Opinión

'És la Moreneta la fe del poble català'

Cataluña será cristiana o no será, decía el obispo Torres i Bages. Sus herederos de franquicia opinan igual. En la revista Catalunya Cristiana dependiente del arzobispado de Barcelona andan preguntando a la feligresía si hay testigos en el juicio al procés que mienten. Caridad cristiana, dicen que lo llaman

El separatismo catalán es dado a visiones extáticas, arrebatos místicos y demás ordalías religiosas. De Xirinachs a la monja Forcades, pasando por Sor Lucía Caram, no son pocos los que mezclan en el mismo potaje ingredientes tan dispares como patria, religión, supremacismo y parcialidad. Porque, a ver si nos vamos enterando, el cristianismo es considerar a todos los Hijos de Dios por igual y no empezar a ponerle banderitas e identidades nacionales a cada uno de ellos, y eso por más que Junqueras vaya a misa diaria, caramba.

Que la jerarquía católica en Cataluña es abiertamente separatista no tiene discusión posible. Desde esa encuesta que pregunta quién creen los católicos que miente en el juicio y da como primera opción la del ex delegado del Gobierno Enric Millo y el teniente general de la Guardia Civil Pérez de los Cobos, hasta la cesión continua para utilizar los templos como lugares de exhibición de simbología separatista, pasando por las sermones en los que se machaca una y otra vez con el proceso, como si ser creyente y lazi fuese lo mismo, los católicos no separatas lo tienen bastante mal en mi tierra. "Estamos rodeados", me decía el otro día un amigo al salir de misa, con una sonrisa de resignación. Resignación cristiana, se comprende.

Es un catolicismo bastante ramplón, viejuno, apolillado y rural, vamos, igualito que el ideario separatista

Es un catolicismo bastante ramplón, viejuno, apolillado y rural, vamos, igualito que el ideario separatista, siempre con la mirada nostálgica depositada en la boina roja con bordón dorado del general Savalls. Un catolicismo integrista, severo con quien no comulgue con lo que diga el mosén, ultramontano, defensor acérrimo del rico terrateniente ante sus Pagesos, de la propiedad ante el bien común. La Iglesia ha sido desde siempre, en estas tierras tan prestas al fumismo y al vendedor de crecepelos, un auténtico ejemplo de hipocresía, de jugar a todas las barajas, de ser unos bien quedas con el poder.

Y ya no digamos estas décadas pasadas, que no en vano el patriarca del nacionalismo era un ultra católico al igual que también lo es Quim Torra.

Es la Moreneta la fe del poble català, dice la canción, y a fe que todos los dirigentes separatistas hacen de la montaña sagrada una especie de Meca a la que peregrinar; un lugar en el que ahora sabemos que se produjeron actos de pederastia, un lugar que ha tenido como abades a personas cerrilmente enemigas de todo lo que oliera a España, un lugar en el que el separatismo de derechas y los tontos de sus coleguis autoproclamados de izquierdas se reunían para acabar decidiendo nada que no fuera como se iban a repartir el país cuando muriese Franco. Son iglesias que sirvieron para dar cobijo a los partidos de la oposición al franquismo, pero, ojo, no a todos, solo al PSUC, a los incipientes e irrelevantes socialismos que despuntaban por los sesenta, a los de comisiones y a los nacionalistas. Es decir, la bona gent, los que después han confluido todos en esa cafetera rusa denominada Pacte Nacional per el Dret a Decidir. Nada de españolazos, fuesen liberales, anarquistas o ugetistas. Faltaría más.

Claro que la Iglesia catalana está infestada de separatismo por los cuatro costados, igual que la Igielglesia vasca estaba hasta las cejas metida en el entramado etarra. Que nadie de la Conferencia Episcopal Española tire de las orejas al arzobispo de Barcelona, Don Juan José Omella, por permitir los excesos que se cometen con respecto al separatismo, es una incógnita que precisaría de mayor extensión y profundidad. Cuestión de doctrina no será, porque no parece compadecerse mucho el título de la revista Catalunya Cristiana con un mensaje que, claramente, apuesta por la división de la feligresía, de ese Pueblo de Dios que compone el conjunto de la Iglesia.

A nosotros todo esto nos hace daño porque cuando religión y política se mezclan los resultados suelen ser abominables

A nosotros todo esto nos hace daño, en tanto que creyentes y catalanes, porque cuando religión y política se mezclan los resultados suelen ser abominables. Ignoramos cual será la fe del pueblo catalán, pero sí estamos en disposición de decir que, a la hora de marcar la X en la declaración de la renta, cosa ciertamente próxima, más de uno y más de dos se van a plantear muy seriamente si continuar otorgando su óbolo a una Iglesia que deviene en sectaria, partidista, supremacista y, en definitiva, tan poco cristiana. Que, si de algo peca el proceso, es de muy poca caridad cristiana, muy poco propósito de enmienda y mucho orgullo. Y, si no, que baje Dios y lo vea.

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