Opinión

Morfi Grei y el punk de barrio como escuela de valores conservadores

Los artistas más salvajes de los años setenta están más cerca de la derecha de lo que pensamos

A mediados de 2007 tuve la suerte de entrevistar a Morfi Grei, cantante de la legendaria Banda Trapera del Río, clásicos punk de las periferias de la Barcelona de los setenta. Su reciente muerte me hizo recordar sus respuestas, a la vez crudas y humildes. Sobre todo se me quedó grabada la reflexión sobre una escena que se narra en el libro Escupidos de la boca de Dios, donde Grei confiesa que uno de los pasatiempos juveniles del grupo era acercarse al metro después de una noche de farra para reírse de los trabajadores que madrugaban para ganarse el pan. “Es verdad, pasábamos el tiempo inventando tonterías de estas. Ahí tuve un chasco importantísimo. En pleno viaje de LSD me acerqué al metro y vi a mi padre. Sentí vergüenza porque me di cuenta de que me estaba riendo de mí mismo. Son cosas muy nihilistas”, confesaba.

La situación me parece reveladora de cómo la contracultura es algo que puede funcionar para los señoritos pero difícilmente para los trabajadores. Uno de nuestros mejores poetas y ensayistas, el catedrático de Teoría del Arte Alberto Santamaría, publicó el año pasado una novela descarnada, Barrio Venecia, que consiste en sus memorias de adolescente obrero de Torrelavega, enganchado a La Trapera en 1992.  Un vecino le presta el álbum del grupo y él decide no devolverlo. “¿Por qué debería? Tengo cada acorde, cada palabra, cada grito en mi cerebro abriéndose paso a machetazos desde entonces. La voz de Morfi sin alardes, tirando de garganta como quien se siente atrapado en el interior de un pozo”.  

El punk se hizo de derechas por los mismos motivos por los que cada vez más gente pobre ha dejado de votar al progresismo

Santamaría es militante de izquierda anticapitalista, muy consciente del naufragio del progresismo. “El problema es que siempre fue la clase obrera quien dio forma a la izquierda, pero ahora, ahora -repite como si fuera un redoble de tambor-, ahora sucede al revés: es la izquierda la que está loca, como borracha y desorientada, tratando de dar forma a la clase obrera. Estamos jodidos si pensamos que ese es el camino. Estamos de verdad jodidos”, resume. Aunque la posición política del autor es ferozmente antiderechista, la tragedia que explica su novela tiene mucho que ver con la desindustrialización orquestada por el PSOE (y por el desdén del partido a los problemas de la clase baja).

Punks contra la autoridad

El punk es un género antisistema, que siempre se ha percibido como algo de izquierda, pero en realidad sintoniza mucho más con los valores individualistas y antiautoritarios de la nueva derecha. Por eso John Lydon, líder de los Sex Pistols, declaró que le parece natural que los estadounidenses voten a Donald Trump. También se aplica al referéndum del Brexit, ya que la mayoría de votantes a favor de separarse de la Unión Europea eran miembros de la generación que creció con The Clash, Buzzcocks y New York Dolls. Las memorias de músicos de la época nos recuerdan con frecuencia que la barrera entre hippies y punks era que los primeros tenían padres ricos que los rescataban, mientras que los segundos tenían que recurrir a dormir en casa okupas o parques públicos.

En realidad, no son los punks quienes han cambiado en este medio siglo sino la naturaleza de las élites que nos gobiernan. En los ochenta eran trajeados neoliberales y ahora son en gran medida aristocracias globalistas, tecnócratas y progresistas. Los punks simplemente se oponen a los que mandan. Si los chicos y chicas de la cresta se han movido a la derecha es porque el progresismo no ha mejorado la vida de los barrios marginados. De hecho, es complicado mantener el relato progresista cuando las vidas de la gente común empeoran año tras año.  El punk se hizo de derechas por los mismos motivos por los que cada vez más gente pobre ha dejado de votar a la izquierda.

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