Le faltaban dos meses para cumplir 99 años cuando se apagó para siempre Eduardo Rincón, uno de los personajes de la cultura y de la vida más singulares de nuestra historia reciente. Nos dejó en Torroella de Mongrí, en el Ampurdán, a donde llegó después de una trayectoria de las que quita el aliento, buscando un clima más benigno al que había sufrido. Fracasó una vez más. Allí murió su primera mujer, Carmen, de una tuberculosis ósea y allí le acompañó, hasta el último momento, su segunda esposa, con el nombre más hermoso del nomenclátor catalán, Dolça.
No me resisto a abrir esta sabatina con Eduardo Rincón, quizá la única referencia necrológica que se publique sobre él, emulando la que le dediqué en noviembre de 2011 en “La Vanguardia” de Barcelona, cuando aún era posible sustraerse a la estupidez ambiente. Rincón era músico, más exactamente compositor, pero dejó su obra desperdigada entre el vacío opaco que supusieron sus detenciones, torturas y cárceles. Detenido en Santander a los 15 años, junto a su amigo el poeta José Hierro dos años mayor, se libraron del fusilamiento cosa que no lograron buena parte aquella cuerda de presos encarcelados en septiembre del 39, en la que estaban incluídos 7 ciegos.
De cárcel en cárcel recorrió España, él que había nacido de padre comerciante y aspiraba a ser músico, convertido en carne de presidio
Cabe decir con exactitud que terminó el solfeo y se inició en la composición entre rejas y que llegó a promover en el Penal de Burgos el trío más insólito de la historia de la música: saxo, tuba y clarinete. No es este el lugar para desgranar su producción, tan poco escuchada y tan influida por Villalobos y Hans Werner Henze a quien siguió atentamente. (En Radio Nacional se emitieron varios capítulos que dedicó al fructífero músico alemán). Cuando llegó a Torroella de Mongrí buscaba tranquilidad después de su última detención en Asturias como organizador de los núcleos que protagonizarían luego las huelgas de 1961. Tras la invasión soviética de Checoslovaquia dejó el Partido Comunista pero la policía del franquismo no le dejó a él. Incluso ya en democracia, al publicar sus memorias –“Cuando los pasos se alejan”- los abogados le recomendaron que no pusiera el nombre de su principal torturador en Oviedo, sino las siglas, C.R., que correspondían a Claudio Ramos, jefe de la policía política de Asturias.
Morir en Cataluña es como morir dos veces porque a los achaques de tu cuerpo debes sumar el castigo social de tener que soportarlo todo con buen semblante, haciéndote eco del mandamiento que te exige decir que vamos mejor que nunca y que deberíamos volver al debate entre Manuel Azaña y don José Ortega y Gasset, sobre la fraternidad o la conllevancia. Hay que debatir, ése es el nuevo lema pese a que huele que apesta a cloaca y podredumbre; esconde la verdad de la que está vedado hablar pero que es la importante. Todo está hecho ya, ejecutado y sin sentencia. La diferencia se reduce a constatar si usted lo expresa. Si es en voz alta romperá el trampantojo y le acusarán de ser el creador de conflictos, el provocador. Sin apenas darnos cuenta, estamos volviendo al oasis de mierda y silencio del que se jactaba el presidente Pujol mientras los palmeros sonreían.
No hay atentado más obvio a la legalidad vigente, a la Constitución y a la democracia, que contemplar con pasmo la secuencia en la que una vicepresidenta del gobierno hace posturitas y sonrisas cómplices con un golpista cobarde por el que anteayer nadie daba un duro. Dejémonos de triquiñuelas semánticas. Lo que esta mujer está negociando es cómo seguir en el gobierno, porque sin sus 7 escrofulosos diputados no pueden sacarlo adelante. Ni la pacificación, ni la convivencia, ni la concordia y el hermanamiento en una España más democrática tiene nada que ver con Puigdemont, porque nada de eso está en su relato. Sólo el gobierno de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz depende del delincuente en busca y captura.
Ahora sí que las cosas acaban de cambiar para Puigdemont. De ser un accidente del camino le trasmutaron en figura política. El tándem de ansiosos “en funciones” que forman el presidente y la vicepresidenta han interrumpido su caída hacia la marginalidad y le han dado una fuerza que ni social ni electoralmente había conseguido. No han deshinchado el globo que perdía aire sino que le han metido oxígeno en cantidades tan altas que el achacoso desahuciado aparece como pieza clave del engranaje político español. Echaron gasolina a la mecha, un pabilo, y ahora es antorcha. Al lado de esta amenaza a nuestra convivencia lo de Rubiales es un incidente irrelevante, apasionante para hipócritas y chicas en edad de merecer. Ir a Bruxelas y exhibir la escena con sonrisas y alevosía tiene la misma plasticidad que orinar graciosamente sobre la Justicia y la Ciudadanía.
No mientan más por favor, al menos concédannos una tregua. Un día sin manipulaciones aunque sólo sea por salud mental y equilibrio de nuestra decencia, que últimamente está tan amenazada
Si todo se hace para mantener el gobierno, ahora “en funciones” pero funcionando al menos en esto, no insistan en que es lo mejor para la democracia y el progreso. Es lo mejor para ustedes con tal de evitar el riesgo de una vuelta a las urnas. Quizá esa señora, tan predispuesta en hacerse pasar como la juvenil muchachada, no ha calibrado el costo en reputación de tanta desfachatez, que la iguala a sus socios e incluso empalidece a sus adversarios. El nacionalista gallego José Manuel Beiras, que la conoce de longa data dijo de ella que era experta en traiciones (cito de memoria); quizá esta vez acertó.
Morir en Cataluña es un ir desfalleciendo entre palabras que te dejan perplejo. El inefable Xavier Vidal-Foch -no confundir con su hermano Ignacio- compara a Pedro Sánchez con Manuel Azaña y don Juan Negrín en 1938, cuando propusieron “paz, piedad y perdón” para acabar una guerra que ya estaba perdida. Surge la duda respecto hasta dónde van a llegar los nuevos palmeros en la exaltación del líder que inflama la pradera mientras pide comprensión hacia los incendiarios y silencio contumaz a los bomberos.
La nueva pareja feliz al estilo shakesperiano de Pedro y Yolanda llegaran todo lo lejos que sea menester con tal de mantenerse. Los versos de Pepe Hierro que más le gustaban a Eduardo Rincón dicen: “Que más da que la nada fuera nada, después de tanto todo que fue nada”. Para pensárselo.
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