ritmo Ragatanga, sino por los celos. Y es que, cuando se quiere de veras, los celos son carceleros. Bueno, pues esto ha sido un melocotonazo en todo el mundo. Hasta Whoppi Goldberg lo ha dicho en su programa 'The Wiew'.

Así que ya tenemos famosos que el mundo entero conoce y mira con admiración: el centrífugo velocípedo Montoya, su novia Anita, ay Anita, qué les das, y un muchacho que atiende por Manuel, el roba novias, papel poco lucido porque la gente siempre mira mal al amante y bien a la legítima. Somos de una probidad tremenda juzgando a los demás y de un libérrimo sideral cuando de nosotros se trata. Ahora dicen que Montoya y Anita quieren irse del programa, lo que les dará chance para unos episodios más. Ojalá contraigan nupcias, tengan quince hijos y una vida feliz.

Ahora bien, líbreme el Señor y Todos los Santos de afirmar que tales carreras, soponcios, infidelidades, desgarros del alma y demás avatares son fruto de un guionista. Líbrenme, asimismo, San Drogón, patrón de feos y parteras, San Sebastián, patrón de las ferreterías y San Magno de Fussen, patrón contra las orugas, de incurrir en el feo vicio de la maledicencia. Alabemos, pues, la oportunidad del cámara que hizo el traveling del novio ultrajado, que más parecía Benji yendo a meter un gol en aquellas inacabables galopadas que Otelo acudiendo furibundo a desencadenar su furia sobre Desdémona.

La cosa es que el negocio marche, decía Don José Pla, y en estas lides de enganchar al público con romances que son y no son e infidelidades de teatrillo, o no, ¿qué más da? La gente echa el rato y con eso, el fútbol, y tertulias variopintas, que fingiendo ser de política son iguales que las de éstos programas, la masa tira. Y si suben cincuenta lereles el SMI, pero retrasan la jubilación, tal día hará un año. Lo sustancial es qué harán Montoya, Anita y si se volverá a quitar la camisa para deleite de las admiradoras de sus abdominales.

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