La última vez que el Gobierno modificó sus previsiones económicas no existía la variante ómicron y sólo los muy agoreros pronosticaban una guerra en Ucrania. Hablamos del martes 27 de julio de 2021: tras la reunión del Consejo de Ministros previa al parón veraniego, la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, presentó un cuadro macroeconómico para enmarcar, que auguraba un crecimiento del PIB del 6,5% en el año en curso y del 7% en 2022.
Desde entonces, Moncloa ha mantenido ambas cifras contra viento y marea, rebasando la frontera del ridículo, mientras que todos los servicios de estudios adaptaban sus previsiones a una realidad muy compleja. Pedro Sánchez las retocará, por fin, en menos de dos semanas. Pero lo hará usando una excusa demasiado previsible -la guerra en Ucrania- y porque no le queda más remedio: el próximo 30 de abril, como muy tarde, debe remitir a Bruselas la actualización del Plan de Estabilidad.
Sería un bochorno de proporciones bíblicas enviar a los técnicos de la Comisión Europea un cuadro macroeconómico que ni siquiera refleja el impacto de la prolongación de la pandemia. Por eso, Calviño tendrá que comparecer casi nueve meses después, en el mismo escenario, para admitir que la economía crecerá menos y tardará más en recuperar los niveles pre pandemia. Las apuestas de los economistas apuntan al 5%, un nivel que aplazaría la recuperación total hasta bien entrado 2023.
El conflicto bélico es una de las causas del retraso de la recuperación, pero no la única. Sin embargo, Sánchez, tirando de morro presidencial, aseguró ayer que "habrá una revisión a la baja en España" por culpa del Kremlin. "Es evidente que la guerra de Putin en Ucrania está impactando en la economía española y europea", le espetó en directo a Susanna Griso.
Sánchez retocará las previsiones económicas en menos de dos semanas, usando una excusa demasiado previsible -la guerra en Ucrania- y porque no le queda más remedio
La excusa de la guerra sorprende por lo simple. Si el PIB crece este año casi dos puntos menos de lo que estimaba el Gobierno, se debe a la pérdida de inercia, al conjunto de factores que provocaron una desaceleración en 2021. Entre ellos está el sobrecalentamiento del mercado energético, los problemas de suministro global, el escaso empuje de los fondos europeos o la falta de confianza de los hogares, que siguen sin gastar como se esperaba. La invasión de Ucrania es el colofón desgraciado de un cúmulo de circunstancias arrastradas. No hay que olvidar que la inflación ya estaba ahí cuando Putin dio la orden a sus tropas para que cruzaran la frontera ucraniana.
El pasado 23 de septiembre, el INE ya metió un tijeretazo al PIB del segundo trimestre (del 2,8% al 1,1%), motivando la reacción en cascada de todos los servicios de estudios. El primero fue BBVA Research, que recortó en octubre del 6,5% al 5,2% su previsión de PIB para 2021. El resto de economistas siguieron la estela, mientras Calviño se aferraba al 6,5%.
Por aquellas fechas, la inflación ya era una amenaza. El IPC subió un 5,5% en octubre y la inflación subyacente (que no incluye los productos energéticos ni frescos) alcanzaba ya el 1,4% (en abril estaba en el 0,0%). El 29 de noviembre, el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powel, fue el primero en dar la voz de alarma sobre la inflación.
"Hay demasiada incertidumbre con la variante ómicron y no está claro cómo de intensos serán los efectos en la inflación, el crecimiento económico y el empleo", aseguró el máximo responsable de la política monetaria estadounidense, confesando su temor a los posibles daños "en el mercado de trabajo y las cadenas de suministro". El tiempo le dio pronto la razón.
Sin embargo, Sánchez siguió mes tras mes esquivando las embestidas de la realidad. No era tan difícil echar el freno y redibujar un cuadro 'macro' tan desfasado. El líder socialista siempre ha tenido, además, un argumento indiscutible al alcance de la mano: ningún gabinete de la era democrática ha tenido que afrontar una pandemia mundial, coronada por una guerra en Europa, durante su mandato.
Pero en Moncloa saben que el 'mea culpa' conlleva daños colaterales, como el aumento de las dudas y los reproches sobre los errores de gestión. Y eso es algo que Sánchez, con el viento de las encuestas en contra, no se podía permitir. De ahí la obsesión por huir hacia delante o esconder la cabeza como un avestruz.
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